jueves, 3 de noviembre de 2016

San Martín de Porres, padre de los pobres y protector de los enfermos



(Lima, 1579 - 1639) Religioso peruano de la orden de los dominicos que fue el primer santo mulato de América. Era hijo de Juan de Porres, hidalgo pobre originario de Burgos, y Ana Velásquez, una negra liberta, natural de Panamá.

Fray Martín fue un servidor y ángel de Cristo en las personas más necesitadas y en los enfermos más difíciles y abandonados. En su corazón ardió la pasión de la caridad, particularmente con los pobres y enfermos a los que acogió siempre con amor preferencial: San Martín de Porres, humilde y sencillo de corazón, siempre al lado de los más desprotegidos; socorría al que no tenía, cuidaba amorosamente al enfermo.
Las obras de Misericordia de Fray Martín se extendían por todas las partes. Un Convento como el del Santísimo Rosario, de Lima, con todo lo grande que era, resultaba un campo muy limitado para Martín de Porres. Su ardiente corazón le hablaba de otras necesidades además de las que experimentaban sus hermanos de la Orden Dominicana y no podía permanecer impasible. Su corazón siempre latía por los enfermos, los pobres, los afligidos, los pecadores. Siempre iba presuroso por la ciudad, asistiendo a unos, confortando a otros. La gente de fuera de Lima lo llamaba, y su santidad por fin lo hizo llegar a lugares increíblemente distantes…
Un comerciante de Lima, muy amigo de Martín, hizo en cierta ocasión un viaje a México por asuntos de negocios. A pocos días de su llegada le asaltó una dolorosa enfermedad; y en una noche cuando ya sentía morir, empezó a decir:
Dios mío… ¿por qué no estará aquí el Hermano Martín para atenderme y curarme?
No pasó mucho tiempo de expresar este deseo, cuando de improviso vio abrirse la puerta de su habitación y Fray Martín, con una sonrisa inefable, se acercaba a su lecho diciéndole
-Alabado sea Jesucristo por los siglos de los siglos
Por siempre sea alabado – le respondió el comerciante. ¡Pero Hermano Martín! ¿Usted aquí?
Acabo de llegar, le contestó el enfermero milagroso.
Y sin murmurar más palabras, se quitó la capa y el sombrero y empezó a curarlo diciéndole:
-Hermano, no se haga el flojo… tenga buen ánimo, y confíe en Dios, que no quiere que muera de esta enfermedad.
Cuando se disponía a retirarse, le preguntó el comerciante:
Y usted, Hermano Martín, ¿dónde va a pasar la noche?
-Hombre de Dios, le dijo: ¿dónde quiere que la pase?, pues en el convento!
A los pocos días de levantarse curado, fue a preguntar por el Hermano Martín en el Convento de México, pero nadie lo dio razón.
Fray Martín, como así lo constató en Lima a su regreso, nunca había salido del Perú y había hecho un viaje milagroso.
  El Bienaventurado Martín veía en los enfermos, en los pobres y afligidos a los miembros del Cuerpo Místico de Cristo. Una vez descubrió a un viejo pordiosero cubierto de llagas y casi desnudo. Martín lo llevó a su celda y lo acostó en su propia cama. Le procuró cuanto necesitaba y le atendió con solicitud hasta que recobró la salud. Fue severamente criticado por uno de los Hermanos que sostuvo refunfuñando que Martín no había debido ceder su cama a un pordiosero de tan desagradable suciedad. A esto replicó Martín: (1)
“La compasión, mi querido Hermano, es preferible a la limpieza. Recuerde que yo puedo limpiar mis sábanas fácilmente usando un poco de agua y jabón, pero ningún torrente de lágrimas podría limpiar mi alma de la mancha que un acto de desafecto a un infeliz podría causar”



*(1) Extracto tomado de “Conozca a Fray Martín de Porres: breve historia de su vida” (1951). Palencia. Convento de San Pablo.





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