"Resuena constantemente en la Iglesia la exhortación de Jesús a sus discípulos: "Rogad al dueño de la mies, que envíe obreros a su mies". ¡Rogad! La apremiante invitación del Señor subraya cómo la oración por las vocaciones ha de ser ininterrumpida y confiada".
"La vocación al sacerdocio y a la vida consagrada constituye un especial don divino, que se sitúa en el amplio proyecto de amor y de salvación que Dios tiene para cada ser humano y para toda la humanidad".
"En la llamada universal a la santidad destaca la peculiar iniciativa de Dios, que escoge a algunos para que sigan más de cerca a su Hijo Jesucristo, y sean sus ministros y testigos privilegiados. Respondiendo a la llamada del Señor y dóciles a la acción del Espíritu Santo, una gran multitud de presbíteros y de personas consagradas, a lo largo de los siglos, se ha entregado completamente en la Iglesia al servicio del Evangelio. Damos gracias al Señor porque también hoy sigue llamando a obreros para su viña".
"Aunque es ve

"Nuestro primer deber ha de ser por tanto mantener viva, con oración incesante, esa invocación de la iniciativa divina en las familias y en las parroquias, en los movimientos y en las asociaciones comprometidas en el apostolado, en las comunidades religiosas y en todas las estructuras de la vida diocesana".
"Por parte de cuantos han recibido la llamada, se requiere una escucha atenta y un prudente discernimiento, una adhesión generosa y dócil al designio divino, una profundización seria en lo que es propio de la vocación sacerdotal y religiosa para corresponder a ella de manera responsable y convencida".
"En la Eucaristía, don perfecto que realiza el proyecto de amor para la redención del mundo, Jesús se inmola libremente para la salvación de la humanidad. Los presbíteros están destinados a perpetuar ese misterio salvífico a lo largo de los siglos. En la celebración eucarística es el mismo Cristo el que actúa en quienes Él ha escogido como ministros suyos; los sostiene para que su respuesta se desarrolle en una dimensión de confianza y de gratitud que despeje todos los temores, también cuando es más fuerte la experiencia de la propia flaqueza, o se hace más duro el contexto de incomprensión o incluso de persecución".
"Creer en el Señor y aceptar su don, comporta fiarse de Él con agradecimiento, adhiriéndose a su proyecto salvífico. Actuando así, "la persona llamada" lo abandona todo gustosamente y acude a la escuela del divino Maestro; comienza entonces un fecundo diálogo entre Dios y el ser humano, un misterioso encuentro entre el amor del Señor que llama y la libertad del ser humano que le responde en el amor"....
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