Creer, arriesgar mucho
en el camino de la fe. Tomárselo tan en serio que pongas la vida en ello.
Buscar a Dios, aunque todos te digan que es un intento vano. Hubo épocas en que
creer era lo normal, una rutina en medio de la vida, parte de la inercia de
pertenecer a una sociedad donde todo venía definido en clave cristiana. Ya no
es así. Hoy se cuestiona la fe. Se ningunea o ridiculiza al creyente. Hoy es
más convencional mostrarse indiferente o criticón que mostrar apertura a una fe
o una religión. Es más fácil hablar desde tópicos que buscar, en lo profundo,
respuestas. Y, sin embargo merece la pena creer,
contracorriente.
Merece la pena
atravesar las incertidumbres, con una mirada puesta en lo invisible, y la otra
en lo concreto. Merece la pena reconocer que se nos escapan muchas cosas y, sin
embargo, el corazón te dice: «Él Vive». Entonces escuchas el evangelio, y
descubres que habla de ti, y de mí, y de tantos otros. La gente te dice: «Pero,
¿todavía vas a misa?» «¿Rezas?» «¡Venga ya!» Y tú quieres decirles que sí, que
en esa vivencia aterrizada de la fe hay mucha más hondura de la que intuyen,
mucha más pasión de la que se adivina a primera vista, y que no cambiarías las
mil preguntas que a veces te muerden por un minuto de confortable indiferencia.
(Fuete:pastoralsj.org)
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