No importa que en un
primer momento la sonrisa sea forzada o parezca artificiosa, pues con su
repetida práctica va calando por dentro hasta que alegra el corazón. Hay
quienes piensan que la guerra es el motor de la historia humana, que el
conflicto y la confrontación son el motor del progreso social y científico. Lo
que Benedicto XVI viene a recordarnos con su encíclica es precisamente que el
motor de la historia —si es que la historia tiene motor— es el amor, el diálogo
y la comunicación entre las personas y los pueblos. Lo que nos enseña es que
cambiaremos el mundo a base de cariño. En este sentido, ponerse a sonreír es
comenzar a cambiar el mundo, porque significa poner el amor —y no el egoísmo o
el propio interés— en el centro de la vida humana. Por eso para comenzar a
cambiar el mundo merece la pena tomarse en serio el trabajo de sonreír.
("El trabajo de sonreír", Jaime Nubiola, La Gaceta de los Negocios, 20 febrero 2006 )
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