Queridos jóvenes, ¡buenas tardes!
Vimos este hermoso espectáculo sobre el Árbol de la Vida
que nos muestra cómo la vida que Jesús nos regala es una historia de amor, una
historia de vida que quiere mezclarse con la nuestra y echar raíces en la
tierra de cada uno. Esa vida no es una salvación colgada 'en la nube' esperando
ser descargada, ni una 'aplicación' nueva a descubrir o un ejercicio mental
fruto de técnicas de autosuperación. Tampoco la vida que Dios nos ofrece es un
'tutorial' con el que aprender la última novedad. La salvación que Dios nos
regala es [una invitación para] formar parte de una historia de amor que se
entreteje con nuestras historias; que vive y quiere nacer entre nosotros para
que demos fruto allí donde estemos, como estemos y con quien estemos. Allí
viene el Señor a plantar y a plantarse; es el primero en decir 'sí' a nuestra
vida, Él siempre va primero, es el primero a decir 'sí' nuestra historia, y
quiere que también digamos 'sí' junto a Él. Él siempre nos primerea. Es
primero. Y así sorprendió a María y la invitó a formar parte de esta historia
de amor.
Sin lugar a dudas la joven de Nazaret no salía en las
'redes sociales' de la época. Ella no era una influencer, pero sin quererlo ni
buscarlo se volvió la mujer que más influenció en la historia. Le podemos decir
con confianza de hijos: María, la influencer de Dios. Con pocas palabras se
animó a decir 'sí' y a confiar en el amor, a confiar en las promesas de Dios,
que es la única fuerza capaz de renovar, de hacer nuevas todas las cosas. Y
todos nosotros hoy tenemos algo que hacer nuevo adentro, hoy tenemos que dejar
que Dios renueve algo en mi corazón. Pensemos un poquito: ¿Qué quiero yo que
Dios renueve en mi corazón?
Siempre llama la atención la fuerza del 'sí' de María,
joven, la fuerza de ese «hágase» que le dijo al ángel. Fue una cosa distinta a
una aceptación pasiva o resignada, fue algo distinto a un 'sí' como diciendo:
«bueno, vamos a probar a ver qué pasa». María no conocía esa expresión, «veamos
a ver qué pasa». Era decidida, supo de qué se trataba y dijo sí, sin vueltas.
Fue algo más, algo distinto, fue el 'sí' de quién quiere comprometerse y
arriesgar, de quien quiere apostarlo todo, sin más seguridad que la certeza de
saber que
era portadora de una promesa. Le pregunto a cada uno de ustedes, ¿se
sienten portadores de una promesa? ¿Qué promesa tengo en el corazón para llevar
adelante?
María sin dudas tendría una misión muy difícil, pero las
dificultades no eran una razón para decir 'no'. Seguro que tendría
complicaciones, pero no serían las mismas complicaciones que se producen cuando
la cobardía nos paraliza por no tener todo claro o asegurado de antemano. María
no compró un seguro de vida, María se jugó y por eso es fuerte, por eso es una
influencer, es la influencer de Dios. El 'sí' y las ganas de servir fueron más
fuertes que las dudas y las dificultades.
Esta tarde también escuchamos cómo el 'sí' de María hace
eco y se multiplica de generación en generación. Muchos jóvenes a ejemplo de
María arriesgan y apuestan guiados por una promesa. Gracias, Erika y Rogelio,
por el testimonio que nos han regalado. Fueron valientes estos, merecen un
aplauso. Gracias.
Compartieron sus temores, las dificultades, todo el
riesgo vivido ante el nacimiento de Inés. En un momento dijeron: «A los padres,
por diversas circunstancias, nos cuesta aceptar la llegada de un bebé con
alguna enfermedad o discapacidad», eso es cierto, es comprensible. Pero lo
sorprendente fue cuando agregaron: «al nacer nuestra hija decidimos amarla con
todo nuestro corazón». Ante su llegada, frente a todos los anuncios y
dificultades que aparecían, tomaron una decisión y dijeron como María «hágase»,
decidieron amarla. Frente a la vida de vuestra hija frágil, indefensa y
necesitada la respuesta de ustedes, Erika y Rogelio, fue 'sí' y ahí tenemos a
Inés. ¡Ustedes se animaron a creer que el mundo no es solo para los fuertes!
¡Gracias!
