LAS APARICIONES DEL ÁNGEL DE LA PAZ
( Habla Lucía)
Primera Aparición del Ángel
No recuerdo exactamente los datos, puesto que en aquel
tiempo no sabía nada de años, ni de meses, ni tampoco de los días de la semana.
Me parece que debe haber sido en la primavera de 1916 que nos apareció el Ángel
por primera vez en nuestro “Loca de Cabeco".
Como ya he escrito en el relato sobre Jacinta, subimos con
el ganado al cerro arriba en busca de abrigo, y después de haber tomado nuestro
bocadillo y dicho nuestras oraciones, vimos a cierta distancia, sobre la
cúspide de los árboles, dirigiéndose hacia el saliente, una luz más blanca que
la nieve, distinguiéndose la forma de un joven transparente y más brillante que
el cristal traspasado por los rayos del sol. Al acercarse más pudimos discernir
y distinguir los rasgos. Estábamos sorprendidos y asombrados.
Al llegar junto a nosotros dijo:
–No teman. Soy el Ángel de la Paz. ¡Oren conmigo!
Y arrodillado en tierra inclinó la frente hasta el suelo, e
imitamos llevados por un movimiento sobrenatural y repetimos las palabras que
le oímos decir:
–Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo. Te pido
perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman.
Después de repetir esto tres veces se levantó y dijo:
–Oren así. Los Corazones de Jesús y de María están atentos a
la voz de sus súplicas.
Y desapareció.
La atmósfera sobrenatural que nos envolvió era tan densa,
que casi no nos dábamos cuenta durante un largo espacio de tiempo de nuestra
propia existencia, permaneciendo en la posición en que el Ángel nos había
dejado repitiendo siempre la misma oración. Tan íntima e intensa era la
conciencia de la presencia de Dios, que ni siquiera intentamos hablar el uno
con el otro. Al día siguiente todavía sentimos la influencia de esa santa atmósfera
que iba desapareciendo sólo poco a poco.
No decíamos nada de esta aparición, ni recomendamos tampoco
el uno al otro guardar el secreto. La misma aparición parecía imponernos
silencio. Era de una naturaleza tan íntima, que no era nada fácil hablar de
ella. Tal vez por ser la primera manifestación de esta clase su impresión sobre
nosotros era mayor.
Segunda Aparición del Ángel
La segunda aparición tiene que haber ocurrido sobre mitad de
verano, cuando debido al gran calor, llevamos los rebaños a casa hacia mediodía
para regresar por la tarde.
Pasamos las horas de la siesta en la sombra de los árboles
que rodeaban el pozo en la quinta llamada Arneiro, que pertenecía a mis padres.
–De pronto vimos al mismo Ángel junto a nosotros.
–¿Qué están haciendo? ¡Recen! ¡Recen mucho! Los Corazones de
Jesús y de María tienen sobre ustedes designios de misericordia. ¡Ofrezcan
constantemente oraciones y sacrificios al Altísimo!
–¿Cómo hemos de sacrificarnos? –pregunté.
–De todo lo que puedan ofrezcan un sacrificio como acto de
reparación por los pecados por los cuales Él es ofendido, y de súplica por la
conversión de los pecadores. Atraigan así sobre su patria la paz. Yo soy el
Ángel de su Guardia, el Ángel de Portugal. Sobre todo, acepten y soporten con
sumisión el sufrimiento que el Señor les envíe.
Estas palabras hicieron una profunda impresión en nuestros
espíritus como una luz que nos hacía comprender quién es Dios, cómo nos ama y
desea ser amado, el valor del sacrificio, cuánto le agrada y cómo concede en
atención a esto la gracia de conversión a los pecadores. Por esta razón, desde
ese momento, comenzamos a ofrecer al Señor cuanto nos mortificaba, no buscando
jamás otros caminos de
mortificación y penitencia sino los de quedar durante
horas con las frentes tocando el suelo, repitiendo la oración que el Ángel nos
enseñó.
