“Dios es la eterna novedad” (San Juan de la Cruz)
“Hasta una gota de agua sucia puede reflejar la luna” (Anónimo budista).
Un texto clave: “No te extrañes de que te haya dicho: Tenéis que nacer de nuevo. El viento sopla donde quiere y oyes su ruido, pero no sabes de dónde viene y adónde va. Así es todo el que ha nacido del Espíritu” (Jn 3,7-8). Palabras sorprendentes de Jesús a uno que tenía la vida hecha.
Una pregunta atrevida: “¿Dónde está tu hermano?” (Gn 4,9).
Un relato para los que buscan la magia de la vida: “Un sabio va a dialogar con los obreros que penan en una cantera bajo el calor del día y el peso de la jornada: un trabajo inhumano, un trabajo…Pregunta a cada uno de ellos lo que está haciendo. El primero levanta hacia él una mirada sombría y taciturna y declara: “Bien lo ves tú, pico piedra”. El segundo le mira con ira: “Bien lo sabes tú, me gano la vida”. El tercero, con los ojos llenos de luz, le dice: “¿No lo adivinas? ¡Nunca lo adivinarías! Construyo un templo a mi dios”.
Una regla de oro para todo el camino: “No está la cosa en pensar mucho, sino en amar mucho; y así lo que más os despertare a amar, eso haced” (Moradas 4,1,7). Lo nuevo siempre es el amor.
1.- ¿Cómo prepararnos para lo nuevo?
¿Sentimos el deseo de novedad, de nueva creación, en nuestra interioridad? ¿Por qué no quedarnos con lo que tenemos, apretando el puño para que no se nos pierdan nuestras cuatro monedas? Porque entonces no veríamos la mariposa en la oruga, ni a los hermanos en los próximos y lejanos, ni al roble en el fondo de la bellota. Porque entonces sería cierto aquello del evangelio: “Él tocó la flauta, pero nosotros no bailamos” (Mt 11,16-17).
Las pruebas de la vida pueden ayudarnos a entender que necesitamos el encuentro con la novedad, para no vivir el tiempo como algo lineal, ilusorio y agresivo, y encontrar un estilo de vida poético, creativo, amoroso. Son “cosillas en que podemos entender si estamos señores de nosotros mismos” (Moradas 3,2,6).
Si no adquirimos capacidad para Dios, perdemos capacidad para ser significativos en un mundo tan complejo como el de hoy. Somos y damos lo que de Dios llevamos. “Para que haya fuentes en el desierto, tiene que haber pozos escondidos en la montaña” (Thomas Merton). ¿Cómo preparar nuestra interioridad para la novedad? Algunos pasos para descubrir al Señor en medio de la vida:
- Hacernos como niños (cf Mt 18,3) y recuperar la segunda ingenuidad de creer que Dios puede hacer algo nuevo en nosotros. “No perdáis al niño que fuisteis, agarradlo de la mano y que os acompañe toda la vida” (Moliére).
- Dar con la valentía del Espíritu (cf Hch 4,31), sin echarnos a morir ante las dificultades; apostar, ya en el presente, por la fuerza de la fragilidad presente en las bienaventuranzas; descubrir a Dios en medio del conflicto; descifrar el paisaje de los signos de los tiempos.
- Desculpabilizar (cf 1Cor 13,5). Cuando el espacio que tienen que ocupar las memorias hondas lo ocupan los pecados de los demás, se nos paraliza la vida; es como “comer sobre indigesto” (San Juan de la Cruz).
- Recorrer los caminos de la confianza, que “nos hace humildes y pequeños en los brazos de Dios, conscientes de nuestra debilidad y confiados hasta la audacia en su bondad de Padre” (Santa Teresa de Lisieux).
- Tomar la vida agradecidamente. Al descubrir que todo es gracia podemos estrenar cada día los caminos de la gratuidad, hacer de la vida una fiesta de detalles de gratuidad. “Mi padre, cuando cobraba el sueldo del mes, siempre nos traía dulces, aunque apenas nos llegara la paga para cubrir el mes” (Gustavo Gutiérrez).
- Danzar el gozo de Dios junto con hermanos y hermanas. La novedad, o tiene que ver con el gozo o no es novedad. “Haznos vivir nuestra vida como una danza entre los brazos de tu gracia, con la música universal del amor” (Madeleine Delbrel).
