Hechos de los apóstoles 9,26-31: Les contó
cómo había visto al Señor en el camino
Salmo responsorial 21: Les contó cómo había
visto al Señor en el camino
1Juan 3,18-24: Éste es su mandamiento: que
creamos y que amemos
Juan 15,1-8: El que permanece en mí y yo en
él, ése da fruto abundante
Para entender bien este texto es necesario
saber que tanto la vid (o las uvas) o como la higuera (o los higos) son
símbolos del pueblo de Dios en el AT. Así el profeta Oseas (9,10), refiriéndose
al pueblo, dice: "Como uvas en el desierto encontré a Israel, como breva
en la higuera descubrí a vuestros padres". Jeremías (24,1-10) cuenta una
visión con estas palabras: "El Señor me mostró dos cestas de higos una
tenía higos exquisitos, es decir, brevas; otra tenía higos muy pasados, que no
se podían comer". Los higos exquisitos aparecen como figura de los
desterrados fieles a Dios; los «muy pasados que no se podía comer» son figura
del rey, sus dignatarios y el resto de Jerusalén que han quedado en Palestina o
residen en Egipto (v. 8).
Pero tanto la vid (que da agrazones en lugar
de uvas) como la higuera (abundante en hojas, pero sin frutos) son figura del
pueblo judío y de sus gobernantes, que no se han mantenido fieles a Dios. El
fruto que Dios esperaba de Israel era el cumplimiento de las dos exigencias
fundamentales de la Ley: el amor a Dios y el amor al prójimo como a sí mismo
(12,28-31). Practicar ese amor, encarnado, según Is 5,7 (cf. Mc 12,1-2), en la
justicia y el derecho, era la tarea preparatoria de la antigua alianza en
relación con el reinado de Dios prometido. Sin embargo este pueblo no ha dado
los frutos deseados a lo largo de la historia. Así Jeremías (8,4-13), después
de constatar la corrupción de Jerusalén, que, a pesar de todo, se gloría de la
Ley, termina descorazonado diciendo: «Si intento cosecharlos, oráculo del
Señor, no hay racimos en la vid ni higos en la higuera».
El texto completo de este pasaje del profeta
ilumina el sentido de la esterilidad: "Así dice el Señor: «¿No se levanta
el que cayó?, ¿no vuelve el que se fue? Entonces, ¿por qué este pueblo de
Jerusalén ha apostatado irrevocablemente? Se afianza en la rebelión, se niega a
convertirse. He escuchado atentamente: no dice la verdad, nadie se arrepiente
de su maldad diciendo: «¿Qué he hecho?». Todos vuelven a su extravío mi pueblo
no comprende el mandato del Señor. ¿Por qué decís: «Somos sabios, tenemos la
Ley del Señor»?, si la ha falsificado la pluma falsa de los escribanos.Del
primero al último sólo buscan medrar; profetas y sacerdotes se dedican al
fraude".
Semejante es el lamento de Miq 7,1ss:
"¡Ay de mí! Me sucede como al que rebusca terminada la vendimia: no quedan
uvas para comer, ni brevas que tanto me gustan". La decepción del profeta
proviene de que los piadosos y justos han desaparecido de la tierra y todos
cometen malas acciones. A la higuera-Israel la conmina Jesús en el evangelio de
Marcos de este modo: «Nunca jamás coma ya nadie fruto de ti».
No le lanza una maldición que le desee
directamente la muerte o algún mal.
Jesús no expresa odio o aborrecimiento hacia
la higuera-institución. De hecho, no le dice: "No produzcas fruto",
ni tampoco anuncia que no encontrarán fruto en ella, condenándola a la
esterilidad. Le dice: "Nunca jamás coma ya nadie fruto de ti".
Expresa así Jesús el deseo vehemente de que ninguna persona, judía o no,
recurra para su alimento-vida a la higuera-institución o dependa de ella;
quiere que la humanidad repudie su doctrina y su ejemplo; que nadie busque nada
en ella ni acepte nada de ella; que quede aislada al margen de la sociedad
humana, y termine así su papel histórico.
El juicio tan tajante de Jesús sobre el templo
y la institución, que los presenta como el prototipo de lo aborrecible, se debe
a que ésta ha sido infiel a la misión que Dios le había asignado, en dos
aspectos diferentes que serán explicitados en la perícopa siguiente: hacia
fuera ha traicionado el universalismo que debía encarnar, y hacia dentro del
pueblo se ha convertido en instrumento de explotación.