Tercera Aparición del Ángel
Me parece que la tercera aparición debe haber sido en
octubre o a fines de septiembre, porque ya no volvíamos a casa para el descanso
del mediodía. Como ya he escrito en el relato acerca de Jacinta, pasamos un día
desde Pregueira (un pequeño olivar propiedad de mis padres) a la cueva llamada
Lapa (Loca de Cabeco), caminando alrededor del cerro al lado que mira a Aljustrel
y Casa Velha. Allí decíamos nuestro rosario y la oración que el Ángel nos
enseñó en la primera aparición.
Estando allí apareció por tercera vez, teniendo en sus manos
un Cáliz, sobre el cual estaba suspendida una Hostia, de la cual caían gotas de
sangre al Cáliz. Dejando el Cáliz y la Hostia suspensos en el aire, se postró
en tierra y repitió tres veces esta oración:
–Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te
adoro profundamente y te ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y
Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los Sagrarios del
mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que Él
mismo es ofendido. Y por los méritos infinitos de su Sagrado Corazón y del
Corazón Inmaculado de María te pido la conversión de los pobres pecadores.
Después, levantándose, tomó de nuevo en la mano el Cáliz y
la Hostia. Me dio la Hostia a mí y el contenido del Cáliz lo dio a beber a
Jacinta y Francisco, diciendo al mismo tiempo:
–Tomen el Cuerpo y beban la Sangre de Jesucristo,
horriblemente ultrajado por los hombres ingratos. Reparen sus crímenes y
consuelen a su Dios.
De nuevo se postró en tierra y repitió con nosotros hasta
por tres veces la misma oración: Santísima Trinidad, etcétera, y desapareció.
Impulsados por la fuerza de lo sobrenatural que nos envolvía
imitamos al Ángel en todo, esto es, postrándonos nosotros como él y repitiendo
las oraciones como él decía. Tan intensamente sentimos la presencia de Dios,
que estábamos completamente dominados y absorbidos por ella. Parecía que por un
tiempo bastante largo estábamos privados de nuestros sentidos corporales.
Durante los días siguientes nuestras acciones estaban impulsadas del todo por
este poder sobrenatural. Por dentro sentimos una gran paz y alegría que dejaban
el alma completamente sumergida en Dios. También era grande el agotamiento
físico que nos sobrevino.
No sé por qué las apariciones de Nuestra Señora producían en
nosotros efectos bien diferentes. La misma alegría íntima, la misma paz y
felicidad, pero en vez de ese abatimiento físico, una cierta agilidad
expansiva; en vez de ese aniquilamiento en la divina presencia, un exultar de
alegría; en vez de esa dificultad en hablar, un cierto entusiasmo
comunicativo.
LAS APARICIONES DE
NUESTRA SEÑORA
Primera Aparición
Domingo, 13 de mayo
del año 1917
Estando jugando con Jacinta y Francisco en lo alto, junto a
Cova de Iría, haciendo una pared de piedras alrededor de una mata de retamas,
de repente vimos una luz como de un relámpago.
–Está relampagueando –dije–. Puede venir una tormenta. Es
mejor que nos vayamos a casa.
–¡Oh, sí, está bien! –contestaron mis primos.
Comenzamos a bajar del cerro llevando las ovejas hacia el
camino. Cuando llegamos a menos de la mitad de la pendiente, cerca de una encina,
que aún existe, vimos otro relámpago, y habiendo dado algunos pasos más vimos
sobre la encina una Señora vestida de blanco, más brillante que el sol,
esparciendo luz más clara e intensa que un vaso de cristal lleno de agua
cristalina atravesado por los rayos más ardientes del sol.
Nos paramos, sorprendidos por la aparición. Estábamos tan
cerca que quedamos dentro de la luz que la rodeaba o que Ella irradiaba, tal
vez a metro y medio de distancia. Entonces la Señora nos dijo:
–No tengan miedo. No les hago daño.