2.- La llegada del Señor
En tiempos difíciles, tan dados a cerrar espacios y puertas, el profeta Isaías invita a los que están en el exilio a “ensanchar el espacio de la tienda” (Is 54,2). ¿Locura, riesgo? Abrirse a lo nuevo siempre supone un riesgo, como el del labrador, que se atreve a sembrar en la tierra la semilla que tanto necesita su familia (cf Sal 126,6).
Ensanchar el espacio no significa despreciar la presente realidad humilde. Al revés, es ahí donde palpita la vida, donde surgen muchos pequeños milagros y hermosas parábolas de la presencia de la Trinidad. Rastreamos las venidas de Dios en nuestra realidad humilde, por muy pobre que nos parezca. El misterio de Dios cabe en una pequeña palabra Abbá oída al balbuceo de los niños. Además, a nuestro alrededor hay muchos hogares donde se goza, se sufre, se sueña y se llevan a cabo proyectos con amor; son signos de luz que aseguran en el camino.
Con la tienda ensanchada olvidamos al yo como centro y medida de todo, y esperamos la venida de las gentes con sus gozos y dolores, deseamos la venida de Jesús, que invita a vivir la dinámica del amor. Estamos a la espera de una presencia, con el silencioso deseo de una comunión. No sabemos en qué momento de la noche llegará Aquel que nos trae un nombre nuevo, pero lo que sí sabemos es que “es muy bueno este Bien nuestro” (Moradas 3,2,5).
El diálogo con los hermanos/as, para oírnos mutuamente la fe y la gracia, mantiene vivo el aceite en nuestro candil. “Antes de iros, decidnos lo que sabéis” (Palabras escuchadas por el Abbé Piérre a los jóvenes). Tratar con los demás nos anima. “Con su vuelo nos atrevemos a volar, como los hijos de las aves cuando se enseñan, que aunque no es de presto dar un gran vuelo, poco a poco imitan a sus padres” (Moradas 3,2,12). Los contrastes con otros caminantes siempre ayudan.
La vida adquiere sentido pleno con la llegada de Jesús; “El es el que nos abre los ojos” (Jn 9,30). El Señor llega ensanchando, alegrando, creando capacidad en nosotros. “Es grande su hermosura y hay cosas tan delicadas que ver y que entender, que el entendimiento no es capaz” (Moradas 4,1,2). “Dios es más ensanchador que ocupador”, decía Francisco de Osuna. “Nos parecía soñar… El fracaso lo cambió en fecundidad, la sequedad en torrentes, la siembra en cosecha abundante” (cf Sal 125). Entramos en un universo de nuevas significaciones.
El amor de Jesús culmina en la petición de ser acogido. “Estoy a la puerta llamando: si alguien oye y me abre, entraré y comeremos juntos… lo sentaré en mi trono, junto a mí” (Ap 3, 20-21). Jesús no fuerza la entrada, invita.
3.- Nuevos pasos para el camino
Cambio de rumbo y de esquemas mentales. Estamos más capacitados para comprender el protagonismo de Dios; El lleva la iniciativa. Podemos apostar ya en el presente por un futuro que tiene toda la fragilidad de lo que aún no existe. Un poco de levadura fermenta toda la harina (cf Mt 13,33), un pequeño grano llega a convertirse en arbusto (cf Mc 4,30-32). Nuestra vida está en la dirección de la creación continua de la vida. Comienzan las “cosas espirituales” (Moradas 4,1,1), nos allegamos “adonde está el Rey... y hay cosas tan delicadas que ver y que entender” (M 4,1,2).
Caminamos con las vidas levantadas (talita kumi) y con pies orientados hacia los pobres, con vidas abiertas (effetá) creadoras de posibilidades para los demás, con vidas asombradas por el encuentro amoroso (Abbá) capaces de vivir la comunión y la comunicación.
Poco a poco, sin culpabilizarnos por el hecho de que en nuestra vida concreta no se asome de momento la novedad, el don y la presencia de Jesús van cambiándonos la vida, para poder decir con María: “Aquí estoy, hágase en mí según tu Palabra” (Lc 1,38). Como el terreno que pisamos es desconocido, necesitamos que el Espíritu nos ayude a superar nuestros niveles de pensamiento y amor para pasar a los pensamientos y sentimientos de Jesús (cf Flp 2,5).