Decir 'sí' al Señor, es animarse a abrazar la vida como
viene con toda su fragilidad y pequeñez y hasta muchas veces con todas sus
contradicciones e insignificancias con el mismo amor con el que nos hablaron
Erika y Rogelio. Asumir la vida como viene. Es abrazar nuestra patria, nuestras
familias, nuestros amigos tal como son, también con sus fragilidades y
pequeñeces. Abrazar la vida se manifiesta también cuando damos la bienvenida a
todo lo que no es perfecto, a todo lo que no es puro ni destilado, pero por eso
no es menos digno de amor. ¿Acaso alguien por ser discapacitado o frágil no es
digno de amor? Les pregunto, ¿un discapacitado, una persona discapacitada, una
persona frágil, es digna de amor? Sí. Entendieron.
Otra pregunta, a ver cómo responden: ¿Alguien por ser
extranjero, por haberse equivocado, por estar enfermo o en una prisión, es
digno de amor? Y así lo hizo Jesús: abrazó al leproso, al ciego, al paralítico,
abrazó al fariseo y al pecador. Abrazó al ladrón en la cruz, e incluso abrazó y
perdonó a quienes lo estaban crucificando.
¿Por qué? Porque solo lo que se ama puede ser salvado.
Vos no podes salvar una persona, vos no podes salvar una situación si no la
amas. Solo lo que se ama puede ser salvado. ¿Lo repetimos? Solo lo que se ama
puede ser salvado.
Por eso nosotros somos salvados por Jesús, porque nos
ama. Y nos puede con su genio. Podemos hacerle las mil y una, pero nos ama, y
nos salva, porque solo lo que se ama puede ser salvado. Solo lo que se abraza
puede ser transformado. El amor del Señor es más grande que todas nuestras
contradicciones, que todas nuestras fragilidades y que todas nuestras
pequeñeces. Pero es precisamente a través de nuestras contradicciones,
fragilidades y pequeñeces, como Él quiere escribir esta historia de amor.
Abrazó al hijo pródigo, abrazó a Pedro después de las negaciones y nos abraza
siempre, siempre, siempre después de nuestras caídas ayudándonos a levantarnos
y ponernos de pie. Porque la verdadera caída, atención a esto, la verdadera
caída, la que es capaz de arruinarnos la vida es la de permanecer en el piso y
no dejarse ayudar. Hay un canto alpino muy lindo que van cantando mientras
suben la montaña: en el arte de ascender la victoria no está en no caer, sino
en no permanecer caído. No permanecer caído. La mano para que te alcen. No
permanecer caído.
El primer paso es no tener miedo de recibir la vida como
viene, no tener miedo de abrazar la vida, como es. Este es el árbol de la vida
que hemos visto hoy.
Gracias Alfredo por tu testimonio y la valentía de
compartirlo con todos nosotros. Me impresionó mucho cuando decías: «comencé a
trabajar en la construcción hasta que se terminó dicho proyecto. Sin empleo las
cosas tomaron otro color: sin colegio, sin ocupación y sin trabajo». Lo resumo
en los cuatro 'sin' que dejaron nuestra vida sin raíces y se seca: sin trabajo,
sin educación, sin comunidad y sin familia. Es decir, vida sin raíces. Estos
cuatro 'sin', matan.
Es imposible que alguien crezca si no tiene raíces
fuertes que ayuden a estar bien sostenido y agarrado a la tierra. Es fácil
'volarse' cuando no hay de dónde agarrarse, de dónde sujetarse. Esta es una
pregunta que los mayores estamos obligados a hacernos, los mayores que estamos
aquí, es más, es una pregunta que ustedes los jóvenes tendrán que hacernos a
los mayores, y tendremos el deber de respondérsela: ¿Qué raíces les estamos
dando?, ¿qué cimientos para construirse como personas les estamos facilitando?
Qué fácil resulta criticar a los jóvenes y pasar el tiempo murmurando si les
privamos de oportunidades laborales, educativas y comunitarias desde donde
agarrarse y soñar un futuro. Sin educación es difícil soñar futuro, sin trabajo
es muy difícil soñar futuro, sin familia y sin comunidad es casi imposible
soñar futuro. Porque soñar el futuro es aprender a responder no solo para qué
vivo, sino para quién vivo, para quién vale la pena gastar mi vida. Y eso lo
tenemos que facilitar nosotros los mayores dándoles trabajo, educación,
comunidad, oportunidades.
