Leyendo el Evangelio de este día, los discípulos de Emaús, recordé un texto del P. José Luis Descalzo que habla de la alegría. Los peregrinos de Emaús iban tristes, desanimados, habían perdido el gozo y la esperanza. A veces a nosotros nos pasa un poco eso, se nos escapa la alegría y la esperanza, olvidamos nuestra identidad, dónde nacimos y el fundamento de nuestra vida.
Te dejamos este texto y te preguntamos ¿qué hiciste con tu gozo? Ojala puedas recuperarlo en el camino y al partir el Pan.
Testigos de la resurrección,
mensajeros del gozo
Muchas veces he pensado yo que la
gran pregunta que Cristo va a hacernos el día del juicio final es una que nadie
se espera. «Cristianos —nos dirá—: «¿Qué han hecho de su gozo?». Porque Jesús
nos dejó su paz y su gozo como la mejor de las herencias: «Les doy mi gozo.
Quiero que tengan en ustedes mi propio gozo y que su gozo sea completo», dice
en el Evangelio de San Juan. «No teman. Yo volveré a ustedes y su tristeza se
convertirá en gozo», dijo poco antes de su pasión. Y también: «Si me aman,
tendrán que alegrarse». «Volveré a ustedes y su corazón se regocijará y el gozo
que entonces experimentarán nadie se lo podrá arrebatar». «Pidan y recibirán y
su gozo será completo».
¿Y qué hemos hecho nosotros de
ese gozo del que Jesús nos hizo depositarios? Es curioso: la mayor parte de los
cristianos ni siquiera se ha enterado de él. Son muchos los creyentes que
parecen más
dispuestos a acompañar a Jesús en sus dolores que en sus alegrías,
en su dolor que en su resurrección. Piensen por ejemplo: durante las semanas de
Cuaresma se celebran actos religiosos especiales, con penitencias, con
oraciones. Pero, tras la resurrección, la Iglesia ha colocado una segunda
cuaresma, los días que van desde la resurrección hasta la ascensión. ¿Y quién
los celebra? ¿Quién al menos los recuerda?
Impresiona pensar que en el
Calvario tuvo Cristo al menos unos cuantos discípulos y mujeres que le
acompañaban. Pero no había nadie cuando resucitó. Da la impresión de que la
vida de Cristo hubiera concluido con la muerte, que no creyéramos en serio en
la resurrección. Muchos cristianos parecen pensar —como dice Evely— que tras la
cuaresma y la semana santa los cristianos ya nos hemos ganado unas buenas
vacaciones espirituales. Y si nos dicen: «Cristo ha resucitado»; pensamos: qué
bien. Ya descansa en los cielos. Lo hemos jubilado con una pensión por los
servicios prestados. Ya no tenemos nada que hacer con Él. Necesitó que le
acompañásemos en sus dolores. ¿Para qué vamos a acompañarle en sus alegrías?
Y, sin embargo, lo esencial de
los cristianos es ser testigos de la resurrección. ¿Lo somos? ¿O la gente nos
ve como seres tristes y aburridos? ¿O piensa que los curas somos espantapájaros
pregoneros de la muerte, del pecado y del infierno únicamente? Tendríamos que
recordar que los cristianos somos ante todo eso: testigos de la resurrección,
mensajeros del gozo.
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