Rosa nació el 13-12-1883 en Lublinitz (Silesia), ocho años
antes que su hermana Edith viniese al mundo. En su libro “Estrellas amarillas”
ha plasmado Edith la imagen de su hermana mayor conforme a las descripciones de
su madre y de los hermanos mayores.
De pequeña era Rosa una auténtica niña traviesa. Se medía
con los muchachos más esforzados y no se volvía atrás ante ninguna aventura por
más atrevida que fuese. Más hasta qué punto esta niña traviesa se hizo capaz en
sus años jóvenes de soñar como una verdadera mujer y de dar su corazón a
alguien lo mostró en los años siguientes. Después de terminar sus estudios vino
a Lublinitz con las tías, que le confiaron todos los trabajos domésticos. “En
la alegre compañía de las dos señoras, nuestra tía Clara y su cuñada Elsa, se
sentía tan bien, como antes en el juego con los chicos de la calle”, escribe
Edith en sus recuerdos.
Vuelta de nuevo a su hogar en Breslau, tomó silenciosa
y maternalmente los trabajos de la casa y cuidó de toda la familia olvidándose
de sí. Una sola cosa producía preocupación a la madre y a los hermanos: Rosa
tenía un temperamento violento. Cuando se quería que aceptase una cosa difícil,
entonces se recurría a Edith, que conforme crecía iba adquiriendo una gran
influencia sobre Rosa.
Acabado por la tarde el trabajo se inscribía con gusto en
los cursos vespertinos de la escuela popular, para
profundizar en sus conocimientos
en los diversos campos.
Con gusto hubiera seguido pronto Rosa a su hermana Edith en
la conversión al catolicismo; sin embargo la consideración de que la mucha edad
de su madre, que había perdido a su hija más pequeña Edith, que había entrado carmelita,
no lo iba a poder superar, movió a Rosa
a esperar antes de dar este paso decisivo hasta la muerte de su madre.
La Nochebuena de 1936 recibió el Bautismo, y fue confirmada
en Pentecostés de 1937. Hasta qué punto se sintió como en casa en la Iglesia Católica y qué fuente de fuerza significó para
Rosa en la siempre más dura y creciente persecución de los judíos, resuena en
las cartas de su hermana Edith del 13-1-1937 a una amiga y de Gaudete de 1937 a
una superiora.
El 31-12-1938 abandonó la hermana Benedicta el Carmelo de
Colonia y encontró entrañable acogida en el Carmelo de Echt en Holanda.
Rápidamente se preocupó por conseguir un permiso de viaje para su hermana Rosa.
Después de algunos rodeos llegó finalmente a Etch, donde sirvió a las hermanas
como portera. Por su porte modesto conquistó rápidamente el corazón de todos.
También los habitantes de Etch, que la pudieron conocer más de cerca, la
apreciaron mucho. Con gusto hubiera sido carmelita. Sin embargo los superiores
no se decidieron a cumplir sus deseos. Las condiciones bélicas de aquel
entonces y la persecución de los judíos
por el nacionalsocialismo fueron la causa. Rosa fue detenida junto con su
hermana Edith el 2 de agosto de 1942. Mientras que la hermana Teresa Benedicta
se dispuso tranquilamente, preparada a lo inevitable, Rosa estaba como
aterrada. Las últimas palabras que las hermanas aún pudieron oir fueron las que
la hermana Benedicta dirigió a Rosa: “Ven, marchemos por nuestro pueblo”.
Ya en 1938 Edith había escrito a una superiora: “Yo confío
en que Dios haya tomado mi vida. Tengo que pensar una y otra vez en la reina
Esther, que fue sacada de su pueblo precisamente para interceder delante del
Rey por él. Soy una pobre, impotente y pequeña Esther, pero el Rey que me ha
escogido es grande y misericordioso. Esto es un gran consuelo”.
Dios tomó a Edith la palabra. A pesar de toda la sumisión
Edith llegó a sentir la amargura y crueldad de una tal extinción, por eso,
porque vio a su hermana Rosa en el miedo de la muerte y no pudo ayudarla. En la
carta escrita en el campo de concentración de Drente-Westerbork habla este
cuidado y la necesidad de su hermana.
Edith Stein, la gran intercesora, ha comprendido bajo la Cruzel destino de su pueblo… “Pensé que aquellos que comprendiesen lo que es la Cruz
de Cristo, deberían tomarla sobre sí en nombre de todos”. Así mirando a la Cruz
dulcificó a su hermana Rosa los días hasta su común muerte, y de este modo ha
comunicado valor y fuerza a otros muchos prisioneros.
Así como la fe cristiana unió a las hermanas en vida, así
también las mantuvo unidas en la muerte, y nosotros abrigamos la segura
esperanza de que Dios las ha tomado a ambas y las encontró dignas de su gloria.
(Cfr “Selección Epistolar, 1917-1942”, Ed de Espiritualidad,
de Santiago Guerra y Francisco Brandle, pág 159-161)
Hermanitas Stein, rueguen a Nuestro Padre del cielo para que apresure la conversión de los judíos!
ResponderBorrarHermanitas Stein, rueguen a Nuestro Padre del cielo para que apresure la conversión de los judíos!
ResponderBorrarAmén
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