Sab 7,7-11: En comparación de la sabiduría, tuve en nada la riqueza
Salmo responsorial 89: Sácianos de tu misericordia, Señor, y toda
nuestra vida será alegría y júbilo
Heb 4,12-13: La palabra de Dios juzga los deseos e intenciones del
corazón
Marcos 10,17-30: Vende lo que tienes y sígueme
La primera lectura, tomada del
libro de la Sabiduría, expresa la preferencia de la Sabiduría frente a todos
los bienes de la tierra. El sabio pone en la plegaria de Salomón la
superioridad de los valores espirituales sobre los materiales, supeditándolos
todos al don de la sabiduría y la prudencia para el gobierno de su pueblo.
En el texto de la carta a los
hebreos, el autor, al describir la fuerza transformadora de la Palabra de Dios,
se hace eco de hondas raíces veterotestamentarias. En efecto, ya Isaías 42,9
había comparado la Palabra de Dios con la espada, y Jeremías la había
presentado como una realidad operante por sí misma. ( Jer 23,29).
La íntima acción salvadora de la
Palabra en la persona oyente es descrita en el texto diciendo que es
“penetrante hasta el punto donde se dividen alma y espíritu”. Allí, en el
santuario de la intimidad del corazón de la persona, de la comunidad oyente
activa de esa voz salvadora que le muestra caminos de liberación, allí, donde
reside la voluntad y la decisión de aceptarla o de rechazarla, donde anida lo
más denso del ser humano: sus intereses, sus afectos, su libertad, es hasta
donde la Palabra llega cuestionante, incisiva, liberadora, transformante. Por
eso, el autor de la carta coloca intencionadamente las palabras “corazón,
deseos, intenciones”, como abarcando en estas categorías la integralidad
humana. Dios y su Palabra, “más íntimo que yo mismo” en expresión de San
Agustín, conoce hasta los secretos más recónditos del corazón. El más absoluto
misterio humano está patente ante sus ojos. Por eso, la Palabra es juez
densamente imparcial, que conoce amando lo que ocurre en la conducta humana y
en el corazón de hombres y mujeres.
La imagen del camino es central
en el evangelio de Marcos (cf Mc 10, 17). Estamos ante el tema del seguimiento
de Jesús. En ese sentido va la pregunta de aquel que únicamente Mateo llama
"el joven rico" (19, 22); para Marcos (y Lucas) parece tratarse más
bien de una persona mayor que pregunta: ¿cómo heredar la vida? (cf Mc 10,17).
Jesús comienza por remitir a Dios; su bondad está al inicio de todo. Esto
equivale a resumir la primera tabla de los mandamientos. En seguida enuncia
explícitamente los correspondientes a la segunda tabla, con un añadido importante
(que sólo se encuentra en Marcos): "no seas injusto" (v. 19). La
frase es algo así como un sumario del listado que se recuerda. Se trata de la
condición mínima que se plantea al creyente. Con sencillez el rico dice que
todo eso lo ha observado (cf v. 20), no hay nada de arrogante en esta
afirmación. Esa era la convicción de los sabios de la época: la ley puede ser
cumplida plenamente.
Pero seguir a Jesús es algo más
exigente. Con afecto lo invita Jesús a ser uno de los suyos. No sólo debe
abandonar la riqueza, hay que entregarla a los pobres, a los necesitados. Esto
lo pondrá en condiciones de seguirlo (cf v. 21). No basta respetar la justicia
en nuestras actitudes personales, hay que ir a la raíz del mal, al fundamento
de la injusticia: el ansia de acumular riqueza. Pero, dejar sus posesiones, le
resultó una exigencia muy dura al preguntante; como muchos de nosotros prefirió
una vida creyente resignada a una cómoda mediocridad (cf v. 22). «Creer sí,
pero no tanto». Profesar la fe en Dios, aunque negándonos a poner en práctica
su voluntad. Jesús aprovecha la ocasión para poner las cosas en claro con sus
discípulos: el apego al dinero y al poder que él otorga es una dificultad mayor
para entrar en el Reino (cf v. 23). La comparación que sigue es severa; algunos
han querido suavizarla, pretendiendo -por ejemplo- que había en la ciudad unas
puertas pequeñas llamadas "agujas". Bastaba entonces al camello
agacharse para poder entrar por el ojo de la aguja.
Los discípulos, en cambio,
entendieron bien el mensaje. El asunto se les presenta poco menos que
imposible. Pasar por el ojo de la aguja significa poner su confianza en Dios y
no en las riquezas. No es fácil ni personalmente ni como Iglesia aceptar este
planteamiento, siguiendo a los discípulos nos preguntamos -con pretendido
realismo-: “entonces, ¿quién se podrá salvar?" (cf v. 26). El dinero da
seguridad, nos permite ser eficaces, decimos. El Señor recuerda que nuestra
capacidad de creer solamente en Dios es una gracia (cf v. 27).
Como comunidad de discípulos,
como Iglesia, debemos renunciar a la seguridad que da el dinero y el poder. Eso
es tener el "espíritu de sabiduría" (Sab 7,7), aceptar que ella sea
nuestra luz (cf v. 10). A la sabiduría nos lleva la palabra de Dios, cuyo filo
corta nuestras ataduras a todo prestigio mundano. Ante ella nada queda oculto,
todas nuestras complicidades aparecen con claridad (cf Heb 4,12-13). Como
creyentes, como Iglesia, ¿seremos capaces de pasar por el ojo de una aguja?
Para la revisión de vida
Aunque creamos en la Providencia,
Dios nos ha encomendado procurarnos la materialidad de nuestra vida y debemos
preocuparnos por todo lo económico. ¿Qué lugar ocupa el dinero en el
"ranking" de mis valores y preocupaciones? ¿Un lugar adecuado,
sometido a los valores?
(Fuente: lecturasdeldia.com)
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