Como nos decía Alfredo, cuando uno se descuelga y queda
sin trabajo, sin educación, sin comunidad y sin familia, al final del día nos
sentimos vacíos y terminamos llenando ese vacío con cualquier cosa, con
cualquier verdura. Porque ya no sabemos para quién vivir, luchar y amar.
A los mayores que están aquí y a los que nos están
viendo, les pregunto: ¿Qué hacés vos para generar futuro en los jóvenes de
hoy?, ¿sos capaz de luchar para que tengan educación, para que tengan trabajo,
para que tengan familia, para que tengan comunidad? Cada uno de los grandes
respondámonos en el corazón.
Recuerdo una vez, charlando con unos jóvenes, uno me
pregunta: «¿Por qué hoy muchos jóvenes no se preguntan sobre si Dios existe o
les cuesta creer en Él y les falta tanto compromiso por la vida?» Les contesté:
«Y ustedes, ¿qué piensan sobre esto?» Entre las respuestas que surgieron en la
conversación me acuerdo de una que me tocó el corazón y tiene que ver con la
experiencia que Alfredo compartía: «Padre, es que muchos de los jóvenes sienten
que poco a poco dejaron de existir para otros, se sienten muchas veces
invisibles». Muchos jóvenes sienten que dejaron de existir para otros, para la
familia, para la sociedad, para la comunidad, y entonces muchas veces se
sienten invisibles. Es la cultura del abandono y de la falta de consideración.
No digo todos, pero muchos sienten que no tienen mucho o nada para aportar
porque no cuentan con espacios reales desde dónde sentirse convocados. ¿Cómo
van a pensar que Dios existe si ellos, estos jóvenes, hace tiempo que dejaron
de existir para sus hermanos y para la sociedad? Así los estamos empujando a no
mirar el futuro y a caer en las garras de cualquier droga, de cualquier cosa
que los destruya. Podemos preguntarnos: ¿Qué hago yo con los jóvenes que veo?,
¿los critico o no me interesa?, ¿los ayudo o no me interesa?, ¿es verdad que
para mí dejaron de existir hace tiempo?
Lo sabemos bien, no basta estar todo el día conectado
para sentirse reconocido y amado. Sentirse considerado e invitado a algo es más
grande que estar 'en la red'. Significa encontrar espacios en el que puedan con
sus manos, con su corazón y con su cabeza sentirse parte de una comunidad más
grande que los necesita, y que también ustedes, jóvenes, necesitan.
Y eso los santos lo entendieron bien. Pienso por ejemplo
en Don Bosco que no se fue a buscar a los jóvenes a ninguna parte. A ver acá
los que quieren a Don Bosco, un aplauso. Don Bosco no se fue a buscar a los
jóvenes a ninguna parte lejana o especial, simplemente aprendió a mirar, a ver
todo lo que pasaba a su alrededor, en la ciudad, y a mirarlo con los ojos de
Dios. Y así, su corazón fue golpeado por cientos de niños, de jóvenes
abandonados sin estudio, sin trabajo y sin la mano amiga de una comunidad.
Mucha gente vivía en la misma ciudad, muchos criticaban a esos jóvenes, pero no
sabían mirarlos con los ojos de Dios. A los jóvenes hay que mirarlos con los
ojos de Dios.
Él lo hizo, se animó Don Bosco, y se animó a dar ese
primer paso: abrazó la vida como se presenta y, a partir de ahí, no tuvo miedo
de dar el segundo paso: crear con ellos una comunidad, una familia, donde con
trabajo, estudio se sintieran amados. Darles raíces desde donde sujetarse para
que puedan llegar al cielo, para que puedan ser alguien en la sociedad, darles
raíces para se agarren y no los tire abajo el primer viento que viene. Eso hizo
Don Bosco, eso hacen los santos, eso hacen las comunidades que saben mirar a
los jóvenes con los ojos de Dios. ¿Se animan ustedes los grandes a mirar a los
jóvenes con los ojos de Dios?
