Termina el año cristiano, y la Iglesia celebra el domingo de Cristo Rey. La liturgia nos relata el final de la pasión de Jesús en la que aparece como Rey. ¿Dónde está, Rey, tu reinado? Y ¿dónde tus súbditos leales?¿Adónde se fueron los incondicionales discípulos?¿En qué quedaron todos tus proyectos bienaventu rados?¿cómo es que este que se presenta así rey-de-los-judíos, ha nacido de mujer, se entretiene con niños, atiende a pobres y enfermos, se detiene con toda clase de pecadores, y pone en solfa nuestras leyes inhumanas? Así, todos, por temor, o desencanto, o indignación, o defraude... fueron abandonando a aquel Rey. Bueno, todos no. Estaban María, algunas mujeres y Juan. Y había otro más, el de la ultimísima hora: Dimas. Sólo Dimas no empleó el condicional de quien duda o niega, sino el imperativo de quien está seguro ante el acontecimiento que sus ojos ven: acuérdate de mí. La res puesta de Jesús no se hizo esperar: hoy estarás conmigo en el Paraíso.
Aquel Rey y su Reino no terminaron entonces. Aquel estar con Jesús y parti cipar en su reinado es lo que los cristianos hemos venido celebrando y prolongando durante siglos. Y es lo que en este último domingo del año litúrgico queremos es pecialmente recordar: que Él es el Rey de todo lo creado, el Rey de una nueva his toria, el Rey de una nueva humanidad
El reinado de Jesús no es una proclama fugaz y oportunista, no es un dis curso fácil y barato. Es, ni más ni menos, que devolver a la humanidad la posibili dad de volver a ser humana según el diseño de Dios; la posibilidad de reemprender aquel camino perdido que Dios ofreció antaño, y que una libertad no vivida en la luz, en la verdad y en el amor, llevó al traste. El reinado de Jesús es ese espacio de nueva historia en la que es posible vivir como hijos ante ...
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