lunes, 3 de diciembre de 2012

Comentario de la intención Misionera de Diciembre


Para que Cristo se revele a toda la humanidad con la luz que emana de Belén y se refleja en el rostro de la Iglesia.

No podemos recibir un mejor regalo de otra persona que ser elegido como su amigo querido, amado. Si lo entendemos así, podemos celebrar la Navidad adecuadamente cuando tomamos en serio las palabras de Jesús a Nicodemo, ‘Tanto amó Dios al mundo que dio a su Hijo unigénito, para que todo el que crea en Él no perezca, sino que tenga vida eterna’. (Juan 3.16). Entonces empezamos a apreciar la profecía de Isaías que después citó Mateo (4, 16), ‘El pueblo que andaba a oscuras vio una luz grande’ (Is 9.1). El color morado de Adviento es la media luz que predice el amanecer de un día lleno. Anuncia la maravilla y gloria del amor de Dios hacia cada uno de nosotros, que nunca falla. Es esa la verdad más profunda de nuestra vida, que se revela en el nacimiento de Jesús, enviado del Padre para que en su luz podamos ver la luz y, creyendo, poder seguir su camino hacia la verdadera paz y no andar perdidos.

Cuando reflexionamos sobre las diferentes intenciones por las cuales nos pide el Santo Padre que recemos cada mes, descubrimos que lo que estamos pidiendo en casi todas es que nuestros corazones y mentes, o los corazones y mentes de los demás, estén más abiertos a las inspiraciones del Espíritu Santo, abiertos para amar más, para una entrega mayor. Como individuos y como grupos – familias, naciones, Iglesia – para estar completamente vivos hemos de estar abiertos a este crecimiento. Nuestras mentes deben crecer en el conocimiento y aprecio de la verdad fundamental de la humanidad, es decir, nuestra dependencia absoluta en Dios y de la total entrega de sí mismo para amarnos. Y nuestros corazones, por medio de la reflexión, deben crecer mostrando nuestro amor en la entrega de nosotros mismo a Dios y unos a otros. Desde el pesebre de Belén hasta el Sermón de la Montaña hasta la Cruz del Calvario, esto fue lo que Jesús nos enseñó, por medio de su palabra y ejemplo, con el poder del Espíritu de Sabiduría y Amor; esta fue la luz que envió para dirigir a los hombres hacia una vida nueva, alejándolos de la auto-destrucción.

El mismo Jesús que dijo que había venido para que tuviéramos vida en abundancia (cf. Jn 10,10), también nos ofreció el camino más seguro para la vida, su propio camino iluminado por la entrega de sí mismo, brillando ya en el establo de Belén con el poder del Espíritu Santo. ‘El que camina en tinieblas no sabe a dónde va. Mientras tenéis la luz, creed en la luz, para que seáis hijos de luz”.… Yo, la luz he venido al mundo para que todo el que crea en mí no siga en las tinieblas’. (Juan 12. 35 y 46). La oscuridad, el mal, el preferirse a sí mismo en vez de a Dios, debía ser vencido primero en sí mismo, ‘El que me ha enviado está conmigo; no me ha dejado solo, porque yo hago siempre lo que le agrada a él’ (Juan 8.29), y luego aquellos que se abren a la luz que él trae, ‘Todo el que me dé el Padre vendrá a mí, y al que venga a mí no lo echaré fuera, porque he bajado del cielo, no para hacer mi voluntad, sino la voluntad del que me ha enviado’ (Juan 6.37-39). Así, ganado para nosotros por la entrega total de Cristo, el Espíritu de Adopción nos une a él como hijos e hijas muy amados del Padre. Es para anunciar y reflejar la luz de esta Filiación en lo profundo de nuestra mente y corazón que Cristo viene a nosotros hoy y cada día, y nos capacita así por el don de su Santo Espíritu. Él viene para ser nuestro camino hacia el Padre, la Verdad de nuestra relación amorosa con él y nuestro compartir en la Vida misma de Dios. Cuando nos ofrece el verdadero alimento y bebida de su Cuerpo y Sangre, el agua viva del Espíritu, la verdadera viña de su Cuerpo, la Iglesia y la vida eterna, él nos recuerda que el mundo que nos parece tan real no es más que un campo de entrenamiento para crecer en el amor que se entrega a sí mismo. Nuestras vidas aquí son un anticipo de la plenitud de vida en el amor de nuestro Padre, que vivimos desde ya en la acción de gracias. Él nos invita a sus hermanos y hermanas a ver nuestras vidas y las necesidades de los demás a esta luz de Belén, de su amor, la luz que revela nuestra verdadera realidad, para poder llevar su paz a nuestro mundo como testigos fieles de su verdad, de su entrega total, en el gozo de su gloria Pascual.

(James Fitzimons, sj Antiguo Secretario Nacional del AP en África del Sur)

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