Desde su infancia fue devotísimo de la Virgen, que le
salvó prodigiosamente en dos ocasiones de peligro, la del pozo y la del
estanque. Por devoción y amor a la Santísima Virgen tomó el hábito en la Orden
del Carmen –como afirma su biógrafo el p. José de Jesús María Quiroga en la
Vida del Santo-. La protección de la Virgen le ayudó a salir de la cárcel de
Toledo.
Sobre la mariología de San Juan de la Cruz escribió el p.
Otilio del N. J. O. C. D en Estudios Marianos.
Aquí sólo nos interesa lo que se relaciona con la vida
mariana. Por ésta razón, de todos los textos del santo nos aprovecha de modo
particular uno, el de la Subida del Monte
Carmelo, donde el Santo presenta a María como modelo perfecto de las almas más
elevadas en la perfección. Este concepto de ejemplaridad de María sobre las
almas perfectas lo repite de alguna manera el Santo en el Cántico Espiritual y en la Llama.
Sobre el texto de la Subida afirma muy bien el p. Otilio:
“Esta sola cita del Doctor Místico vale por todo un libro de Mariología”.
Las almas, para ser perfectas, es menester que se dejen
conducir por Dios, por su divino Espíritu. Sólo de
esta manera, las acciones de
tales almas “son las que conviene y son
razonables, y no las que no convienen”. De esta suerte las operaciones del
alma se transforman y pueden llamarse divinas,
esto es, se hacen aptas para la unión perfecta con Dios y llevan la impronta de
Dios.
Las almas perfectas no llegan en este mundo a ser movidas
en todo instante por el Espíritu Santo. Sólo la Virgen consiguió “desde el principio ser levantada a este
alto estado” y “siempre su moción fue
por el Espíritu Santo”.
Quienes buscan perfección han de mirar pues, el ejemplo
de Maria, que en todo momento secundó la voluntad y moción de Dios. Tal actitud
seguramente las llevará también a la unión con María su Modelo, en el
pensamiento, en el afecto y en las obras.
Este principio nos da una idea del altísimo concepto de
santidad que el Santo tenía de Nuestra Señora: no solamente exenta de falta,
por más pequeña que sea, sino incluso de toda imperfección, dada la plena
moción del Espíritu Santo sobre ella y la entera docilidad de María a la divina
acción. Todo en ella es divino. Ninguna precipitación, atolondramiento, indecisión,
inoportunidad. Todas sus intervenciones han de ir iluminadas por este magnífico
principio. Bajo tal luz se han de interpretar los textos de Caná, el del
encuentro con su Hijo en el Templo, aquel en que exclama el Señor: “He aquí a mi madre y a mis hermanos. Quien
hiciere la voluntad de Dios, ese es mi hermano, mi hermana y mi madre” (Mc 3,
34035)
El Santo de Fontiveros presenta a María como modelo de
oración precisamente en la intervención de Caná. Fue una oración perfecta,
indicando al Señor la necesidad del vino “porque
el que discretamente ama, no cura de pedir lo que falta y desea, sino de
representar su necesidad, para que el Amado haga lo que le fuere servido”(Cant
C).
La oración más perfecta es la que nace de la moción del
Espíritu que sabe lo que conviene y redunda en mayor gloria de Dios. Las almas
deben aprender de María a practicar esta oración de humildad, ansiando verse
iluminadas y movidas por el divino Espíritu en el pedir y tratar con Dios.
Tan plena docilidad de la Virgen a la moción de Dios la
trasportó a alturas inaccesibles, a la misma maternidad divina(Cfr Llama C).
Esta ha sido una gracia singularísima. No obstante, la docilidad a la moción de
Dios dispondrá siempre a toda alma a recibir resplandores que San Juan de la Cruz califica en el punto citado de
la Llama como “obumbraciones”,
comparándolas – claro está, salvando la inmensa distancia- con la obumbración
del Espíritu Santo sobre María. La acción del Espíritu Santo en María fue
fecundísima. De manera análoga, las almas conducidas por la moción del Espíritu
de Dios serán fecundísimas espiritualmente, para incremento del ser de la
Iglesia.
María es pues, el ejemplo perfecto de la docilidad al
impulso interior de Dios, de la oración y de la fecundidad espiritual.
Edith Stein, ante este principio del Santo, añadiría que
María es el ideal de la personalidad humana y de la libertad. Pues esa actitud
perenne de María la coloca en todo momento en el puro centro del alma, en lo
más profundo, donde se halla la raíz y la perfección de la personalidad y de la
libertad humana (Cfr “ La Ciencia de la Cruz”). Por consiguiente María ha sido
la mujer más perfecta, la persona humana
más completa, más libre en todas sus
decisiones personales. No había en ella presiones internas o externas sobre su
personalidad, pues actuaba desde lo más profundo del alma, donde mora Dios, y
allí todo es altísimamente perfeccionado por la libertad suprema del mismo
Dios. Los méritos de María corresponden a su unión sublime con Dios y al más
alto grado de libertad que puede alcanzar criatura alguna: méritos que se
pierden en el infinito.
Las almas pueden imitar a María adentrándose en la vida
interior, en el puro centro, que solamente podrá ser alcanzado en la patria de
una manera perfecta. Aquí en el peregrinaje pueden alcanzar un grado relativo
de perfección, que las hará más libres, más completas en su personalidad
interior, más espirituales.
María, una vez más en la doctrina del Carmelo – aquí, en
su gran reformador-, es la Virgen de la vida interior, de la fe, de la
docilidad más íntima a los movimientos salvadores de Dios, de la obediencia
perfecta y humilde, de la fecundidad en el trabajo de la salvación de las
almas. María se coloca en la suprema cumbre de la personalidad humana y de la
libertad auténtica. Realmente San Juan de la Cruz nos ha descubierto un
principio que vale por todo un tratado de mariología y de vida mariana.
(Fuente: “La
Virgen de la Contemplación”, P. Ildefonso, Logos. Pág 148-152)
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