Cuando Dios creó al ser humano puso en su corazón una vocación, una llamada, un proyecto: Sed santos, como Dios es santo". Es decir, en lo más profundo y escondido, "allí donde pasan las cosas de mucho secreto", late un deseo divino: ser imagen y semejanza de Dios.
Pero Dios es justo porque conoce nuestro barro, nuestra fragilidad, y sabiendo que en la creatura que El creó en libertad hay una cierta inclinación al mal, nos ofrece por pura gratuidad la gracia, que no es otra cosa que Dios mismo aconteciendo poderosamente en cada uno de nosotros y llevándonos a seguir las huellas de Jesús, el modelo de toda perfección.
Ser santo, por tanto, es sencillamente, responder con oído atento y corazón generoso a la llamada de Dios para que a través de nuestra vida reflejemos su santidad.
Ser santo es seguir con perfección las huellas del Maestro, quien no vino a ser servid sino a servir, no vino a buscar a los justos sino a los pecadores, no vino a condenar sino a enseñarnos a amar a la manera de Dios, para que viviendo el camino del amor y no del temor, seamos un día dichosos en la plenitud de Dios.
Conocer algo de Santa Teresa de Jesús es ver en la transparencia de su vida cómo trabaja Dios secretamente en el interior del ser humano y cuánto es capaz de hacer cuando nos abrimos a su gracia. La Santidad de Dios se revela en creaturas pequeñas y generosa, que se convierten en "Amigos fuertes de Dios", porque permitieron llevar hasta el final el proyecto de su amor. La santa es el gran ejemplo de maravillosa experiencia.
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