Yo la pregunté:
–¿De dónde es usted?
–Soy del cielo.
–¿Qué es lo que usted me quiere?
–He venido para pedirles que vengan aquí seis meses seguidos
el día 13 a esta misma hora. Después diré quién soy y lo que quiero. Volveré
aquí una séptima vez.
Pregunté entonces:
–¿Yo iré al cielo?
–Sí, irás.
–¿Y Jacinta?
–Irá también.
–¿Y Francisco?
–También irá, pero tiene que rezar antes muchos Rosarios.
Entonces me acordé de preguntar por dos niñas que habían
muerto hacía poco. Eran amigas mías y solían venir a casa para aprender a tejer
con mi hermana mayor.
–¿Está María de las Nieves en el cielo?
–Sí, está.
Tenía cerca de dieciséis años.
–¿Y Amelia?
–Pues estará en el purgatorio hasta el fin del mundo.
Me parece tenía entre dieciocho y veinte años.
–¿Quieren ofrecerse a
Dios para soportar todos los sufrimientos que Él quisiera enviarles como
reparación de los pecados con que Él es ofendido y de súplica por la conversión
de los pecadores?
–Sí, queremos.
–Tendrán, pues, mucho que sufrir, pero la gracia de Dios los
fortalecerá.
Diciendo estas palabras, la gracia de Dios, etc., la Virgen
abrió sus manos por primera vez, comunicándonos una luz muy intensa que parecía
fluir de sus manos y penetraba en lo más íntimo de nuestro pecho y de nuestros
corazones, haciéndonos ver a nosotros mismos en Dios, que era esa luz, más
claramente de lo que nos vemos en el mejor de los espejos. Entonces, por un
impulso interior que nos fue comunicado también, caímos de rodillas, repitiendo
humildemente:
–Santísima Trinidad, yo te adoro. Dios mío, Dios mío, yo te
amo en el Santísimo Sacramento.
Después de pasados unos momentos Nuestra Señora agregó:
–Recen el Rosario todos los días para alcanzar la paz del
mundo y el fin de la guerra.
Acto seguido comenzó a elevarse serenamente subiendo en
dirección al Levante hasta desaparecer en la inmensidad del espacio. La luz que
la circundaba parecía abrirle el camino a través de los astros, motivo por el
que algunas veces decíamos que vimos abrirse el cielo.
Segunda Aparición
Miércoles, 13 de
junio
Después de rezar el rosario con otras personas que estaban
presentes (unas cincuenta) vimos de nuevo el reflejo de la luz que se
aproximaba, y que llamábamos relámpago, y en seguida a Nuestra Señora sobre la
encina, todo como en mayo.
–¿Qué es lo que me quiere? –pregunté.
–Quiero que vengan aquí el día 13 del mes que viene, que
recen el rosario todos los días y que aprendan a leer. Después diré lo que
quiero además.
Le pedí la curación de una enferma. Nuestra Señora
respondió:
–Si se convierte se curará durante el año.
–Quisiera pedirle que nos llevase al cielo.
–Sí, a Jacinta y a Francisco los llevaré en breve, pero tú
te quedas aquí algún tiempo más. Jesús quiere servirse de ti para darme a
conocer y amar. Quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado
Corazón. A quien le abrazare prometo la salvación y serán queridas sus almas
por Dios como flores puestas por mí a adornar su Trono.
–¿Me quedo aquí solita? –pregunté con pena.
–No, hija. ¿Y tú sufres mucho por eso? ¡No te desanimes!
Nunca te dejaré. Mi Inmaculado Corazón será tu refugio y el camino que te
conducirá a Dios.
