jueves, 25 de febrero de 2010

Cuento: "Un heredero para el Rey" (Sobre la generosidad y el sincero amor al prójimo)


     Había un rey que vivía bien su fe cristiana y que no tenía hijos. Por ello, envió a sus heraldos a colocar un anuncio en todos los pueblos diciendo que cualquier joven que reuniera los requisitos para aspirar a ser el sucesor al trono, debería entrevistarse con el Rey. Pero, debía cumplir dos requisitos: Amar a Dios y a su prójimo. 

     En una aldea lejana, un joven huérfano leyó el anuncio real. Su abuelo, que lo conocía bien, no dudó en animarlo a presentarse, porque sabía que cumplía los requisitos, pues amaba a Dios y a todos en la aldea. Sólo tenía una dificultad, que era tan pobre que no contaba ni con vestimentas dignas, ni con el dinero para las provisiones de tan largo viaje. Su abuelo lo animó a trabajar y el joven así lo hizo. Ahorró al máximo sus gastos y cuando tuvo una cantidad suficiente, vendió todas sus escasas pertenencias, compró ropas finas, algunas joyas y emprendió el viaje. 

    Al final del viaje, casi sin dinero, se le acercó un pobre limosnero. Tiritando de frío, vestido de harapos, imploraba: “Estoy hambriento y tengo frío, por favor ayúdeme...” El joven conmovido, de inmediato se deshizo de sus ropas nuevas y abrigadas, y se puso los harapos del limosnero. Sin pensarlo dos veces le dio también parte de las provisiones que llevaba. 

     Cruzando los umbrales de la ciudad, una mujer con dos niños tan sucios como ella, le suplicó: “¡Mis niños tienen hambre y yo no tengo trabajo!” Sin pensarlo dos veces, le dio su anillo y su cadena de oro, junto con el resto de las provisiones. 

     En forma titubeante, llegó al castillo vestido con harapos y sin nada de provisiones para el regreso. Un asistente del soberano lo llevó a un grande y lujoso salón donde estaba el monarca. Cuál no sería su sorpresa cuando alzó los ojos y se encontró con los del Rey. Atónito dijo: “¡Usted... usted! ¡Usted es el limosnero que estaba a la vera del camino!” En ese instante entró una criada y dos niños trayéndole agua, para que se lavara y saciara su sed. Su sorpresa fue también mayúscula: - “¡Ustedes también! ¡Ustedes estaban en la puerta de la ciudad!” El Soberano sonriendo dijo: “Sí, yo era ese limosnero, y mi criada y sus niños también estuvieron allí”. El joven tartamudeó: “Pero... pe... pero... ¡usted es el Rey! ¿Por qué me hizo eso?” El monarca contestó: “Porque necesitaba descubrir si tus intenciones eran auténticas frente a tu amor a Dios y a tu prójimo. Sabía que si me acercaba a ti como Rey, podrías fingir y no sabría realmente lo que hay en tu corazón. Como limosnero, no sólo descubrí que de verdad amas a Dios y a tu prójimo, sino que eres el único en haber pasado la prueba. ¡Tú serás mi heredero! --sentenció el Rey-- ¡Tú heredarás mi reino!”. 



REFLEXIONEMOS
El relato nos debe hacer pensar si sabemos dar también con generosidad. Dónde ponemos nuestro centro, nuestras prioridades? Ante un imprevisto, somos capaces de poner a los demás en primer lugar, antes que nuestras responsabilidades, metas y compromisos? El cuento nos recuerda que lo que realmente importa en la vida es entregarnos a quienes nos necesiten con generosidad, sin temor. Cristo ya se ha dado generosamente por nosotros y espera que hagamos lo mismo con los demás.






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