Solía el P. Arrupe sj, contar esta anécdota hablando de la oración.
Había una muchacha joven recién convertida y yo veía que venía a la capilla; una parroquia tan miserable que cuando llovía no tenía yo en casa suficientes cubos para las goteras que caían. Pero, en fin, en aquella capilla yo veía que aquella muchacha se pasaba una hora, dos horas. Un día ya me entró un poco de curiosidad, y haciendo una cosa que en Japón no se concibe (pero yo llevaba entonces nada más que tres años en el Japón y no lo sabía), le dije al salir, a boca de jarro:
-“¿Vienes por aquí por la capilla?”
-“Sí”
- “¿Y tanto tiempo?”
-“Sí”
-“¿Y qué haces? ¿Rezas el rosario?”
-“No”
- “¿Qué haces?”
-“Orar”
-“¿Orar? ¿Y cómo oras?”
- “Me voy al sagrario, me pongo delante de Nuestro Señor: El me mira y yo le miro…”
Alfonso Francia
Los ojos son la expresión de lo
que somos: alegría, tristeza, bondad, o malicia. Ellos ponen al descubierto lo
que llevamos dentro…
Los ojos de un niño son todo
inocencia; son la lumbrera de nuestra humanidad. No sólo tendríamos que ver a
través de ellos, sino leer y saber descubrir a Dios como lo hacen ellos. Dios
es la lumbre de los ojos para el que se hace niño, para quien “no lleva los
ojos para otra cosa ni cuidado sino es Dios” (San Juan de la Cruz).
“La lámpara del cuerpo es el ojo;
si tu ojo está sano, todo tu cuerpo estará luminoso; si tu ojo está malo, todo
tu cuerpo estará a oscuras” (Mt 6, 22). El Creador nos ha regalado los ojos para mirar todo lo bueno
que existe en la creación, la bondad de cada ser humano. Mirar con ojos de fe
es un don que necesita ser alimentado con la oración de cada día para poder
seguir descubriendo la mirada amorosa de Dios, para saber que Él me mira y puede
abrir los ojos de mi fe dormida.
“Voy a guardar mi
corazón
de todo mal, y a
tener
siempre mi amor en
flor,
pues que Tú estas
sentado
en el sagrario más
íntimo de mi alma”
(Tagoré)
(Fuente: “Parábolas
para orar y amar” Eusebio Gómez Navarro, OCD)
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