domingo, 17 de febrero de 2019

Discurso del Papa Francisco en la Vigilia de Oración JMJ Panamá 2019





Queridos jóvenes, ¡buenas tardes!

Vimos este hermoso espectáculo sobre el Árbol de la Vida que nos muestra cómo la vida que Jesús nos regala es una historia de amor, una historia de vida que quiere mezclarse con la nuestra y echar raíces en la tierra de cada uno. Esa vida no es una salvación colgada 'en la nube' esperando ser descargada, ni una 'aplicación' nueva a descubrir o un ejercicio mental fruto de técnicas de autosuperación. Tampoco la vida que Dios nos ofrece es un 'tutorial' con el que aprender la última novedad. La salvación que Dios nos regala es [una invitación para] formar parte de una historia de amor que se entreteje con nuestras historias; que vive y quiere nacer entre nosotros para que demos fruto allí donde estemos, como estemos y con quien estemos. Allí viene el Señor a plantar y a plantarse; es el primero en decir 'sí' a nuestra vida, Él siempre va primero, es el primero a decir 'sí' nuestra historia, y quiere que también digamos 'sí' junto a Él. Él siempre nos primerea. Es primero. Y así sorprendió a María y la invitó a formar parte de esta historia de amor.

Sin lugar a dudas la joven de Nazaret no salía en las 'redes sociales' de la época. Ella no era una influencer, pero sin quererlo ni buscarlo se volvió la mujer que más influenció en la historia. Le podemos decir con confianza de hijos: María, la influencer de Dios. Con pocas palabras se animó a decir 'sí' y a confiar en el amor, a confiar en las promesas de Dios, que es la única fuerza capaz de renovar, de hacer nuevas todas las cosas. Y todos nosotros hoy tenemos algo que hacer nuevo adentro, hoy tenemos que dejar que Dios renueve algo en mi corazón. Pensemos un poquito: ¿Qué quiero yo que Dios renueve en mi corazón?

Siempre llama la atención la fuerza del 'sí' de María, joven, la fuerza de ese «hágase» que le dijo al ángel. Fue una cosa distinta a una aceptación pasiva o resignada, fue algo distinto a un 'sí' como diciendo: «bueno, vamos a probar a ver qué pasa». María no conocía esa expresión, «veamos a ver qué pasa». Era decidida, supo de qué se trataba y dijo sí, sin vueltas. Fue algo más, algo distinto, fue el 'sí' de quién quiere comprometerse y arriesgar, de quien quiere apostarlo todo, sin más seguridad que la certeza de saber que
era portadora de una promesa. Le pregunto a cada uno de ustedes, ¿se sienten portadores de una promesa? ¿Qué promesa tengo en el corazón para llevar adelante?

María sin dudas tendría una misión muy difícil, pero las dificultades no eran una razón para decir 'no'. Seguro que tendría complicaciones, pero no serían las mismas complicaciones que se producen cuando la cobardía nos paraliza por no tener todo claro o asegurado de antemano. María no compró un seguro de vida, María se jugó y por eso es fuerte, por eso es una influencer, es la influencer de Dios. El 'sí' y las ganas de servir fueron más fuertes que las dudas y las dificultades.

Esta tarde también escuchamos cómo el 'sí' de María hace eco y se multiplica de generación en generación. Muchos jóvenes a ejemplo de María arriesgan y apuestan guiados por una promesa. Gracias, Erika y Rogelio, por el testimonio que nos han regalado. Fueron valientes estos, merecen un aplauso. Gracias.

Compartieron sus temores, las dificultades, todo el riesgo vivido ante el nacimiento de Inés. En un momento dijeron: «A los padres, por diversas circunstancias, nos cuesta aceptar la llegada de un bebé con alguna enfermedad o discapacidad», eso es cierto, es comprensible. Pero lo sorprendente fue cuando agregaron: «al nacer nuestra hija decidimos amarla con todo nuestro corazón». Ante su llegada, frente a todos los anuncios y dificultades que aparecían, tomaron una decisión y dijeron como María «hágase», decidieron amarla. Frente a la vida de vuestra hija frágil, indefensa y necesitada la respuesta de ustedes, Erika y Rogelio, fue 'sí' y ahí tenemos a Inés. ¡Ustedes se animaron a creer que el mundo no es solo para los fuertes! ¡Gracias!