Pienso en muchos lugares de nuestra América Latina que
promueven lo que llaman familia grande, hogar de Cristo que, con el mismo
espíritu de otros centros, buscan recibir la vida como viene en su totalidad y
complejidad porque saben que el árbol siempre guarda una esperanza si es
cortado, aún puede retoñar, y no dejará de echar renuevos (Jb 14, 7). Y siempre
se puede «retoñar y echar renuevos», siempre se puede empezar de nuevo. Cuando
hay una comunidad, calor de hogar donde echar raíces, que brinda la confianza
necesaria y prepara el corazón para descubrir un nuevo horizonte: horizonte de
hijo amado, buscado, encontrado y entregado a una misión. Por medio de rostros
concretos es como el Señor se hace presente. Decir 'sí' como María a esta
historia de amor es decir 'sí' a ser instrumentos para construir, en nuestros barrios,
comunidades eclesiales capaces de callejear la ciudad, abrazar y tejer nuevas
relaciones. Ser un influencer en el siglo XXI es ser custodios de las raíces,
custodios de todo aquello que impide que nuestra vida se vuelva gaseosa, que
nuestra vida se evapore en la nada. Ustedes los mayores sean custodios de todo
aquello que nos permita sentirnos parte los unos de los otros, custodios de
todo aquello que nos haga sentir que nos pertenecemos.
Así lo vivió Nirmeen en la Jornada Mundial de la Juventud
de Cracovia. Se encontró con una comunidad viva y alegre, que le salió al
encuentro, le dio pertenencia, por lo tanto identidad, y le permitió vivir la
alegría que significa ser encontrada por Jesús. Nirmeen le esquivaba a Jesús,
tenía sus distancias hasta que alguien le hizo ver raíces, le dio pertenencia y
esa comunidad la animó a comenzar ese camino que ella nos contó.
Un santo latinoamericano una vez se preguntó: «El
progreso de la sociedad, ¿será sólo para llegar a poseer el último auto o
adquirir la última técnica del mercado? ¿En eso se resume toda la grandeza del
hombre? ¿No hay nada más que vivir para esto?» [cf. SAN ALBERTO HURTADO,
Meditación de Semana Santa para jóvenes, 1946]. Yo les pregunto a los jóvenes:
¿Ustedes quieren esta grandeza o no? ¡No! La grandeza no es solo tener el
último auto, adquirir la última técnica del mercado. Ustedes fueron creados
para algo más. María lo comprendió y dijo: «¡Hágase!» Erika y Rogelio lo
comprendieron y dijeron: «¡Hágase!» Alfredo lo comprendió y dijo: «¡Hágase!»
Nirmeen lo comprendió y dijo: «¡Hágase!» Los hemos escuchado aquí. Amigos, les
pregunto: ¿Están dispuestos a decir que sí? ¡Sí! (Aprendieron a contestar, ya
me gusta más).
El Evangelio nos enseña que el mundo no será mejor porque
haya menos personas enfermas, menos personas débiles, menos personas frágiles o
ancianas de quien ocuparse e incluso no porque haya menos pecadores; no, no
será mejor por eso. El mundo será mejor cuando sean más las personas que, como
estos amigos que nos han hablado, estén dispuestos y se animen a gestar el
mañana, a creer en la fuerza transformadora del amor de Dios. A ustedes jóvenes
les pregunto: ¿Quieren ser influencer al estilo de María. Ella se animó a decir
«hágase»? Solo el amor nos vuelve más humanos, no las peleas, no el bullying,
no el estudio solo; solo el amor nos vuelve más humanos, más plenos, todo el
resto son buenos pero vacíos placebos.
Dentro de un momento nos vamos a encontrar con Jesús vivo
en la Eucaristía. Seguro que van a tener muchas cosas que decirle, muchas cosas
que contarle sobre distintas situaciones de sus vidas, de sus familias y de sus
países.
Estando frente a Jesús, cara a cara, anímense, no tengan
miedo de abrirle el corazón para que Él renueve el fuego de su amor, que los
impulse a abrazar la vida con toda su fragilidad, con toda su pequeñez, pero
también con toda su grandeza y hermosura. Que Jesús los ayude a descubrir la
belleza de estar vivos y despiertos, vivos y despiertos.
No tengan miedo de decirle a Jesús que ustedes también
quieren tomar parte en su historia de amor en el mundo, ¡que están para más!
Amigos: les pido también que en ese cara a cara con Jesús
sean buenos y le pidan por mí para que yo tampoco tenga miedo de abrazar la
vida, para que sea capaz de cuidar las raíces y sea capaz de decir como María:
¡Hágase según tu palabra!
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