lunes, 13 de mayo de 2013

LAS APARICIONES DE LA VIRGEN DE FÁTIMA Y DEL ÁNGEL DE LA PAZ A LOS PASTORCITOS.


LAS APARICIONES DEL ÁNGEL DE LA PAZ 
( Habla Lucía)

Primera Aparición del Ángel 
No recuerdo exactamente los datos, puesto que en aquel tiempo no sabía nada de años, ni de meses, ni tampoco de los días de la semana. Me parece que debe haber sido en la primavera de 1916 que nos apareció el Ángel por primera vez en nuestro “Loca de Cabeco".
Como ya he escrito en el relato sobre Jacinta, subimos con el ganado al cerro arriba en busca de abrigo, y después de haber tomado nuestro bocadillo y dicho nuestras oraciones, vimos a cierta distancia, sobre la cúspide de los árboles, dirigiéndose hacia el saliente, una luz más blanca que la nieve, distinguiéndose la forma de un joven transparente y más brillante que el cristal traspasado por los rayos del sol. Al acercarse más pudimos discernir y distinguir los rasgos. Estábamos sorprendidos y asombrados.
Al llegar junto a nosotros dijo:
–No teman. Soy el Ángel de la Paz. ¡Oren conmigo!
Y arrodillado en tierra inclinó la frente hasta el suelo, e imitamos llevados por un movimiento sobrenatural y repetimos las palabras que le oímos decir:
Dios mío, yo creo, adoro, espero y te amo. Te pido perdón por los que no creen, no adoran, no esperan y no te aman.
Después de repetir esto tres veces se levantó y dijo:
–Oren así. Los Corazones de Jesús y de María están atentos a la voz de sus súplicas.
Y desapareció.
La atmósfera sobrenatural que nos envolvió era tan densa, que casi no nos dábamos cuenta durante un largo espacio de tiempo de nuestra propia existencia, permaneciendo en la posición en que el Ángel nos había dejado repitiendo siempre la misma oración. Tan íntima e intensa era la conciencia de la presencia de Dios, que ni siquiera intentamos hablar el uno con el otro. Al día siguiente todavía sentimos la influencia de esa santa atmósfera que iba desapareciendo sólo poco a poco.
No decíamos nada de esta aparición, ni recomendamos tampoco el uno al otro guardar el secreto. La misma aparición parecía imponernos silencio. Era de una naturaleza tan íntima, que no era nada fácil hablar de ella. Tal vez por ser la primera manifestación de esta clase su impresión sobre nosotros era mayor. 

Segunda Aparición del Ángel 
La segunda aparición tiene que haber ocurrido sobre mitad de verano, cuando debido al gran calor, llevamos los rebaños a casa hacia mediodía para regresar por la tarde.
Pasamos las horas de la siesta en la sombra de los árboles que rodeaban el pozo en la quinta llamada Arneiro, que pertenecía a mis padres.
–De pronto vimos al mismo Ángel junto a nosotros.
–¿Qué están haciendo? ¡Recen! ¡Recen mucho! Los Corazones de Jesús y de María tienen sobre ustedes designios de misericordia. ¡Ofrezcan constantemente oraciones y sacrificios al Altísimo!
–¿Cómo hemos de sacrificarnos? –pregunté.
–De todo lo que puedan ofrezcan un sacrificio como acto de reparación por los pecados por los cuales Él es ofendido, y de súplica por la conversión de los pecadores. Atraigan así sobre su patria la paz. Yo soy el Ángel de su Guardia, el Ángel de Portugal. Sobre todo, acepten y soporten con sumisión el sufrimiento que el Señor les envíe.
Estas palabras hicieron una profunda impresión en nuestros espíritus como una luz que nos hacía comprender quién es Dios, cómo nos ama y desea ser amado, el valor del sacrificio, cuánto le agrada y cómo concede en atención a esto la gracia de conversión a los pecadores. Por esta razón, desde ese momento, comenzamos a ofrecer al Señor cuanto nos mortificaba, no buscando jamás otros caminos de
mortificación y penitencia sino los de quedar durante horas con las frentes tocando el suelo, repitiendo la oración que el Ángel nos enseñó.