Todo es gratuito, regalo inmerecido (cf Mt 20,13). “Me venía a deshora un sentimiento de la presencia de Dios” (Vida 10,1). Aquí se generan estilos de vida en gratuidad: “Nada se me queda entre las manos” (Santa Teresita). De estructuras de dominación, llegamos a estructuras de servicio gratuito y de alabanza.
La vida se nos hace solidaria; unimos nuestras manos a otras manos para hacer, con muchos, algo “sólido” a favor de los últimos. Lo escondido se hace atalaya, signo de Dios que la gente entiende.
Cuando se asoma el gozo en nuestro corazón y nuestra atención se vuelve hacia Jesús… “Me tocas, Señor… ¿Qué podría yo hacer para acoger este abrazo envolvente? ¿Qué, para responder a este beso universal?” (T. de Chardin).
¿Sentimos el deseo de novedad, de nueva creación, en nuestra interioridad? ¿Por qué no quedarnos con lo que tenemos, apretando el puño para que no se nos pierdan nuestras cuatro monedas? Porque entonces no veríamos la mariposa en la oruga, ni a los hermanos en los próximos y lejanos, ni al roble en el fondo de la bellota. Porque entonces sería cierto aquello del evangelio: “Él tocó la flauta, pero nosotros no bailamos” (Mt 11,16-17).
Las pruebas de la vida pueden ayudarnos a entender que necesitamos el encuentro con la novedad, para no vivir el tiempo como algo lineal, ilusorio y agresivo, y encontrar un estilo de vida poético, creativo, amoroso. Son “cosillas en que podemos entender si estamos señores de nosotros mismos” (Moradas 3,2,6).
Si no adquirimos capacidad para Dios, perdemos capacidad para ser significativos en un mundo tan complejo como el de hoy. Somos y damos lo que de Dios llevamos. “Para que haya fuentes en el desierto, tiene que haber pozos escondidos en la montaña” (Thomas Merton). ¿Cómo preparar nuestra interioridad para la novedad? Algunos pasos para descubrir al Señor en medio de la vida:
- Hacernos como niños (cf Mt 18,3) y recuperar la segunda ingenuidad de creer que Dios puede hacer algo nuevo en nosotros. “No perdáis al niño que fuisteis, agarradlo de la mano y que os acompañe toda la vida” (Moliére).
- Dar con la valentía del Espíritu (cf Hch 4,31), sin echarnos a morir ante las dificultades; apostar, ya en el presente, por la fuerza de la fragilidad presente en las bienaventuranzas; descubrir a Dios en medio del conflicto; descifrar el paisaje de los signos de los tiempos.
- Desculpabilizar (cf 1Cor 13,5). Cuando el espacio que tienen que ocupar las memorias hondas lo ocupan los pecados de los demás, se nos paraliza la vida; es como “comer sobre indigesto” (San Juan de la Cruz).
- Recorrer los caminos de la confianza, que “nos hace humildes y pequeños en los brazos de Dios, conscientes de nuestra debilidad y confiados hasta la audacia en su bondad de Padre” (Santa Teresa de Lisieux).
- Tomar la vida agradecidamente. Al descubrir que todo es gracia podemos estrenar cada día los caminos de la gratuidad, hacer de la vida una fiesta de detalles de gratuidad. “Mi padre, cuando cobraba el sueldo del mes, siempre nos traía dulces, aunque apenas nos llegara la paga para cubrir el mes” (Gustavo Gutiérrez).
- Danzar el gozo de Dios junto con hermanos y hermanas. La novedad, o tiene que ver con el gozo o no es novedad. “Haznos vivir nuestra vida como una danza entre los brazos de tu gracia, con la música universal del amor” (Madeleine Delbrel).
2.- La llegada del Señor
En tiempos difíciles, tan dados a cerrar espacios y puertas, el profeta Isaías invita a los que están en el exilio a “ensanchar el espacio de la tienda” (Is 54,2). ¿Locura, riesgo? Abrirse a lo nuevo siempre supone un riesgo, como el del labrador, que se atreve a sembrar en la tierra la semilla que tanto necesita su familia (cf Sal 126,6).
Ensanchar el espacio no significa despreciar la presente realidad humilde. Al revés, es ahí donde palpita la vida, donde surgen muchos pequeños milagros y hermosas parábolas de la presencia de la Trinidad. Rastreamos las venidas de Dios en nuestra realidad humilde, por muy pobre que nos parezca. El misterio de Dios cabe en una pequeña palabra Abbá oída al balbuceo de los niños. Además, a nuestro alrededor hay muchos hogares donde se goza, se sufre, se sueña y se llevan a cabo proyectos con amor; son signos de luz que aseguran en el camino.
