sábado, 18 de julio de 2009

Elogio de la ternura.


El corazón nos habla de lo más hondo de cada persona, de su interioridad e identidad profundas, su condición de estar habitada, su capacidad de amor y de acción. Ya en el Antiguo Testamento se utilizaba esta simbología para sugerir la profundidad de amor misericordioso de Dios, así como la última realidad de la persona. El lugar de la alianza estaba, en último término, en el corazón de cada creyente porque se trataba de una alianza de amor y entrega mutuas. Por eso, no resulta extraño que la voz de los profetas, así como los salmos, se alce denunciando la dureza del corazón. Porque un corazón duro rechaza en el fondo a Dios y a los hermanos. Puede que cumpla las leyes, pero no la única ley que nace de la relación íntima y personal con el Señor y se centra en su voluntad, no en nuestras normas. Nada más lejano de Dios que un corazón endurecido.

Juan de la Cruz, sensible como pocos al Dios Todo-Amor, sabe de los secretos del corazón humano. Su dureza no es una cuestión de temperamento, sino nuestra propia condición necesitada de salvación. Una tendencia fatal pugna por encerrarnos en nuestro ego, mientras Dios y los demás llaman constantemente a la puerta de nuestro corazón. No duda el santo de Fontiveros en denunciar la dureza inevitable del ser humano cuando vive encerrado en sí mismo y afirma que “el alma dura en su amor propio se endurece” (Dichos 30).
Las consecuencias de nuestra dureza se palpan claramente a poco que abramos los ojos a los demás y, más aun, si miramos la realidad del mundo en que vivimos. Inexplicablemente, la injusticia y la violencia en sus múltiples formas, desgarran millones de vidas; la mentira y la envidia laceran numerosas relaciones cotidianas; las palabras dejan de tender puentes entre las personas para convertirse en instrumento de engaño y manipulación; el hermoso mundo que el Creador nos regaló se destruye por nuestras manos mientras los seres humanos permanecemos impasibles. Podríamos continuar añadiendo numerosas fracturas en la humanidad, tanto cercana como lejana, para llegar siempre a la misma conclusión: tanto sufrimiento es obra de manos humanas, pero es contemplado con indiferencia cuando no con indignación farisaica. Corazones duros…
¿Cómo es posible romper este círculo? De nuevo Juan vuelve al único Corazón que está habitado por la plenitud de Dios y espera del manso Jesucristo ese amor inamovible capaz de transformar nuestros corazones de piedra en corazones de carne:




“Si Tú en tu amor, ¡oh buen Jesús! no suavizas el alma,
siempre perseverará en su natural dureza”.
Dichos 31


Fuente: Cipecar

No hay comentarios.:

Publicar un comentario

DEJANOS TU COMENTARIO

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...