Decir 'sí' al Señor, es animarse a abrazar la vida como viene con toda su fragilidad y pequeñez y hasta muchas veces con todas sus contradicciones e insignificancias con el mismo amor con el que nos hablaron Erika y Rogelio. Asumir la vida como viene. Es abrazar nuestra patria, nuestras familias, nuestros amigos tal como son, también con sus fragilidades y pequeñeces. Abrazar la vida se manifiesta también cuando damos la bienvenida a todo lo que no es perfecto, a todo lo que no es puro ni destilado, pero por eso no es menos digno de amor. ¿Acaso alguien por ser discapacitado o frágil no es digno de amor? Les pregunto, ¿un discapacitado, una persona discapacitada, una persona frágil, es digna de amor? Sí. Entendieron.

Otra pregunta, a ver cómo responden: ¿Alguien por ser extranjero, por haberse equivocado, por estar enfermo o en una prisión, es digno de amor? Y así lo hizo Jesús: abrazó al leproso, al ciego, al paralítico, abrazó al fariseo y al pecador. Abrazó al ladrón en la cruz, e incluso abrazó y perdonó a quienes lo estaban crucificando.

¿Por qué? Porque solo lo que se ama puede ser salvado. Vos no podes salvar una persona, vos no podes salvar una situación si no la amas. Solo lo que se ama puede ser salvado. ¿Lo repetimos? Solo lo que se ama puede ser salvado.

Por eso nosotros somos salvados por Jesús, porque nos ama. Y nos puede con su genio. Podemos hacerle las mil y una, pero nos ama, y nos salva, porque solo lo que se ama puede ser salvado. Solo lo que se abraza puede ser transformado. El amor del Señor es más grande que todas nuestras contradicciones, que todas nuestras fragilidades y que todas nuestras pequeñeces. Pero es precisamente a través de nuestras contradicciones, fragilidades y pequeñeces, como Él quiere escribir esta historia de amor. Abrazó al hijo pródigo, abrazó a Pedro después de las negaciones y nos abraza siempre, siempre, siempre después de nuestras caídas ayudándonos a levantarnos y ponernos de pie. Porque la verdadera caída, atención a esto, la verdadera caída, la que es capaz de arruinarnos la vida es la de permanecer en el piso y no dejarse ayudar. Hay un canto alpino muy lindo que van cantando mientras suben la montaña: en el arte de ascender la victoria no está en no caer, sino en no permanecer caído. No permanecer caído. La mano para que te alcen. No permanecer caído.

El primer paso es no tener miedo de recibir la vida como viene, no tener miedo de abrazar la vida, como es. Este es el árbol de la vida que hemos visto hoy.

Gracias Alfredo por tu testimonio y la valentía de compartirlo con todos nosotros. Me impresionó mucho cuando decías: «comencé a trabajar en la construcción hasta que se terminó dicho proyecto. Sin empleo las cosas tomaron otro color: sin colegio, sin ocupación y sin trabajo». Lo resumo en los cuatro 'sin' que dejaron nuestra vida sin raíces y se seca: sin trabajo, sin educación, sin comunidad y sin familia. Es decir, vida sin raíces. Estos cuatro 'sin', matan.

Es imposible que alguien crezca si no tiene raíces fuertes que ayuden a estar bien sostenido y agarrado a la tierra. Es fácil 'volarse' cuando no hay de dónde agarrarse, de dónde sujetarse. Esta es una pregunta que los mayores estamos obligados a hacernos, los mayores que estamos aquí, es más, es una pregunta que ustedes los jóvenes tendrán que hacernos a los mayores, y tendremos el deber de respondérsela: ¿Qué raíces les estamos dando?, ¿qué cimientos para construirse como personas les estamos facilitando? Qué fácil resulta criticar a los jóvenes y pasar el tiempo murmurando si les privamos de oportunidades laborales, educativas y comunitarias desde donde agarrarse y soñar un futuro. Sin educación es difícil soñar futuro, sin trabajo es muy difícil soñar futuro, sin familia y sin comunidad es casi imposible soñar futuro. Porque soñar el futuro es aprender a responder no solo para qué vivo, sino para quién vivo, para quién vale la pena gastar mi vida. Y eso lo tenemos que facilitar nosotros los mayores dándoles trabajo, educación, comunidad, oportunidades.

