UNA ANÉCDOTA DE JORGE LUIS BORGES CON SU MADRE
Doña Leonor era una mujer creyente y piadosa, y su
célebre hijo advirtió que su desdén por la religión la herían profundamente.
Tanto, que vivía perturbada por una amenaza mucho más
letal que aquellas que recibía por teléfono desde una fracción política opuesta
a sus ideas: la perdición del alma de su hijo, en lugar de la salvación eterna.
Tenía que hacer algo, y lo hizo. Cierto día le preguntó:
"Hijo, ¿qué es eso que he oído por ahí? "¿Eres agnóstico?"
"¿En verdad dudas de la existencia de Dios?"
Borges vaciló, pero salió del paso con su proverbial
ingenio repentista: "Lo que pasa, madre, es que
el infierno y el paraíso
me parecen desproporcionados. Los actos de los hombres no merecen tanto".
Doña Leonor le tomó la mano y le imploró: "Prométeme
que recitarás un Ave María todas las noches, cuando te retires a dormir. Hazlo,
aunque yo no esté físicamente a tu lado, como si me dieras el beso de las
buenas noches".
Borges intentó una defensa: "Sabes, madre…, creo que
es mejor pensar que Dios no acepta sobornos"
Ella calló un largo rato, y le dijo: "Entonces tengo
que admitir que me has sobornado muchas veces, cuando me dabas un beso antes de
pedirme algo".
Tiempo después, Borges confesó que, por amor a su madre,
jamás olvidó recitar todas las noches esa oración: "Dios te salve María,
llena eres de gracia, el Señor es contigo…".
(Post scriptum: este episodio fue narrado por Borges a un
anciano sacerdote, y éste lo transmitió a un amigo del escritor)
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