Que su búsqueda no esté motivada sólo por la curiosidad intelectual, que ya de por sí es un valor, sino que esté alentada sobre todo por la íntima exigencia de encontrar la respuesta a la pregunta por el sentido de sus vidas. Al igual que el joven rico del Evangelio, busquen también ustedes a Jesús para plantearle la pregunta: “¿Qué tengo que hacer para tener la vida eterna?” (Marcos 10,17…)
Queridos jóvenes, déjense mirar a los ojos por Jesús para que crezca en ustedes el deseo de ver la Luz , de experimentar el esplendor de la Verdad.
“Tu rostro busco, Señor, no me escondas tu rostro” (Salmo 27,8). Ese rostro, como sabemos, Dios nos lo ha revelado en Jesucristo. ¿Quieren también ustedes, queridos jóvenes, contemplar la belleza de ese rostro? No respondan demasiado de prisa. Ante todo hagan silencio en su interior. Dejen que emerja de lo profundo del corazón ese ardiente deseo de ver a Dios, deseo en ocasiones sofocado por los ruidos del mundo y por las seducciones de los placeres. Dejen que emerja ese deseo y harán la maravillosa experiencia del encuentro con Jesús. El cristianismo no es simplemente una doctrina; es un encuentro en la fe con Dios, presente en nuestra historia con la encarnación de Jesús”.
(Juan Pablo II)
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