lunes, 29 de febrero de 2016

Hasta el cielo Monseñor Blanchoud!!!


Elevamos nuestras oraciones por el eterno descanso de Monseñor Moisés Julio Blanchoud, quien falleció el domingo pasado en Santa Fe a los 92 años de vida.
Nació el 4 de septiembre de 1923 en Esperanza (Santa Fe), ordenado sacerdote en 1947 y elegido obispo titular de Belali y auxiliar de Río Cuarto en 1960, por Juan XXIII.
Fue ordenado obispo el 24 de abril de 1960 en la catedral de Salta, por Monseñor Nicolás Fasolino, arzobispo de Santa Fe. Luego fue trasladado como obispo diocesano de Río Cuarto en 1962 y promovido a arzobispo de Salta en 1984. Renunció por edad en 1999 y fue nombrado administrador apostólico de la Arquidiócesis de Santa Fe el 1º de octubre de 2002, hasta el 30 de marzo de 2003.

Para homenajear a quien fue un muy buen hombre y ministro de Dios, primo hermano de nuestras hnas Ma Esther y Dora Blanchoud, y dar gracias al Señor por el don de su vida, deseamos compartir con uds un trozo de entrevista que le hicieron en 2010 al cumplir 63 años de sacerdocio y  50 de obispo  en el diario santafesino El Litoral.