En este momento abrió las manos y nos comunicó por segunda
vez el reflejo de la luz inmensa que la envolvía. En esta luz nos veíamos como
sumergidos en Dios. Jacinta y Francisco parecían estar en la parte de la luz
que se eleva hacia el cielo y yo en la que se esparcía sobre la tierra. Delante
de la palma de la mano derecha de Nuestra Señora estaba un corazón rodeado de
espinas que parecían clavarse en él. Entendimos que era el Corazón Inmaculado
de María, ultrajado por los pecados de la humanidad, que quería reparación.
Esto es a lo que nos referíamos al decir que Nuestra Señora
nos había contado un secreto en junio. Ella no nos mandó en aquella ocasión
guardarlo como secreto, pero nos sentíamos impulsados por Dios a hacerlo así.
Francisco, muy impresionado con lo que había visto, me
preguntó después:
–¿Por qué es que la Virgen estaba con un corazón en la mano
irradiando sobre el mundo aquella luz tan grande que es Dios? Tú, Lucía,
estabas con Ella en la luz que bajaba a la tierra y Jacinta conmigo en la que
subía hacia el cielo.
–Es que –le respondí– tú, con Jacinta, irán en breve al
cielo. Yo me quedo con el Corazón Inmaculado de María en la tierra.
Tercera Aparición
Viernes, 13 de
julio
El Gran Secreto.
Momentos después de haber llegado a Cova de Iría, junto a la
encina, entre numeroso público (unas 4.000 personas) que estaban rezando el
rosario, vimos el rayo de luz una vez más y un momento más tarde apareció la
Virgen sobre la encina.
–¿Qué es lo que quiere de mí? –pregunté.
–Quiero que vengan aquí el día 13 del mes que viene, y
continúen rezando el rosario todos los
días en honra a Nuestra Señora del Rosario, con el fin de obtener la paz del
mundo y el final de la guerra, porque sólo Ella puede conseguirlo.
Dije entonces:
–Quisiera pedirle nos dijera quién es, y que haga un milagro
para que todos crean que usted se nos aparece.
–Continúen viniendo aquí todos los meses. En octubre diré
quién soy y lo que quiero, y haré un milagro que todos han de ver para que
crean.
Aquí hice algunos pedidos que ahora no recuerdo. Lo que
recuerdo es que Nuestra Señora dijo que era preciso rezar el rosario para
alcanzar las gracias durante el año. Y continuó:
–Sacrifíquense por
los pecadores y digan muchas veces, y especialmente cuando hagan un sacrificio: “¡Oh,
Jesús, es por tu amor, por la conversión de los pecadores y en reparación de
los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María!”. Al
decir estas últimas palabras abrió de nuevo las manos como los meses
anteriores. El reflejo parecía penetrar en la tierra y vimos como un mar de
fuego y sumergidos en este fuego los demonios y las almas como si fuesen brasas
transparentes y negras o bronceadas, de forma humana, que fluctuaban en el
incendio llevadas por las llamas que de ellas mismas salían, juntamente con
nubes de humo, cayendo hacia todo los lados, semejante a la caída de pavesas en
grandes incendios, pero sin peso ni equilibrio, entre gritos y lamentos de
dolor y desesperación que horrorizaban y hacían estremecer de pavor. (Debía ser
a la vista de eso que di un “ay” que dicen haber oído.) Los demonios se
distinguían por sus formas horribles y asquerosas de animales espantosos y
desconocidos, pero transparentes como negros tizones en brasa. Asustados y como
pidiendo socorro levantamos la vista a Nuestra Señora, que nos dijo con bondad
y tristeza:
–Han visto el infierno, donde van las almas de los pobres
pecadores. Para salvarlas Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi
Inmaculado Corazón. Si hacen lo que yo os digo se salvarán muchas almas y
tendrán paz. La guerra terminará pero si no dejan de ofender a Dios en el
reinado de Pío XI comenzará otra peor. Cuando vean una noche alumbrada por una
luz desconocida sepan que es la gran señal que Dios les da de que va a castigar
al mundo por sus crímenes por medio de la guerra, del hambre, de la persecución
de la Iglesia y del Santo Padre. Para impedir eso vendré a pedir la
consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la comunión reparadora de los
primeros sábados. Si atendieran mis deseos, Rusia se convertirá y habrá paz; si
no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones de
la Iglesia: los buenos serán martirizados; el Santo Padre tendrá que sufrir
mucho; varias naciones serán aniquiladas. Por fin, mi Inmaculado Corazón
triunfará. El Santo Padre me consagrará Rusia, que se convertirá, y será
concedido al mundo algún tiempo de paz. En Portugal el dogma de la fe se
conservará siempre, etc. (Aquí comienza la tercer parte del secreto, escrita
por Lucía entre el 22 de diciembre de 1943 y el 9 de enero de 1944.) Esto no lo
digan a nadie. A Francisco sí pueden decírselo.
