jueves, 15 de agosto de 2013

15 de agosto: Solemnidad de la Asunción de María a los cielos


Ella no podía dar la espalda, perderse en las profundidades del infinito y dejar tantos huérfanos sintiendo nostalgias de la Madre que ganaron de Cristo.
Su misión sobre la tierra está lejos de haber acabado. Elevada al cielo, continúa presente, mientras haya aquí abajo un apóstol, un misionero o un cristiano luchando para construir el Reino de Dios.
Jamás el hombre podría prescindir de su presencia, como no podría prescindir de la presencia materna. Porque Él es siempre un eterno niño, en búsqueda de la madurez en la fe, necesitando de amparo y de afecto.
Por eso, creo en las manifestaciones de María, que son los signos de su presencia constante en medio del pueblo cristiano.
Creo en la asunción de María en cuerpo y alma. No sólo porque la Iglesia me pide que crea, sino también
porque sé, que no podría ser de otro modo.
La asunción es la conclusión lógica de la vida de María, como e sla meta final de nuestra pequeña historia, hecho inevitable de los que viven la fe.
La Asunción: inyección de esperanza y de alegría. Respuesta de Dios a nuestra fidelidad, a nuestro sufrir o morir. Pero ¿cuántos son los cristianos que realmente viven y se alegran en esta fe?
¿Cuántos son aquellos que en medio de la noche, aún piensan en el amanecer de la eternidad? ¿Cuántos son los que viven en la impaciencia de unirse con Cristo?
La Asunción no es un sueño, es una promesa para todos. Pero es urgente reavivar esta llama, antes que ella se apague para siempre.

Aquella que fue convocada para el cielo nos invita, hoy, a que levantemos la cabeza. Lo más alto posible. Hasta donde la tentación del mundo se vuelve ridícula. Hasta donde la esperanza se transforma en certeza.

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