La noche oscura es un símbolo, porque evoca muchas cosas: silencio, oscuridad, encuentro, luz, dolor, belleza, descanso, soledad, abandono, gozo, opción… Creación original de san Juan de la Cruz, ha pasado a formar parte de la cultura espiritual, y hoy son muchos los que la utilizan.
«En una noche oscura, con ansias, en amores inflamada, ¡oh dichosa ventura!, salí sin ser notada estando ya mi casa sosegada» (San Juan de la Cruz).
La noche oscura es experiencia. La pasan, con diferentes matices, todas las personas y también las diferentes épocas de la historia. Son situaciones de alto riesgo que desafían a la existencia humana: la pandemia, la persecución , la calumnia, el cáncer, la opción por valores que no se llevan, los caminos desde el caos interior a la fe, la opresión de los poderosos, el sida, la situación de los que no tienen techo ni papeles, la oscuridad de la vida cotidiana, el paro, incapacidad de muchos pueblos para ver la aurora…
La noche oscura es recuerdo de Jesús, que vivió la noche («Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado?») como una noche oscura personal y como la noche oscura de todos sus hermanos y hermanas de todos los tiempos, a la espera del día de Dios.
«¡Qué bien sé yo la fonte que mana y corre,
aunque es de
noche!» (San Juan de la Cruz).
Lo que en realidad sucede es que Dios interviene en nuestra vida para hacer de nosotros mujeres y hombres nuevos. Si nos oscurece es para darnos más luz, si nos abaja es para ensalzarnos, si nos empobrece es para hacernos gozar de todas las cosas en libertad. «Sé tú mismo y yo seré tuyo» (Nicolás de Cusa).
Como el
gusano que se encierra en el capullo y de él nace una mariposa blanca, así en
la angustia y el desconcierto de la noche se produce un nuevo nacimiento. Y
surge una persona con más capacidad de esperanza, con una libertad que ninguna
fuerza terrena puede arrebatar, con una serenidad ante el dolor y la muerte a
la espera de una promesa eterna, con una entrega confiada al Señor de nuestras
preguntas. Las necesidades fundamentales del ser humano, amar y ser amado,
brotan con nueva frescura.
«En la noche dichosa,
Tiempo de revelación. Dios no nos oculta su rostro. «Salí al camino de los que me buscaban para prenderme… y ¿voy ahora a ocultarme de ti que me buscas para amarme? No di la vuelta a mi rostro cuando me lo abofetearon… y ¿voy a darle la vuelta ahora que tú lo buscas para adorarlo, mirarlo y amarlo? No oculté mi cuerpo a los azotes… y ¿voy a ocultártelo a ti, ahora que lo buscas para abrazarlo?» (San Juan de Avila).
«Quedéme y
olvidéme,
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