–Cuando recen el rosario, digan después de cada misterio:
“Jesús mío, perdónanos, líbranos del fuego del infierno, lleva todas las almas
al cielo, especialmente las más necesitadas.”
Seguía un instante en silencio y después pregunté:
–¿Usted no me quiere nada más?
–No, no quiero nada más por hoy.
Y como de costumbre comenzó a elevarse en dirección a
Oriente hasta que desapareció en la inmensidad del firmamento.
Cuarta Aparición
Domingo, 19 de
agosto, en los Valinhos
(La aparición no se realizó el día 13 de agosto en Cova de
Iría porque el Administrador del Concejo apresó y llevó a Vila Nova de Ourem a
los pastorcitos con la intención de obligarles a revelar el secreto. Los tuvo
presos en la Administración y en el calabozo municipal.
Les ofreció los más valiosos presentes si descubrían el
secreto. Los pequeños videntes respondieron:
–No lo decimos ni aunque nos den el mundo entero.
Los encerró en el calabozo. Los presos les aconsejaron:
–Pero digan al Administrador ese secreto. ¿Qué les importa
que esa Señora no quiera?
–¡Eso no –respondió Jacinta con vivacidad–, antes quiero
morir!
Y los tres niños rezaron con aquellos infelices el rosario,
delante de una medalla de Jacinta colgada de la pared.
El Administrador para amedrentarlos, mandó preparar una
caldera de aceite hirviendo, en la cual amenazó asar a los pastorcitos si no
hacían lo que les mandaban. Ellos, aunque pensaban que la cosa iba en serio,
permanecieron firmes sin revelar nada. El día 15, fiesta de la Asunción, los
llevó por fin a Fátima.)
Habiendo ya contado lo que sucedió este día, pasaré a hablar
de la aparición que, según mi opinión, tuvo lugar el día 15 por la tarde. Como
todavía no sabía contar los días del mes, puede ser que me equivoque. Pero
tengo la idea de que fue el mismo día en que volvimos de Vila Nova de Ourem.
Estuvimos con las ovejas en un lugar llamado Valinhos,
Francisco y su hermano Juan, acompañándome, y sintiendo que algo sobrenatural
se aproximaba y nos envolvía, sospechando que Nuestra Señora nos venía a
aparecer y teniendo pena de que Jacinta quedaba sin verla, pedimos a su hermano
Juan que fuese a llamarla. No quería ir, y le ofrecí dos veintenos y allá se
fue corriendo. Entretanto, Francisco y yo vimos el reflejo de la luz que
llamábamos relámpago y al instante de llegar Jacinta vimos a la Señora sobre la
encina.
–¿Qué es lo que quiere usted?
–Deseo que sigan yendo a Cova de Iría en los días 13, que
sigan rezando el rosario todos los días. El último mes haré el milagro para que
todos crean.
–¿Qué es lo que quiere usted que se haga con el dinero que
la gente deja en Cova de Iría?