Tercera Aparición del Ángel 
Me parece que la tercera aparición debe haber sido en octubre o a fines de septiembre, porque ya no volvíamos a casa para el descanso del mediodía. Como ya he escrito en el relato acerca de Jacinta, pasamos un día desde Pregueira (un pequeño olivar propiedad de mis padres) a la cueva llamada Lapa (Loca de Cabeco), caminando alrededor del cerro al lado que mira a Aljustrel y Casa Velha. Allí decíamos nuestro rosario y la oración que el Ángel nos enseñó en la primera aparición.
Estando allí apareció por tercera vez, teniendo en sus manos un Cáliz, sobre el cual estaba suspendida una Hostia, de la cual caían gotas de sangre al Cáliz. Dejando el Cáliz y la Hostia suspensos en el aire, se postró en tierra y repitió tres veces esta oración:
Santísima Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, te adoro profundamente y te ofrezco el Preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Nuestro Señor Jesucristo, presente en todos los Sagrarios del mundo, en reparación por los ultrajes, sacrilegios e indiferencias con que Él mismo es ofendido. Y por los méritos infinitos de su Sagrado Corazón y del Corazón Inmaculado de María te pido la conversión de los pobres pecadores.
Después, levantándose, tomó de nuevo en la mano el Cáliz y la Hostia. Me dio la Hostia a mí y el contenido del Cáliz lo dio a beber a Jacinta y Francisco, diciendo al mismo tiempo:
–Tomen el Cuerpo y beban la Sangre de Jesucristo, horriblemente ultrajado por los hombres ingratos. Reparen sus crímenes y consuelen a su Dios.
De nuevo se postró en tierra y repitió con nosotros hasta por tres veces la misma oración: Santísima Trinidad, etcétera, y desapareció.
Impulsados por la fuerza de lo sobrenatural que nos envolvía imitamos al Ángel en todo, esto es, postrándonos nosotros como él y repitiendo las oraciones como él decía. Tan intensamente sentimos la presencia de Dios, que estábamos completamente dominados y absorbidos por ella. Parecía que por un tiempo bastante largo estábamos privados de nuestros sentidos corporales. Durante los días siguientes nuestras acciones estaban impulsadas del todo por este poder sobrenatural. Por dentro sentimos una gran paz y alegría que dejaban el alma completamente sumergida en Dios. También era grande el agotamiento físico que nos sobrevino.
No sé por qué las apariciones de Nuestra Señora producían en nosotros efectos bien diferentes. La misma alegría íntima, la misma paz y felicidad, pero en vez de ese abatimiento físico, una cierta agilidad expansiva; en vez de ese aniquilamiento en la divina presencia, un exultar de alegría; en vez de esa dificultad en hablar, un cierto entusiasmo comunicativo. 



