Eran las cinco de la tarde y yo estaba en el corazón de este monte santo... Las altas y sublimes crestas de la montaña estaban vestidas como en un día grande de gloria (ángeles, santos) pues habían de presenciar y ser testigos de nuestro contrato.
Llegada la hora de la solemnidad, llamé a la que me había dado la cita: ¡Oh la más pura, la más casta, la más bella, la más perfecta de las vírgenes, Iglesia santa! Ya estoy aquí solo, te espero. Ven, Amada mía, ven, te espera este miserable hijo de Adán que no puede ya vivir sin ti: ¡Ven!
No se hizo esperar mucho. Apenas la llamé se hizo sentir su presencia al fondo de mi alma. Su presencia todo lo vivifica, todo lo lava, todo lo glorifica y salva. Presente la Esposa , «¿qué quieres de mí –me dijo– qué pides»?
– Te quiero a ti, te pido a ti, porque no puedo vivir fuera de ti.
– Puesto que me quieres y me pides a mí, yo, Hija única del eterno Padre, me doy a ti toda, con todo cuanto soy y me pertenezco: tuya soy, y tuya seré eternamente; yo soy y seré tu herencia. ¿Aceptas tal don?
– Sí, yo lo recibo, yo lo acepto: mía eres y mía serás.
– Pues mañana en el augustísimo Sacramento del altar esta entrega será sacramental; te daré en mi Cabeza mis carnes, mi sangre, mis huesos, y seré carne de tus carnes y hueso de tus huesos.
– Amada mía, ahora me importa saber si tú me quieres a mí. Que yo te reciba, que te quiera, que te ame, esto nada tiene de extraño, porque eres infinitamente bella y amable; pero la dificultad la tengo en que me quieras a mí.
– Date a mí y te recibiré, y serás todo mío.
– Bien, para esto he venido. Oye mi ofrenda:
Yo Fr. Francisco de J.M.J. me doy tal cual soy con todo cuanto tengo a ti ahora, en tiempo de mi vida y eternamente. ¿Me quieres?
– Sí, yo te recibo, yo acepto la ofrenda.
– Pues si aceptas la ofrenda, yo ya no soy mío, soy cosa tuya, y tú cuidarás de mí como de cosa que te pertenece. Y en fuerza de esta ofrenda que aceptas, yo Fr. Francisco de
J.M.J. renuevo mi profesión religiosa y te prometo obediencia, castidad y pobreza. En fuerza del voto de obediencia, yo cumpliré fielmente tus mandatos y me sujetaré a tus órdenes; en virtud del voto de castidad, te entrego mis carnes, mi sangre y mi cuerpo todo, y seré carne de tus carnes y miembro verdadero de tu cuerpo; y en razón del voto de pobreza, renuncio a todos los bienes de la tierra, y a tus órdenes los cuidaré. ¡Iglesia santa, Virgen bella, pura y perfecta, Madre fecundísima, Joven, siempre joven y que jamás envejecerás, infinitamente amable! recibe mis votos y promesas, y dame gracia para cumplirlos. Cuida de mí, pues soy cosa tuya.
(Fuente: Mrel 2, 6-7)
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