Como nos decía Alfredo, cuando uno se descuelga y queda sin trabajo, sin educación, sin comunidad y sin familia, al final del día nos sentimos vacíos y terminamos llenando ese vacío con cualquier cosa, con cualquier verdura. Porque ya no sabemos para quién vivir, luchar y amar.

A los mayores que están aquí y a los que nos están viendo, les pregunto: ¿Qué hacés vos para generar futuro en los jóvenes de hoy?, ¿sos capaz de luchar para que tengan educación, para que tengan trabajo, para que tengan familia, para que tengan comunidad? Cada uno de los grandes respondámonos en el corazón.

Recuerdo una vez, charlando con unos jóvenes, uno me pregunta: «¿Por qué hoy muchos jóvenes no se preguntan sobre si Dios existe o les cuesta creer en Él y les falta tanto compromiso por la vida?» Les contesté: «Y ustedes, ¿qué piensan sobre esto?» Entre las respuestas que surgieron en la conversación me acuerdo de una que me tocó el corazón y tiene que ver con la experiencia que Alfredo compartía: «Padre, es que muchos de los jóvenes sienten que poco a poco dejaron de existir para otros, se sienten muchas veces invisibles». Muchos jóvenes sienten que dejaron de existir para otros, para la familia, para la sociedad, para la comunidad, y entonces muchas veces se sienten invisibles. Es la cultura del abandono y de la falta de consideración. No digo todos, pero muchos sienten que no tienen mucho o nada para aportar porque no cuentan con espacios reales desde dónde sentirse convocados. ¿Cómo van a pensar que Dios existe si ellos, estos jóvenes, hace tiempo que dejaron de existir para sus hermanos y para la sociedad? Así los estamos empujando a no mirar el futuro y a caer en las garras de cualquier droga, de cualquier cosa que los destruya. Podemos preguntarnos: ¿Qué hago yo con los jóvenes que veo?, ¿los critico o no me interesa?, ¿los ayudo o no me interesa?, ¿es verdad que para mí dejaron de existir hace tiempo?

Lo sabemos bien, no basta estar todo el día conectado para sentirse reconocido y amado. Sentirse considerado e invitado a algo es más grande que estar 'en la red'. Significa encontrar espacios en el que puedan con sus manos, con su corazón y con su cabeza sentirse parte de una comunidad más grande que los necesita, y que también ustedes, jóvenes, necesitan.

Y eso los santos lo entendieron bien. Pienso por ejemplo en Don Bosco que no se fue a buscar a los jóvenes a ninguna parte. A ver acá los que quieren a Don Bosco, un aplauso. Don Bosco no se fue a buscar a los jóvenes a ninguna parte lejana o especial, simplemente aprendió a mirar, a ver todo lo que pasaba a su alrededor, en la ciudad, y a mirarlo con los ojos de Dios. Y así, su corazón fue golpeado por cientos de niños, de jóvenes abandonados sin estudio, sin trabajo y sin la mano amiga de una comunidad. Mucha gente vivía en la misma ciudad, muchos criticaban a esos jóvenes, pero no sabían mirarlos con los ojos de Dios. A los jóvenes hay que mirarlos con los ojos de Dios.

Él lo hizo, se animó Don Bosco, y se animó a dar ese primer paso: abrazó la vida como se presenta y, a partir de ahí, no tuvo miedo de dar el segundo paso: crear con ellos una comunidad, una familia, donde con trabajo, estudio se sintieran amados. Darles raíces desde donde sujetarse para que puedan llegar al cielo, para que puedan ser alguien en la sociedad, darles raíces para se agarren y no los tire abajo el primer viento que viene. Eso hizo Don Bosco, eso hacen los santos, eso hacen las comunidades que saben mirar a los jóvenes con los ojos de Dios. ¿Se animan ustedes los grandes a mirar a los jóvenes con los ojos de Dios?

