La cuenta así
el monje Teófanes:
“Al monje que
me hacía de guía le dije:
-Pero ¿qué
clase de monje quieres ser?, me preguntó él. ¿Un monje verdadero?
-Sí, un monje
verdadero, le respondí.
Él echó vino
en una taza y me dijo: “Bébelo!”.
Apenas lo
bebí, ví cómo una esfera de cristal iba tomando forma en torno a mí, creciendo
y expandiéndose hasta envolvernos a los dos. El monje aquel, que hasta ese
momento me había parecido insignificante, se había vuelto de una belleza
extraordinaria. Enmudecí. De pronto me vino a la mente un pensamiento: “Debería
decirle qué hermoso es. Probablemente no lo sabe”.
No pude. Me
había vuelto mudo de verdad: aquel vino me había quemado la lengua. Cuando él
con un gesto me indicó que me fuera, salí de allí seguro de que el recuerdo de
aquella belleza sería para mí como una fuente inagotable de alegría. Pero cuál
fue mi sorpresa al descubrir que me sucedía lo mismo con cada persona que me
salía al paso: apenas uno cualquiera entraba en mi esfera de cristal, yo
contemplaba toda su belleza. Y me daba cuenta de que era una belleza real.
De seguro, ser
un monje verdadero significa precisamente eso: descubrir la belleza de los
otros, y quedar en silencio
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
DEJANOS TU COMENTARIO