–Hagan dos andas, una para ti y Jacinta, para llevarlas con
dos chicas más vestidas de blanco y otra que la lleve Francisco con tres niños
más. El dinero de las andas es para la fiesta de Nuestra Señora del Rosario, y
lo que sobre es para ayuda de una capilla que se debe hacer. (Andas usadas en
Fátima y otros lugares no son para transportar imágenes, sino para recoger
ofertas en dinero y en género.)
–Yo quisiera pedirle la curación de algunos enfermos.
–Sí, a algunos los curaré durante el año.
Y tomando un aspecto muy triste, la Virgen añadió:
–Recen, recen mucho y hagan sacrificios por los pecadores,
porque muchas almas van al infierno por no tener quién se sacrifique y rece por
ellas.
Y la Señora comenzó a subir como de costumbre hacia
Oriente.
Quinta Aparición
Jueves, 13 de
septiembre
Al aproximarse la hora fui a Cova de Iría con Jacinta y
Francisco entre numerosas personas (unas treinta mil) que nos dejaban andar
sólo con dificultad. Los caminos estaban apiñados de gente; todos nos querían
ver y hablar; allí no había respetos humanos. Mucha gente del pueblo, y hasta
señoras y caballeros, consiguiendo romper por entre la muchedumbre que
alrededor nuestro se agolpaba, venían a postrarse de hinojos delante de
nosotros pidiendo que presentásemos sus necesidades a Nuestra Señora. Otros, no
consiguiendo llegar junto a nosotros, clamaban de lejos. Uno de ellos:
–¡Por el amor de Dios, pidan a Nuestra Señora que me cure a
mi hijo, que está impedido!
Otro:
–Que me cure el mío, que es ciego.
Otro:
–El mío, que es sordo.
–Que me traiga a mi marido o mi hijo, que están en la
guerra; que me convierta un pecador; que me dé salud, que estoy tuberculoso,
etcétera.
Allí aparecían todas las miserias de la pobre humanidad y
algunos gritaban subidos a los árboles y a las tapias con el fin de vernos
pasar. Diciendo a unos que sí, dando la mano a otros para ayudarles a
levantarse del polvo de la tierra, allá íbamos andando gracias a algunos
caballeros que nos iban abriendo camino entre la muchedumbre. Ahora, cuando leo
estas escenas encantadoras del Nuevo Testamento, del paso de Nuestro Señor por
Palestina, pienso en nuestros pobres caminos y sendas de Aljustrel, Fátima y
Cova de Iría, y doy gracias a Dios ofreciéndole la fe de nuestra buena gente
portuguesa. Y pienso si ellos podían humillarse como lo hicieron ante tres
pobres niños, sólo porque eran agraciados de hablar a la Madre de Dios, ¿qué no
harían si pudieran ver a Nuestro Señor mismo en persona delante de ellos?
Bien, esto no tiene que ver con la materia; era una
distracción de mi pluma que me llevaba a parte donde yo no quería, una inútil
divagación. No lo arranco para no estropear el cuaderno.
Por fin llegamos a Cova de Iría, y al alcanzar la encina
comenzamos a decir el rosario con la gente. Un poco más tarde vimos el reflejo
de luz y acto seguido, sobre la encina, a Nuestra Señora, que dijo:
–Continúen rezando el rosario para alcanzar el fin de la
guerra. En octubre vendrá también Nuestro Señor, Nuestra Señora de los Dolores
y del Carmen, San José con el Niño Jesús para bendecir al mundo. Dios está
contento con sus sacrificios, pero no quiero que duerman con la cuerda puesta;
llévenla sólo durante el día.
–Me han pedido para suplicarle muchas cosas: la cura de
algunos enfermos, de un sordomudo, etc.
–Sí, a algunos curaré, pero a otros no. En octubre haré el
milagro para que todos crean.
Y comenzó a elevarse, desapareciendo como de costumbre.
(Los niños tomaron muy a pecho las palabras de la Virgen en
agosto, que pedía sacrificios a los pecadores. Uno de los sacrificios más
dolorosos era el de la cuerda que cada uno de ellos llevaba atada a la cintura.