Para Moisés Blanchoud, éste es un año de cifras importantes, no todas redondas pero si muy significativas. “Estoy transcurriendo mis 87 años de vida -los cumple el 4 de setiembre-, los 63
de sacerdote y los 50 de obispo”, cuenta este hombre que descubrió su vocación en las misas de su infancia en Esperanza, y que no descarta que el nombre que le dieron sus padres haya jugado un papel importante en aquella elección. Pero, lejos de intimidarlo, los números lo predisponen a “dar gracias a Dios por la vida humana y sacerdotal que me concedió, a pedirle perdón por las fallas que tuve, y rogarle que me permita morir con la estola puesta, ejerciendo el ministerio”.
“Mi voz no es muy buena”, advierte apenas se enciende el grabador. Y, sin embargo, le alcanza para repasar, durante una media hora generosa, y en una charla bien predispuesta y salpicada de anécdotas, algunos aspectos de su vida, su consagración como obispo, su participación como integrante de la comisión argentina en las sesiones del Concilio Vaticano II, los seis meses a cargo de la diócesis santafesina en la compleja transición que medió entre la renuncia -precedida por un grave escándalo- de monseñor. Edgardo Gabriel Storni y la llegada de monseñor. José María Arancedo, y su presente en el Convento de las Hermanas Carmelitas de esta ciudad.
Obispo emérito de Salta y retirado del ejercicio directo en la diócesis, Blanchoud sigue activo desde esa capellanía y en un fuerte trabajo pastoral que lo mantiene vinculado con gente de todas las edades, incluidos los jóvenes. Tan activo que, un día después de esta entrevista se disponía a celebrar, en el marco de la fiesta de Guadalupe, la misa que da la bienvenida a los peregrinos.
LA INFANCIAHecha la aclaración de que no quiere “hacerse propaganda”, Blanchoud acepta el convite y empieza a desandar con Nosotros su vida: “soy nativo de la zona rural de Esperanza; vengo de una familia numerosa, soy el noveno de una lista de 13. Vivíamos en el campo pero todos los domingos sacábamos el carro -otra cosa no teníamos- para ir a Esperanza a la parroquia que ahora es basílica. Antes del Concilio la misa era de espaldas, en latín, con las mujeres de un lado y los hombres del otro y delante de los hombres estábamos los chicos. Allí estaría yo.
Iba a la escuela de campo: una sola aula, cuatro hileras de banquitos, no se cómo hacía la maestra o el maestro para enseñarnos a todos. Mis compañeros bromeaban en el recreo y me decían “vos tenés que ser judío porque te llamás Moisés’. Entonces, le pregunté a mi padre: “¿por qué me puso ese nombre?, ¿no ve que todo el mundo se burla?’ Y él me contestó: “callate, vos no sabés quién fue Moisés, ¿qué sabés lo que vas a ser en la vida?’ Era un hombre de campo; mire cómo la mano de Dios hace las cosas.”.
“Me gustaba cuando iba a misa y escuchaba lo que el sacerdote predicaba. No había micrófono, se utilizaba un cajón que ahora nadie usa, pero este padre no se subía; caminaba un poco entre las hileras de bancos y entre los chicos. Un buen día dije: “me gustaría ser como él’. Fui creciendo y lo tuve que decir en casa. Papá era un hombre bueno, pero recto: decía las cosas dos veces y a la tercera aplicaba la pedagogía de entonces (y grafica con la mano lo que habrá sido un chirlo). Acudí a mi mamá y me dijo: “tenés que decírselo a tu papá’. En el campo, papá y mamá se levantaban más temprano para prender la cocina (igual que ahora, click y ya está, bromea y pocas palabras alcanzan para representar lo que habrá sido reunir y acomodar la leña, prender el fuego, sea invierno o verano, y esperar pacientemente a que el agua esté lista) para llevarle mates a mis hermanos mayores y que se levantaran para ir a trabajar en el campo. Ahí se los dije: “secreto para ustedes dos’. Pero mi papá, al domingo siguiente, se lo contaba a quien encontraba en la calle”.
DE SEMINARISTA A OBISPO“Ingresé al seminario en 1936 con 12 años de edad: eran 5 años de bachillerato, 3 de Filosofía y 4 de Teología. Ahora admite que le costó mucho los primeros años “hasta que mi cabeza se acostumbró: tenía Latín, Griego, Geografía, Matemática, Historia, todo junto. Después ya no me costó. Tengo una cajita donde guardé medallas que se daban al final del curso: en conducta, siempre tuve la mejor. Y en las asignaturas, a veces sacaba el premio. No es una caja fuerte; es una cajita, pero algunas medallas hay”.
Los años fueron pasando y el 14 de diciembre de 1947 monseñor. Nicolás Fasolino ordenó sacerdotes a cinco santafesinos “de los que quedamos solamente dos: el padre Juan José Botta, que todavía es párroco en San Carlos Centro, y yo”. Después de la ordenación y a pesar de que esperaba ser asignado a una parroquia, Blanchoud estuvo seis años en el Seminario como profesor, prefecto de disciplina y administrador interno de la casa. Hasta que un día de diciembre de 1953 llegó el llamado telefónico del arzobispo: “pensé que me iba a decir cuántas camas preparar para el año siguiente, cuántas mesitas de luz... Y, en realidad fue para pedirme que acepte la parroquia de Santa Teresita por un año. Hoy se lo agradezco en el alma porque la realización total del sacerdote es cuando es pastor. En Santa Teresita fueron seis años justitos”.
Por ese entonces, recibió otro llamado pero no del arzobispo sino del nuncio apostólico de Buenos Aires, Humberto Mozzoni. “Me entró un miedo espantoso. “¿Qué habré hecho?’, me pregunté. Yo estaba limpiando la capilla porque como estaba sobre camino de tierra quedaba siempre un poco sucia (hoy sigo con el mismo vicio y barro la vereda todas las mañanas). Vino un cadete con un telegrama que decía que viaje urgentemente a la Nunciatura. Yo no había ido nunca a Buenos Aires. Me senté un rato en un banco, me pegué una buena ducha porque era febrero y hacía mucho calor y sonó el teléfono: era Mons. Fasolino que me decía que tenía que viajar esa misma noche a Buenos Aires. Viajé en el último asiento del colectivo y me entrevisté con el nuncio. Le dije que era un simple cura de campo. Me dijo: “haga lo que quiera pero, desde ahora, para usted la gracia de Dios es Río Cuarto’. Le dije que si, y esa misma noche me vine de vuelta”. La consagración como obispo fue el 24 de abril de 1960 en Guadalupe, y la recibió de Fasolino.
En Río Cuarto permaneció como obispo entre 1960 y 1984. Después lo destinaron a Salta, donde cumplió los 75 años de edad y, “como corresponde” presentó la renuncia. “Cuando me llegó la aceptación, en agosto de 1999, ya tenía pensado venir para acá; siempre seguí añorando mucho la tierra y a la Virgen de Guadalupe. No pedí muchas cosas: una piecita para dormir y un plato de sopa en la mesa. Ahora estoy retirado, pero estoy saturado de trabajo pastoral y contentísimo”.


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