Sab
1,13-15; 2,23-24: La muerte entró en el mundo por la envidia del
diablo
Salmo
responsorial 29: Te ensalzaré, Señor, porque me has librado
2 Cor
8,7.9.13-15: La abundancia de ustedes remedia la falta que
tienen los pobres
Mc
5,21-43: Contigo hablo, niña, levántate
Jairo viene de
vuelta de la sinagoga. A pesar de ser jefe de esa institución no ha encontrado
en ella la salvación para su hija; el judaísmo, representado por la institución
más importante después del templo, no conduce a la vida; la hija de Jairo,
imagen del pueblo, está abocada a una muerte irremediable. Por eso Jairo, tal
vez desesperado y desilusionado con aquel viejo sistema, acude a Jesús,
buscando vida para su hija. Y estando con él se entera de que su hija ha
muerto: ¿Para qué molestar más al maestro?, le dicen. La gente piensa que se
molesta al maestro pidiéndole que dé vida. No saben que “el ha venido para que
tengan vida y vida abundante”, como dice el evangelista Juan. Jesús, en estas
circunstancias extremas, no se arredra: “No temas, ten fe y basta.”
Para quien
cree –y Jairo ha comenzado ya a adherirse a Jesús, a creer en él, en la medida
en que se ha distanciado de la sinagoga-, la muerte es un sueño del que se
puede despertar. Los primeros cristianos lo entendieron así cuando comenzaron a
llamar a la necrópolis (= ciudad de los muertos) cementerio (= dormitorio). No
lo ve así la gente que, al enterarse de la muerte de la hija de Jairo, lloraba
gritando sin parar –gesto de desesperanza total-, y que, cuando Jesús dice que
la niña “no está muerta, sino dormida”, se reía de él considerando la situación
irreversible. Ante tanta incredulidad no hay nada que hacer. Por eso, Jesús echa
fuera a la gente –para quien no cree, la muerte es el final- y entra adonde
está la niña con sus padres junto con tres de sus discípulos a quienes quiere
mostrar especialmente la fuerza de vida que hay en él.
Se asemeja a
veces la sinagoga, de la que Jairo es jefe, a nuestra vieja iglesia y a algunos
de sus jefes, que no son capaces de sanar los males del mundo por estar
centrados en mantener unas estructuras que no dan vida. Al igual que Jairo,
nuestra iglesia, si quiere seguir siendo la iglesia de Jesús, tendrá que salir
al encuentro del maestro, rompiendo viejas estructuras que la mantienen cerrada
al mundo. Y en ese encuentro con Jesús y su evangelio, oirá las mismas palabras
que Jesús le dirigió a Jairo: “No temas, ten fe y basta”. Tal vez sea este el mal
de nuestra iglesia: tiene demasiado miedo y poca fe, y este miedo a perder
seguridades, prestigio y poder le impide lanzarse a la aventura de remediar los
males de un mundo abocado a la muerte; tal vez tenga que adherirse más al
mensaje de Jesús y a su estilo de vida pobre, libre, solidario y entregado a
los que viven en las márgenes del mundo. Sólo así podrá devolver la vida a
tanto muerto que hay vivo, a tantos que gritan llorando sin parar, lamentándose
de que no es posible luchar contra este injusto sistema mundano que ha
marginado a tanta gente, llevándola a las puertas de la muerte.
Pablo, en su
carta a los corintios, invita a resolver el problema de la injusticia y la
desigualdad con generosidad. Y para ello pone el ejemplo de Jesús que, siendo
rico, "se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza” y hacer un mundo
más igualitario donde “la abundancia de unos remedie la carencia de otros”, y
brote la igualdad. Un verdadero milagro que está en nuestras manos realizar
para devolver la vida a cuantos carecen de las mínimas condiciones de vida,
para hacer de nuevo el milagro del maná por el que Dios impedía que unos
acumulasen lo que era necesario para otros: “al que recogía mucho no le sobraba
y al que recogía poco no le faltaba” (Ex 16,18). Un mundo de iguales, un mundo
regido por un Dios que, como dice el libro de la Sabiduría, “no hizo la muerte
ni goza destruyendo a los vivientes. Todo lo creó para que subsistiera. Dios
creó al ser humano para la inmortalidad y lo hizo a imagen de su propio ser”.
Para la revisión de vida
Nos gusta la
vida, nos gusta estar vivos, tenemos eso que se llama “instinto de
supervivencia” y que nos hace alejarnos rápida y eficazmente de todo lo que
amenaza nuestra existencia, pero que también nos puede llevar a poner en el
centro de todo (como absoluto, como "dios" camuflado) nuestra propia
supervivencia, dejando muy al margen la preocupación por la vida de los demás.
Nuestro Dios es un Dios de vida y de vivos, que tiene su mayor gloria en las
personas vivas, que envió a su Hijo para que "tuviésemos vida y vida en
abundancia" (Jn 10,10)...
¿Soy de los que se
preocupan por la vida de todos, por la vida de todo (también de la naturaleza),
por la vida sobre todo de los que la tienen más amenazada, por aquellos para
quienes sobrevivir es una dura tarea diaria, porque el mundo se organice en
favor de la Vida, de la vida para todos y especialmente para los más pequeños?
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