Con ello, siendo la institución judía con el
templo la única representante en la tierra del verdadero Dios, deforma su
imagen, convirtiéndolo en un Dios particularista y legitimador de la
injusticia. Apaga así el faro que debía iluminar a la humanidad y cancela todo
horizonte de esperanza. Es el juicio del Mesías sobre las instituciones de
Israel. Constata el fracaso de la antigua alianza y, por su parte, declara el
fin de la misión de Israel en la historia.
Como se ve, las palabras de Jesús no tendrán
efecto más que si los cada uno siguiendo su deseo, renuncia a buscar alimento
en la higuera, es decir, si dejan de profesar la ideología que la institución
propone o las ventajas que procura la adhesión a ella. El cumplimiento de estas
palabras, depende de la opción libre de los seres humanos.
Frente a aquel pueblo que había sido infiel a
Dios a lo largo de la historia, Jesús funda un nuevo pueblo, una comunidad
humana nueva, verdadero pueblo de Dios, cuya identidad le viene de la unión con
Jesús, que le comunica incesantemente el Espíritu, y el fruto de su actividad
depende de ella.
La vid o la viña es el símbolo de Israel como
pueblo de Dios (Sal 80,9; Is 5,1-7; Jr 2,21; Ez 19,10-12). La afirmación de
Jesús se contrapone a esos textos; no hay más pueblo de Dios (vid y sarmientos)
que la nueva humanidad que se construye a partir de él (la vid verdadera, cf.
1,9: la luz verdadera; 6,32: el verdadero pan del cielo). Como en el AT, es
Dios, a quien Jesús llama su Padre, quien ha plantado y cuida esta vid.
Advertencia severa de Jesús, que define la
misión de la comunidad. Él no ha creado un círculo cerrado, sino un grupo en
expansión: todo miembro tiene un crecimiento que efectuar y una misión que
cumplir. El fruto es el hombre nuevo, que se va realizando, en intensidad, en
cada individuo y en la comunidad (crecimiento, maduración), y, en extensión,
por la propagación del mensaje, en los de fuera (nuevo nacimiento). La
actividad, expresión del dinamismo del Espíritu, es la condición para que el
hombre nuevo exista.
El sarmiento no produce fruto cuando no
responde a la vida que recibe y no la comunica a otros. El Padre, que cuida de
la viña, lo corta: es un sarmiento que no pertenece a la vid.
En la alegoría, la sentencia toma el aspecto
de poda. Pero esa sentencia no es más que el refrendo de la que cada uno se ha
dado: al negarse a amar y no hacer caso al Hijo, se coloca en la zona de la
reprobación de Dios (3,36). El sarmiento que no da fruto es aquel que pertenece
a la comunidad, pero no responde al Espíritu; el que come el pan, pero no se
asimila a Jesús.
Quien practica el amor tiene que seguir un
proceso ascendente, un desarrollo, hecho posible por la limpia que el Padre
hace. Con ella elimina factores de muerte, haciendo que el discípulo sea cada
vez más auténtico y más libre, y aumente así su capacidad de entrega y su
eficacia. Pretende acrecentar el fruto: en el discípulo, fruto de madurez; en
otros, fruto de nueva humanidad.
El sarmiento no tiene vida propia y, por
tanto, no puede dar fruto de por sí; necesita la savia, es decir, el Espíritu
comunicado por Jesús. Interrumpir la relación con él significa cortarse de la
fuente de la vida y reducirse a la esterilidad.
El fruto de que se hablaba antes se especifica
como mucho fruto (cf. 12,24). Éste está en función de la unión con él, de quien
fluye la vida. Sin estar unido a Jesús, el discípulo no puede comunicarla (sin
mí no podéis hacer nada). El porvenir del que sale de la comunidad por falta de
amor es «secarse», es decir, carecer de vida. El final es la destrucción (los
echan al fuego y se queman). La muerte en vida acaba en la muerte definitiva.
Qué bien lo había entendido Juan en su carta cuando sentencia: «Y este es su
mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo, Jesucristo, y que nos amemos
unos a otros, tal como nos lo mandó». El amor es lo único que conduce a la vida
verdadera y definitiva.
Para la revisión de vida
¿Vivo realmente unido a un tronco, a unas
raíces? ¿Cuál es el tronco en el que estoy establecido? ¿Cuáles son las raíces
últimas que alimentan mi vida?
¿Estoy en verdad unido a Dios? ¿Soy realmente
teocéntrico o me pierdo en ramas y sarmientos laterales, en mediaciones
religiosas que me apartan del verdadero y absoluto centro?
(Fuente: lecturadeldia.com)
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