Tanto les hacía sufrir, que Jacinta a veces hasta lloraba con la violencia del
dolor. La Virgen les dijo con solicitud maternal que de noche no usaran la
cuerda para poder disfrutar del reposo necesario. Otros sacrificios eran no
comer la merienda, que repartían entre los pobres. Dejaban los higos y las
uvas. “Teníamos la costumbre de ofrecer de vez en cuando el sacrificio de pasar
una novena o un mes sin beber. Hicimos una vez este sacrificio en pleno mes de
agosto, en que el calor era sofocante.” Mayores todavía eran los sacrificios
que les exigía la misión que la Virgen les encomendara: las vejaciones, la
curiosidad y molestias de la gente; sus interminables visitas y preguntas, la
persecución y la prisión, y por fin la larga enfermedad de Francisco y, sobre
todo, de Jacinta, a la cual varias veces visitó la Virgen, previniéndola que
moriría solita, después de sufrir mucho.)
Sexta Aparición
Sábado, 13 de
octubre
Salimos de casa bastante pronto, contando con las demoras
del camino. Había gente en masa (70.000 personas), bajo una lluvia torrencial.
Mi madre, temiendo que fuese aquel el último día de mi vida, con el corazón
traspasado por la incertidumbre de lo que podía ocurrir, quiso acompañarme. Por
el camino, las escenas del mes pasado, más numerosas y conmovedoras. Ni el
barro de los caminos impedía a la gente arrodillarse en actitud humilde y
suplicante.
Llegando a Cova de Iría, junto a la encina, llevada de un
movimiento interior, pedí al pueblo que cerrasen los paraguas para rezar el
rosario. Poco después vimos el reflejo de luz y en seguida a la Virgen sobre la
encina.
–¿Qué es lo que usted me quiere?
–Quiero decirte que hagan aquí una capilla en honor mío, que
soy la Señora del Rosario, que continúen rezando el Rosario todos los días. La
guerra está acabándose y los soldados volverán pronto a sus casas.
–Tenía muchas cosas que pedirle: si curaba a los enfermos,
si convertía a unos pecadores, etc.
–Unos, sí; otros, no. Es preciso que se enmienden; que pidan
perdón de sus pecados.
Y tomando aspecto más triste dijo:
–Que no ofendan más a Dios Nuestro Señor, que ya está muy
ofendido.
Y abriendo sus manos las hizo reflejar en el sol, y en
cuanto se elevaba continuaba el brillo de su propia luz proyectándose en el
sol.
He aquí el motivo por el cual exclamé que mirasen al sol. Mi
motivo no era llamar la atención del pueblo, pues ni siquiera me daba cuenta de
su presencia. Fui inducida para ello por un impulso interior.
(Se da entonces el milagro del sol, prometido tres meses
antes, como prueba de la verdad de las apariciones de Fátima. La lluvia cesa y
el sol por tres veces gira sobre sí mismo, lanzando a todos los lados fajas de
luz de varios colores, amarillo, lila, anaranjado y rojo. Parece a cierta
altura desprenderse del firmamento y caer sobre la muchedumbre. Al cabo de diez
minutos de prodigio toma su estado normal. Entretanto, los pastorcitos eran
favorecidos por otras visiones.)
Desaparecida Nuestra Señora en la inmensidad del firmamento,
vimos al lado del sol a San José con el Niño y a Nuestra Señora vestida de
blanco con un manto azul. San José con el Niño parecían bendecir al mundo, pues
hacía con las manos unos gestos en forma de cruz.
Poco después, pasada esta Aparición, vi a Nuestro Señor y a
Nuestra Señora, que me daba sensación de ser la Virgen de los Dolores. Nuestro
Señor parecía bendecir al mundo de la misma forma que San José. Se disipó esta
aparición y me parecía ver todavía a Nuestra Señora en forma semejante a
Nuestra Señora del Carmen.
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