“Para que María,
Reina del mundo y Estrella de la evangelización, acompañe a todos los
misioneros en el anuncio de su Hijo Jesús”
Por voluntad de Dios, María, como Madre del
Verbo Encarnado está unida indisolublemente a la persona y a la obra de su
Hijo. Con su sí, dado de una vez para siempre y renovado cada día, Ella se puso
completamente a disposición del Señor. Ella es modelo y tipo de la Iglesia.
En el pasaje lucano de la Visitación, vemos a María ponerse en camino hacia Ain Karim, para asistir a su prima Isabel. Acaba de recibir en su seno a Jesús, concebido virginalmente por obra del Espíritu Santo. Inundada por la alegría, se pone en camino con prisas. El amor la urge a llevar a Isabel la Buena Noticia: el Salvador, Jesús, está entre los hombres. María no puede guardar para sí misma esta gracia. Como dice el Papa Benedicto XVI: “El viaje de María es un auténtico viaje misionero. Es un viaje que la lleva lejos de casa, la impulsa al mundo, a lugares extraños, a sus costumbres diarias; en cierto sentido, la hace llegar hasta confines inalcanzables para ella. Está precisamente aquí, también para todos nosotros, el secreto de nuestra vida de hombres y de cristianos.
Por una parte, María nos precede en la peregrinación de la fe. Ella misma se ha fiado de Dios, y dejando atrás sus seguridades se ha puesto en camino. Ha seguido a su Hijo hasta el final, y le acompaña manteniéndose al pie de la cruz. Se ha convertido así en Madre de la Iglesia. Ella nos acompaña con amor materno, y nos recuerda que su Hijo está siempre con nosotros, como nos lo prometió: “Yo estoy con vosotros todos los días hasta el fin del mundo (Mt 28, 20)”.
Benedicto XVI señala que María se quedó con Isabel tres meses y durante ese tiempo se dedicó a ayudarla, a prodigarla los cuidados y las atenciones que necesitaba en su estado delicado, dada su maternidad en edad avanzada. María, que se había proclamado esclava del Señor, se dedicó a servir a los hombres, en quienes descubrió la presencia de Dios.
Pero la misión principal de su viaje no era simplemente el servicio de caridad, sino llevar a Isabel el Hijo que había concebido en su seno. María quiere, por encima de todo, ayudar a otros a encontrar a Jesús. “Nos encontramos así en el corazón y en el culmen de la misión evangelizadora. Este es el significado más verdadero y el objetivo más genuino de todo camino misionero: dar a los hombres el Evangelio vivo y personal, que es el propio Señor Jesús. Y comunicar y dar a Jesús —como atestigua Isabel— llena el corazón de alegría: «En cuanto llegó a mis oídos la voz de tu saludo, saltó de gozo el niño en mi seno» (Lc 1, 44). Jesús es el verdadero y único tesoro que nosotros tenemos para dar a la humanidad. De él sienten profunda nostalgia los hombres y las mujeres de nuestro tiempo, incluso cuando parecen ignorarlo o rechazarlo” (Benedicto XVI, Discurso por la conclusión del mes mariano, 31 mayo 2010).
Que la Madre de Dios acompañe a nuestros misioneros en sus dificultades, que les acompañe con su amor materno, que les haga sentir el gozo y la alegría de llevar a Cristo a los hombres.
(Fuente: Agencia Fides)
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