viernes, 28 de marzo de 2008

Vida Consagrada


UNA CARMELITA MISIONERA SE CONSAGRA
DEFINITIVAMENTE A DIOS ¿POR QUÉ?
Después de unos años en nuestra familia religiosa, el Carmelo Misionero, nuestra Hna Carolina Soria da su sí definitivo al Señor, ¿por qué? ¿para qué? ¿con qué finalidad?
Santa Teresita, una de nuestras santas carmelitas, muy bien responde a esta pregunta en una de sus poesías (Vivir de Amor)

Vivir de amor es darse sin medida
sin reclamar salario aquí en la tierra
yo me doy sin cuenta bien segura
de que en amor el cálculo no entra

Lo he dado todo al Corazón Divino
que reboza ternura, nada me queda ya
corro ligera; ya mi única riqueza es
y por siempre será Vivir de Amor.


Vivir de amor ¡oh qué locura extraña!
me dice el mundo, cese ya tu canto.
No pierdas tus perfumes, no derroches
tu vida, aprende a utilizarlos con ganancia.

Jesús, amarte es pérdida fecunda,
tuyos son mis perfumes para siempre.
Al salir de este mundo cantar quiero:
"muero de amor"...


Será en la provincia de San Juan. Estás invitado a celebrar junto a la familia del Carmelo Misionero la consagración definitiva de nuestra hermana, habrá Pan y Vino, invitados especiales (María Ssma, con sus santos y ángeles, nosotros, familiares de Hna María del Carmen y VOS) y mucho que festejar!!!!


QUÉ NOS DICE JUAN PABLO II SOBRE LA VIDA CONSAGRADA
La vida consagrada, enraizada profundamente en los ejemplos y enseñanzas de Cristo el Señor, es un don de Dios Padre a su Iglesia por medio del Espíritu. Con la profesión de los consejos evangélicos los rasgos característicos de Jesús —virgen, pobre y obediente— tienen una típica y permanente « visibilidad » en medio del mundo, y la mirada de los fieles es atraída hacia el misterio del Reino de Dios que ya actúa en la historia, pero espera su plena realización en el cielo.
A lo largo de los siglos nunca han faltado hombres y mujeres que, dóciles a la llamada del Padre y a la moción del Espíritu, han elegido este camino de especial seguimiento de Cristo, para dedicarse a El con corazón « indiviso » (cf. 1 Co 7, 34). También ellos, como los Apóstoles, han dejado todo para estar con El y ponerse, como El, al servicio de Dios y de los hermanos. De este modo han contribuido a manifestar el misterio y la misión de la Iglesia con los múltiples carismas de vida espiritual y apostólica que les distribuía el Espíritu Santo, y por ello han cooperado también a renovar la sociedad. (1)

María es ejemplo sublime de perfecta consagración, por su pertenencia plena y entrega total a Dios. Elegida por el Señor, que quiso realizar en ella el misterio de la Encarnación, recuerda a los consagrados la primacía de la iniciativa de Dios. Al mismo tiempo, habiendo dado su consentimiento a la Palabra divina, que se hizo carne en ella, María aparece como modelo de acogida de la gracia por parte de la criatura humana. (28)
No son pocos los que hoy se preguntan con perplejidad: ¿Para qué sirve la vida consagrada? ¿Por qué abrazar este género de vida cuando hay tantas necesidades en el campo de la caridad y de la misma evangelización a las que se pueden responder también sin asumir los compromisos peculiares de la vida consagrada? ¿No representa quizás la vida consagrada una especie de « despilfarro » de energías humanas que serían, según un criterio de eficiencia, mejor utilizadas en bienes más provechosos para la humanidad y la Iglesia?(104)

Estas preguntas son más frecuentes en nuestro tiempo, avivadas por una cultura utilitarista y tecnocrática, que tiende a valorar la importancia de las cosas y de las mismas personas en relación con su « funcionalidad » inmediata. Pero interrogantes semejantes han existido siempre, como demuestra elocuentemente el episodio evangélico de la unción de Betania: «María, tomando una libra de perfume de nardo puro, muy caro, ungió los pies de Jesús y los secó con sus cabellos. Y la casa se llenó del olor del perfume» (Jn 12, 3). A Judas, que con el pretexto de la necesidad de los pobres se lamentaba de tanto derroche, Jesús le responde: «Déjala» (Jn 12, 7). Esta es la respuesta siempre válida a la pregunta que tantos, aun de buena fe, se plantean sobe la actualidad de la vida consagrada: ¿No se podría dedicar la propia existencia de manera más eficiente y racional para mejorar la sociedad? He aquí la respuesta de Jesús: «Déjala».

A quien se le concede el don inestimable de seguir más de cerca al Señor Jesús, resulta obvio que Él puede y debe ser amado con corazón indiviso, que se puede entregar a Él toda la vida, y no sólo algunos gestos, momentos o ciertas actividades. El ungüento precioso derramado como puro acto de amor, más allá de cualquier consideración « utilitarista », es signo de una sobreabundancia de gratuidad, tal como se manifiesta en una vida gastada en amar y servir al Señor, para dedicarse a su persona y a su Cuerpo místico. De esta vida « derramada » sin escatimar nada se difunde el aroma que llena toda la casa. La casa de Dios, la Iglesia, hoy como ayer, está adornada y embellecida por la presencia de la vida consagrada.

Lo que a los ojos de los hombres puede parecer un despilfarro, para la persona seducida en el secreto de su corazón por la belleza y la bondad del Señor es una respuesta obvia de amor, exultante de gratitud por haber sido admitida de manera totalmente particular al conocimiento del Hijo y a la participación en su misión divina en el mundo.
(Cf. Vita Consecrata de Juan Pablo II)
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