En estos días en que, a través de los medios de
comunicación, vuelven a circular tantas leyendas sobre María Magdalena, vale la
pena recordarla tal cual el Evangelio nos la presenta.
Ella era una mujer judía del pueblo de Magdala (hoy
Migdal) a orillas del lago de Galilea y fue parte de aquel primer grupo de
varones y mujeres que formaron la comunidad de
Jesús:
Después, Jesús recorría las ciudades y los pueblos,
predicando y anunciando la Buena Noticia del Reino de Dios. Lo acompañaban los
doce y también algunas mujeres que habían sido curadas de malos espíritus y
enfermedades: María, llamada Magdalena, de la que habían salido siete demonios;
Juana, esposa de Cusa, intendente de Herodes, Susana y muchas otras, que los
servían con sus bienes. (Lc 8,1-3)
Las mujeres y los doce acompañan a Jesús en su tarea
evangelizadora. Esto, tal vez, no nos resulta extraño hoy, en que varones y
mujeres ejercemos diversos ministerios en la comunidad cristiana. Si nos
ubicamos en la cultura del siglo I, tanto en el ámbito judío como en el
grecorromano, resulta bastante llamativo que una mujer "descuide su
casa" para seguir a un maestro itinerante. Jesús pasa por alto esta norma
social, y por
eso, en su comunidad hay mujeres que participan activamente.
Ellas además son servidoras, generosamente, con los bienes y el servicio
material que aportan para el sostenimiento de la comunidad.
En cuanto a la forma de identificar a las mujeres, esta
identificación se daba habitualmente por el nombre del esposo o de los hijos.
Así, en el evangelio encontramos por ejemplo a María de Cleofás (Jn 19,25), o a
María la madre de Santiago y José (Mt 27,56). María es llamada Magdalena y esto
es también insólito. Ella es identificada por su lugar de origen, como los
varones (Jesús de Nazaret, José de Arimatea), y no por su relación con ningún
varón ni con hijos. Si pensamos en una mujer que ni está casada ni es madre, y además emprende la aventura de salir con su
Maestro por ciudades y pueblos anunciando el Reino de Dios, la imagen de María
Magdalena aparece como la de una mujer que se entrega como discípula libre y
totalmente.
¿Cómo entender la expresión de la que habían salido siete
demonios? En primer lugar, descartemos toda referencia a la prostitución como
muchos pretenden encontrar. Identificar siete demonios con prostitución no
tiene ningún fundamento bíblico. ¿O acaso de
los posesos a los que Jesús libera algún teólogo ha dicho que eran
prostitutos? Más bien, los evangelios muestran a los posesos como personas
desequilibradas, que se hacen daño a sí mismas y pierden el control sobre sus
actos, porque están dominadas por las fuerzas del mal (Mc 5,1-20; Mc 9,14-29).
No más que esto podemos decir para entender los siete demonios de María
Magdalena. El número siete nos habla de alguna situación realmente severa, no
de algo trivial. De modo que María Magdalena es descripta como una mujer
liberada del mal (mal que no hay por qué identificar con prostitución) y
agradecida a su Salvador.
María Magdalena, junto con otras mujeres discípulas,
siguió a Jesús a Jerusalén y permaneció
fiel hasta la cruz. Ella es nombrada en primer lugar dentro del grupo de
mujeres que permanecen en el Calvario (Mc 15,40-41). Y a ella antes que a nadie
se apareció Jesucristo resucitado y la envió a dar la Buena Noticia (Jn
20,11-18). Con toda justicia la Iglesia de los primeros siglos reconoce en ella
a la "apóstol de los apóstoles".
Como ya quedó dicho, en ningún momento el evangelio dice
de ella que fuera una prostituta. No conocemos el nombre de la prostituta de Lc 7,36-50 ni tampoco de
la adúltera que iban a lapidar de Jn
8,1-11, y los evangelios no dan ningún elemento que permita identificar a
ninguna de las dos con María Magdalena.
Recordemos a Santa María Magdalena por lo que ella fue,
discípula y anunciadora, y que ella interceda para que también nosotros seamos
discípulos del Maestro y anunciadores de la Buena Noticia de la Resurrección. (Ma Gloria Ladislao, teóloga)
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