El 30 de noviembre de 2019 se cumplirá el centenario de
la publicación de la carta apostólica Carta apostólica ‘Maximum illud’, con la
que Benedicto XV quiso dar un nuevo impulso al compromiso misionero de anunciar
el Evangelio, y por ello el Papa Francisco ha convocado este mes misionero
extraordinario.
La finalidad de éste Mes Extraordinario es: “despertar aún más la conciencia misionera
de la missio ad gentes y retomar con un
nuevo impulso la transformación misionera de la vida y de la pastoral”.
Se pretende que todos
los fieles lleven en su corazón el anuncio del Evangelio y la conversión
misionera y evangelizadora de las propias comunidades; para que crezca el amor
por la misión, que “es una pasión por Jesús, pero, al mismo tiempo, una pasión
por su pueblo”.
Por ello el santo Padre ha encomendado, por medio de una
carta, al Cardenal Fernando Filoni, Prefecto de la Congregación para la
Evangelización de los Pueblos, al Dicasterio que preside y a las Pontificias
Obras Misioneras la tarea de preparar este evento, especialmente a través de una
amplia sensibilización de las Iglesias particulares, de los Institutos de vida
consagrada y las Sociedades de vida apostólica, así como de las asociaciones,
los movimientos, las comunidades y otras realidades eclesiales.
A continuación
compartimos con uds la carta del Papa
Francisco al Cardenal Fernando Filoni.
Carta del Santo Padre en ocasión del Centenario de la
Promulgación de la Carta Apostólica “Maximum Illud” sobre la actividad
desarrollada por los misioneros en el mundo
Al venerable Hermano
Cardenal Fernando Filoni
Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos
Cardenal Fernando Filoni
Prefecto de la Congregación para la Evangelización de los Pueblos
El 30 de noviembre de 2019 se cumplirá el centenario de
la promulgación de la Carta apostólica Maximum illud, con la que Benedicto XV
quiso dar un nuevo impulso al compromiso misionero de anunciar el Evangelio.
Corría el año 1919 cuando el Papa, tras un tremendo conflicto mundial que él
mismo definió
como una «matanza inútil», comprendió la necesidad de dar una
impronta evangélica a la misión en el mundo, para purificarla de cualquier
adherencia colonial y apartarla de aquellas miras nacionalistas y
expansionistas que causaron tantos desastres. «La Iglesia de Dios es católica y
propia de todos los pueblos y naciones», escribió, exhortando también a rechazar
cualquier forma de búsqueda de un interés, ya que sólo el anuncio y la caridad
del Señor Jesús, que se difunden con la santidad de vida y las buenas obras,
son la única razón de la misión. Así, haciendo uso de las herramientas
conceptuales y comunicativas de la época, Benedicto XV dio un gran impulso a la
missio ad gentes, proponiéndose despertar la conciencia del deber misionero,
especialmente entre los sacerdotes.
Esto responde a la perenne invitación de Jesús: «Id al
mundo entero y proclamad el Evangelio a toda criatura» (Mc 16,15). Cumplir con
este mandato del Señor no es algo secundario para la Iglesia; es una «tarea
ineludible», como recordó el Concilio Vaticano II, ya que la Iglesia es
«misionera por su propia naturaleza». «Evangelizar constituye, en efecto, la
dicha y la vocación propia de la Iglesia, su identidad más profunda. Ella
existe para evangelizar». Para responder a esa identidad y proclamar que Jesús murió
en la cruz y resucitó por todos, que es el Salvador viviente y la Misericordia
que salva, «la Iglesia —afirma el Concilio— debe caminar, por moción del
Espíritu Santo, por el mismo camino que Cristo siguió, es decir, por el camino
de la pobreza, de la obediencia, del servicio y de la inmolación de sí mismo»,
para que pueda transmitir realmente al Señor, «modelo de esta humanidad
renovada, llena de amor fraterno, de sinceridad y de espíritu pacífico, a la
que todos aspiran».
Este empeño de Benedicto XV, de hace casi cien años, así
como todo lo que el Documento conciliar nos enseña desde hace más de cincuenta
años, siguen siendo de gran actualidad. Hoy, como entonces, «la Iglesia,
enviada por Cristo para manifestar y comunicar la caridad de Dios a todos los
hombres y pueblos, sabe que tiene que llevar a cabo todavía una ingente labor
misionera». A este respecto, san Juan Pablo II observó que «la misión de Cristo
Redentor, confiada a la Iglesia, está aún lejos de cumplirse», y que «una
mirada global a la humanidad demuestra que esta misión se halla todavía en los
comienzos y que debemos comprometernos con todas nuestras energías en su
servicio». Por eso él, usando unas palabras que deseo ahora proponer de nuevo a
todos, exhortó a la Iglesia a un«renovado compromiso misionero», convencido de
que la misión «renueva la Iglesia, refuerza la fe y la identidad cristiana, da
nuevo entusiasmo y nuevas motivaciones. ¡La fe se fortalece dándola! La nueva
evangelización de los pueblos cristianos hallará inspiración y apoyo en el
compromiso por la misión universal».