Con la tienda ensanchada olvidamos al yo como centro y medida de todo, y esperamos la venida de las gentes con sus gozos y dolores, deseamos la venida de Jesús, que invita a vivir la dinámica del amor. Estamos a la espera de una presencia, con el silencioso deseo de una comunión. No sabemos en qué momento de la noche llegará Aquel que nos trae un nombre nuevo, pero lo que sí sabemos es que “es muy bueno este Bien nuestro” (Moradas 3,2,5).
El diálogo con los hermanos/as, para oírnos mutuamente la fe y la gracia, mantiene vivo el aceite en nuestro candil. “Antes de iros, decidnos lo que sabéis” (Palabras escuchadas por el Abbé Piérre a los jóvenes). Tratar con los demás nos anima. “Con su vuelo nos atrevemos a volar, como los hijos de las aves cuando se enseñan, que aunque no es de presto dar un gran vuelo, poco a poco imitan a sus padres” (Moradas 3,2,12). Los contrastes con otros caminantes siempre ayudan.
La vida adquiere sentido pleno con la llegada de Jesús; “El es el que nos abre los ojos” (Jn 9,30). El Señor llega ensanchando, alegrando, creando capacidad en nosotros. “Es grande su hermosura y hay cosas tan delicadas que ver y que entender, que el entendimiento no es capaz” (Moradas 4,1,2). “Dios es más ensanchador que ocupador”, decía Francisco de Osuna. “Nos parecía soñar… El fracaso lo cambió en fecundidad, la sequedad en torrentes, la siembra en cosecha abundante” (cf Sal 125). Entramos en un universo de nuevas significaciones.
El amor de Jesús culmina en la petición de ser acogido. “Estoy a la puerta llamando: si alguien oye y me abre, entraré y comeremos juntos… lo sentaré en mi trono, junto a mí” (Ap 3, 20-21). Jesús no fuerza la entrada, invita.
3.- Nuevos pasos para el camino
Cambio de rumbo y de esquemas mentales. Estamos más capacitados para comprender el protagonismo de Dios; El lleva la iniciativa. Podemos apostar ya en el presente por un futuro que tiene toda la fragilidad de lo que aún no existe. Un poco de levadura fermenta toda la harina (cf Mt 13,33), un pequeño grano llega a convertirse en arbusto (cf Mc 4,30-32). Nuestra vida está en la dirección de la creación continua de la vida. Comienzan las “cosas espirituales” (Moradas 4,1,1), nos allegamos “adonde está el Rey... y hay cosas tan delicadas que ver y que entender” (M 4,1,2).
Caminamos con las vidas levantadas (talita kumi) y con pies orientados hacia los pobres, con vidas abiertas (effetá) creadoras de posibilidades para los demás, con vidas asombradas por el encuentro amoroso (Abbá) capaces de vivir la comunión y la comunicación.
Poco a poco, sin culpabilizarnos por el hecho de que en nuestra vida concreta no se asome de momento la novedad, el don y la presencia de Jesús van cambiándonos la vida, para poder decir con María: “Aquí estoy, hágase en mí según tu Palabra” (Lc 1,38). Como el terreno que pisamos es desconocido, necesitamos que el Espíritu nos ayude a superar nuestros niveles de pensamiento y amor para pasar a los pensamientos y sentimientos de Jesús (cf Flp 2,5).
Todo es gratuito, regalo inmerecido (cf Mt 20,13). “Me venía a deshora un sentimiento de la presencia de Dios” (Vida 10,1). Aquí se generan estilos de vida en gratuidad: “Nada se me queda entre las manos” (Santa Teresita). De estructuras de dominación, llegamos a estructuras de servicio gratuito y de alabanza.
La vida se nos hace solidaria; unimos nuestras manos a otras manos para hacer, con muchos, algo “sólido” a favor de los últimos. Lo escondido se hace atalaya, signo de Dios que la gente entiende.
Cuando se asoma el gozo en nuestro corazón y nuestra atención se vuelve hacia Jesús… “Me tocas, Señor… ¿Qué podría yo hacer para acoger este abrazo envolvente? ¿Qué, para responder a este beso universal?” (T. de Chardin).
cipecar
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