Pienso en muchos lugares de nuestra América Latina que promueven lo que llaman familia grande, hogar de Cristo que, con el mismo espíritu de otros centros, buscan recibir la vida como viene en su totalidad y complejidad porque saben que el árbol siempre guarda una esperanza si es cortado, aún puede retoñar, y no dejará de echar renuevos (Jb 14, 7). Y siempre se puede «retoñar y echar renuevos», siempre se puede empezar de nuevo. Cuando hay una comunidad, calor de hogar donde echar raíces, que brinda la confianza necesaria y prepara el corazón para descubrir un nuevo horizonte: horizonte de hijo amado, buscado, encontrado y entregado a una misión. Por medio de rostros concretos es como el Señor se hace presente. Decir 'sí' como María a esta historia de amor es decir 'sí' a ser instrumentos para construir, en nuestros barrios, comunidades eclesiales capaces de callejear la ciudad, abrazar y tejer nuevas relaciones. Ser un influencer en el siglo XXI es ser custodios de las raíces, custodios de todo aquello que impide que nuestra vida se vuelva gaseosa, que nuestra vida se evapore en la nada. Ustedes los mayores sean custodios de todo aquello que nos permita sentirnos parte los unos de los otros, custodios de todo aquello que nos haga sentir que nos pertenecemos.

Así lo vivió Nirmeen en la Jornada Mundial de la Juventud de Cracovia. Se encontró con una comunidad viva y alegre, que le salió al encuentro, le dio pertenencia, por lo tanto identidad, y le permitió vivir la alegría que significa ser encontrada por Jesús. Nirmeen le esquivaba a Jesús, tenía sus distancias hasta que alguien le hizo ver raíces, le dio pertenencia y esa comunidad la animó a comenzar ese camino que ella nos contó.

Un santo latinoamericano una vez se preguntó: «El progreso de la sociedad, ¿será sólo para llegar a poseer el último auto o adquirir la última técnica del mercado? ¿En eso se resume toda la grandeza del hombre? ¿No hay nada más que vivir para esto?» [cf. SAN ALBERTO HURTADO, Meditación de Semana Santa para jóvenes, 1946]. Yo les pregunto a los jóvenes: ¿Ustedes quieren esta grandeza o no? ¡No! La grandeza no es solo tener el último auto, adquirir la última técnica del mercado. Ustedes fueron creados para algo más. María lo comprendió y dijo: «¡Hágase!» Erika y Rogelio lo comprendieron y dijeron: «¡Hágase!» Alfredo lo comprendió y dijo: «¡Hágase!» Nirmeen lo comprendió y dijo: «¡Hágase!» Los hemos escuchado aquí. Amigos, les pregunto: ¿Están dispuestos a decir que sí? ¡Sí! (Aprendieron a contestar, ya me gusta más).

El Evangelio nos enseña que el mundo no será mejor porque haya menos personas enfermas, menos personas débiles, menos personas frágiles o ancianas de quien ocuparse e incluso no porque haya menos pecadores; no, no será mejor por eso. El mundo será mejor cuando sean más las personas que, como estos amigos que nos han hablado, estén dispuestos y se animen a gestar el mañana, a creer en la fuerza transformadora del amor de Dios. A ustedes jóvenes les pregunto: ¿Quieren ser influencer al estilo de María. Ella se animó a decir «hágase»? Solo el amor nos vuelve más humanos, no las peleas, no el bullying, no el estudio solo; solo el amor nos vuelve más humanos, más plenos, todo el resto son buenos pero vacíos placebos.

Dentro de un momento nos vamos a encontrar con Jesús vivo en la Eucaristía. Seguro que van a tener muchas cosas que decirle, muchas cosas que contarle sobre distintas situaciones de sus vidas, de sus familias y de sus países.

Estando frente a Jesús, cara a cara, anímense, no tengan miedo de abrirle el corazón para que Él renueve el fuego de su amor, que los impulse a abrazar la vida con toda su fragilidad, con toda su pequeñez, pero también con toda su grandeza y hermosura. Que Jesús los ayude a descubrir la belleza de estar vivos y despiertos, vivos y despiertos.

No tengan miedo de decirle a Jesús que ustedes también quieren tomar parte en su historia de amor en el mundo, ¡que están para más!

Amigos: les pido también que en ese cara a cara con Jesús sean buenos y le pidan por mí para que yo tampoco tenga miedo de abrazar la vida, para que sea capaz de cuidar las raíces y sea capaz de decir como María: ¡Hágase según tu palabra!

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