En la Exhortación apostólica Evangelii gaudium, que
recoge los frutos de la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los
Obispos, convocada para reflexionar sobre la nueva evangelización para la
transmisión de la fe cristiana, quise presentar de nuevo a la Iglesia esta
urgente vocación: «Juan Pablo II nos invitó a reconocer que “es necesario
mantener viva la solicitud por el anuncio” a los que están alejados de Cristo,
“porque esta es la tarea primordial de la Iglesia”. La actividad misionera
“representa aún hoy día el mayor desafío para la Iglesia” y “la causa misionera
debe ser la primera”. ¿Qué sucedería si nos tomáramos realmente en serio esas
palabras? Simplemente reconoceríamos que la salida misionera es el paradigma de
toda obra de la Iglesia».
Lo que quería decir entonces me parece que sigue siendo
absolutamente urgente: «Tiene un sentido programático y consecuencias
importantes. Espero que todas las comunidades procuren poner los medios
necesarios para avanzar en el camino de una conversión pastoral y misionera,
que no puede dejar las cosas como están. Ya no nos sirve una “simple
administración”. Constituyámonos en todas las regiones de la tierra en un
“estado permanente de misión”». Con la confianza en Dios y con mucho ánimo, no
tengamos miedo de realizar «una opción misionera capaz de transformarlo todo,
para que las costumbres, los estilos, los horarios, el lenguaje y toda
estructura eclesial se conviertan en un cauce adecuado para la evangelización
del mundo actual más que para la autopreservación. La reforma de estructuras
que exige la conversión pastoral solo puede entenderse en este sentido:
procurar que todas ellas se vuelvan más misioneras, que la pastoral ordinaria
en todas sus instancias sea más expansiva y abierta, que coloque a los agentes
pastorales en constante actitud de salida y favorezca así la respuesta positiva
de todos aquellos a quienes Jesús convoca a su amistad. Como decía Juan Pablo
II a los Obispos de Oceanía, “toda renovación en el seno de la Iglesia debe
tender a la misión como objetivo para no caer presa de una especie de
introversión eclesial”».
La Carta apostólica Maximum illud exhortó, con espíritu
profético y franqueza evangélica, a salir de los confines de las naciones para
testimoniar la voluntad salvífica de Dios a través de la misión universal de la
Iglesia. Que la fecha ya cercana del centenario de esta carta sea un estímulo
para superar la tentación recurrente que se esconde en toda clase de
introversión eclesial, en la clausura autorreferencial en la seguridad de los
propios confines, en toda forma de pesimismo pastoral, en cualquier nostalgia
estéril del pasado, para abrirnos en cambio a la gozosa novedad del Evangelio.
También en nuestro tiempo, desgarrado por la tragedia de las guerras y acechado
por una triste voluntad de acentuar las diferencias y fomentar los conflictos,
la Buena Noticia de que en Jesús el perdón vence al pecado, la vida derrota a
la muerte y el amor gana al temor, llegue también con ardor renovado a todos y
les infunda confianza y esperanza.
Con estos sentimientos, y acogiendo la propuesta de la
Congregación para la Evangelización de los Pueblos, convoco un mes misionero
extraordinario en octubre de 2019, con el fin de despertar aún más la conciencia
misionera de la missio ad gentes y de retomar con un nuevo impulso la
transformación misionera de la vida y de la pastoral. Nos pondremos a disponer
para ello, también durante el mes misionero de octubre del próximo año, para
que todos los fieles lleven en su corazón el anuncio del Evangelio y la
conversión misionera y evangelizadora de las propias comunidades; para que
crezca el amor por la misión, que “es una pasión por Jesús, pero, al mismo
tiempo, una pasión por su pueblo”.
A usted, venerado Hermano, al Dicasterio que preside y a
las Pontificias Obras Misioneras confío la tarea de preparar este evento,
especialmente a través de una amplia sensibilización de las Iglesias
particulares, de los Institutos de vida consagrada y las Sociedades de vida apostólica,
así como de las asociaciones, los movimientos, las comunidades y otras
realidades eclesiales. Que el mes misionero extraordinario sea un tiempo de
gracia intensa y fecunda para promover iniciativas e intensificar de manera
especial la oración —alma de toda misión—, el anuncio del Evangelio, la
reflexión bíblica y teológica sobre la misión, las obras de caridad cristiana y
las acciones concretas de colaboración y de solidaridad entre las Iglesias, de
modo que se avive el entusiasmo misionero y nunca nos lo roben.
Vaticano, 22 de octubre de 2017
Domingo XXIX del tiempo ordinario
Memoria de san Juan Pablo II
Jornada Misionera Mundial
Domingo XXIX del tiempo ordinario
Memoria de san Juan Pablo II
Jornada Misionera Mundial
Francisco
No hay comentarios.:
Publicar un comentario
DEJANOS TU COMENTARIO