viernes, 9 de octubre de 2009

REFLEXION DEL EVANGELIO - DOMINGO XXVIII


El evangelio (Marcos 10,17-30) narra el encuentro de Jesús con un hombre rico y piadoso, cuyo corazón, sin embargo, estaba sofocado por el apego a los bienes materiales. El texto evangélico deja entrever que la práctica de la Ley es buena, pero es insuficiente para el discípulo de Jesús. Jesús ofrece algo más grande que la Ley judía: un principio orientador de la existencia que trasciende todos los valores encerrados en los mandamientos de la Ley mosaica.
Mientras Jesús va de camino, se le acercó “uno” para saber como obtener la vida eterna (v. 17). El entusiasmo inicial del encuentro contrasta con la escena final cuando el desconocido se alejó triste “porque era muy rico” (v. 22). El hombre llama a Jesús “maestro bueno”, Jesús precisa que “no hay nadie bueno más que Dios” (v. 18). Su respuesta refleja la concepción bíblica de Dios, que es bueno porque actúa con misericordia y socorre a los débiles y a los pobres. En el contexto del relato, para Jesús Dios es el bueno por excelencia porque hace posible lo que a los hombres resulta imposible (v. 27). Con los mandamientos del decálogo que se refieren a la relación con el prójimo, Jesús indica a su interlocutor el camino para obtener la vida eterna (v. 19). Probablemente la parte del decálogo que se refiere a Dios, la ha resumido antes Jesús con su confesión sobre Dios, el único bueno. A aquel desconocido, que ha cumplido desde pequeño los mandamientos, Jesús lo mira con amor y le propone otro camino: “Anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo y luego sígueme” (v. 21).
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