sábado, 8 de agosto de 2009

ES DIFÍCIL RECONOCER LA SANTIDAD DE LAS PERSONAS CON LAS QUE CONVIVIMOS

1.- Los judíos del tiempo de Jesús, sobre todo sus paisanos, conocían bien a la familia del que ahora decía que él era “el pan bajado del cielo”. Lo más normal para ellos, en un primer momento, era pensar que aquel joven que decía esto estaba un poco, o un mucho, perturbado. Jesús les responde que escuchen al Padre y será el mismo Padre el que los lleve hasta él mismo, que es su Hijo. Y les dice que miren las obras que él hace y comprobarán que sus obras son obras del Padre, de Dios. Los judíos, sobre todo los paisanos de Jesús, probablemente siguieron sin entender. Para nosotros, por tanto, no debe resultarnos extraño que los paisanos de Jesús no le entendieran, lo que yo sí creo que es más extraño es que nosotros, los cristianos del siglo XXI, sigamos sin entender el sentido de las palabras de Jesús. Jesús nos dice que él quiere ser para nosotros . Nosotros sí creemos que Jesús es el Hijo de Dios y vemos todos los días sus obras: su perdón, su misericordia, su lucha contra el mal; comprobamos que él es para nosotros el . Si no podemos comprobarlo en nosotros mismos, por nuestra arrogancia, o nuestro pecado, sí podemos comprobarlo en muchas otras personas que, cada día, en nombre de Jesús, dan lo mejor de sí mismas, hasta su propia vida, por defender y propagar los valores del evangelio. Lo que tenemos que hacer es limpiar bien nuestros ojos del cuerpo y, sobre todo, los ojos del alma, para descubrir en tantas personas buenas como hay en el mundo el rostro y la vida de Jesús, un rostro y una vida de Jesús en donde aparece, encarnado, el verdadero rostro de Dios. Ver en las personas buenas el rostro de Jesús es ver en ellas el rostro de Dios. Estas personas no pueden morir para siempre, porque el alimento que las alimenta, el pan vivo bajado del cielo, tiene vida eterna. Es difícil descubrir la santidad de muchas personas que viven en nuestro tiempo, pero estas personas existen y, si sabemos mirarlas con sinceridad y con verdad, descubriremos en ellas el rostro de Dios, porque son personas que se alimentan cada día con el pan de vida, con el verdadero pan bajado del cielo.

2.- Sed imitadores de Dios. ¡Qué difícil nos lo pones, Pablo!, podríamos decirle hoy nosotros al apóstol de las gentes. ¡Imitar a Dios! Pero San Pablo no nos pide ningún imposible, sabe muy bien de qué barro estamos hechos. Para imitar a Dios nos pide cosas muy concretas: desterrar la amargura, la ira, los enfados e insultos, toda maldad. Ser buenos, comprensivos, perdonar siempre y vivir en el amor como Cristo nos amó. Se trata de un propósito que debemos hacer todos los días, no de una realidad conseguida de una vez para siempre. Todos los días debemos hacer el propósito de ser buenos, afables, comprensivos, generosos, amando a todos como Dios nos amó. Precisamente, debemos hacer todos los días este propósito, porque nunca podremos decir que ya lo hemos cumplido del todo. El mismo San Pablo lo sabía muy bien, cuando nos dice que no siempre hacía el bien que quería y algunas veces hacía el mal que no quería. Por eso, se esforzaba cada día en ser mejor, tratando de imitar a Cristo. Esto es lo que nos recomienda a nosotros.
Por Gabriel González del Estal

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