LAS APARICIONES DE NUESTRA SEÑORA 


Primera Aparición 
Domingo, 13 de mayo del año 1917 
Estando jugando con Jacinta y Francisco en lo alto, junto a Cova de Iría, haciendo una pared de piedras alrededor de una mata de retamas, de repente vimos una luz como de un relámpago.
–Está relampagueando –dije–. Puede venir una tormenta. Es mejor que nos vayamos a casa.
–¡Oh, sí, está bien! –contestaron mis primos.
Comenzamos a bajar del cerro llevando las ovejas hacia el camino. Cuando llegamos a menos de la mitad de la pendiente, cerca de una encina, que aún existe, vimos otro relámpago, y habiendo dado algunos pasos más vimos sobre la encina una Señora vestida de blanco, más brillante que el sol, esparciendo luz más clara e intensa que un vaso de cristal lleno de agua cristalina atravesado por los rayos más ardientes del sol.
Nos paramos, sorprendidos por la aparición. Estábamos tan cerca que quedamos dentro de la luz que la rodeaba o que Ella irradiaba, tal vez a metro y medio de distancia. Entonces la Señora nos dijo:
–No tengan miedo. No les hago daño.
Yo la pregunté:
–¿De dónde es usted?
–Soy del cielo.
–¿Qué es lo que usted me quiere?
–He venido para pedirles que vengan aquí seis meses seguidos el día 13 a esta misma hora. Después diré quién soy y lo que quiero. Volveré aquí una séptima vez.
Pregunté entonces:
–¿Yo iré al cielo?
–Sí, irás.
–¿Y Jacinta?
–Irá también.
–¿Y Francisco?
–También irá, pero tiene que rezar antes muchos Rosarios.
Entonces me acordé de preguntar por dos niñas que habían muerto hacía poco. Eran amigas mías y solían venir a casa para aprender a tejer con mi hermana mayor.
–¿Está María de las Nieves en el cielo?
–Sí, está.
Tenía cerca de dieciséis años.
–¿Y Amelia?
–Pues estará en el purgatorio hasta el fin del mundo.
Me parece tenía entre dieciocho y veinte años.
–¿Quieren  ofrecerse a Dios para soportar todos los sufrimientos que Él quisiera enviarles como reparación de los pecados con que Él es ofendido y de súplica por la conversión de los pecadores?
–Sí, queremos.
–Tendrán, pues, mucho que sufrir, pero la gracia de Dios los fortalecerá.
Diciendo estas palabras, la gracia de Dios, etc., la Virgen abrió sus manos por primera vez, comunicándonos una luz muy intensa que parecía fluir de sus manos y penetraba en lo más íntimo de nuestro pecho y de nuestros corazones, haciéndonos ver a nosotros mismos en Dios, que era esa luz, más claramente de lo que nos vemos en el mejor de los espejos. Entonces, por un impulso interior que nos fue comunicado también, caímos de rodillas, repitiendo humildemente:
–Santísima Trinidad, yo te adoro. Dios mío, Dios mío, yo te amo en el Santísimo Sacramento.
Después de pasados unos momentos Nuestra Señora agregó:
–Recen el Rosario todos los días para alcanzar la paz del mundo y el fin de la guerra.
Acto seguido comenzó a elevarse serenamente subiendo en dirección al Levante hasta desaparecer en la inmensidad del espacio. La luz que la circundaba parecía abrirle el camino a través de los astros, motivo por el que algunas veces decíamos que vimos abrirse el cielo. 


Segunda Aparición 
Miércoles, 13 de junio 
Después de rezar el rosario con otras personas que estaban presentes (unas cincuenta) vimos de nuevo el reflejo de la luz que se aproximaba, y que llamábamos relámpago, y en seguida a Nuestra Señora sobre la encina, todo como en mayo.
–¿Qué es lo que me quiere? –pregunté.
–Quiero que vengan aquí el día 13 del mes que viene, que recen el rosario todos los días y que aprendan a leer. Después diré lo que quiero además.
Le pedí la curación de una enferma. Nuestra Señora respondió:
–Si se convierte se curará durante el año.
–Quisiera pedirle que nos llevase al cielo.
–Sí, a Jacinta y a Francisco los llevaré en breve, pero tú te quedas aquí algún tiempo más. Jesús quiere servirse de ti para darme a conocer y amar. Quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. A quien le abrazare prometo la salvación y serán queridas sus almas por Dios como flores puestas por mí a adornar su Trono.
–¿Me quedo aquí solita? –pregunté con pena.
–No, hija. ¿Y tú sufres mucho por eso? ¡No te desanimes! Nunca te dejaré. Mi Inmaculado Corazón será tu refugio y el camino que te conducirá a Dios.
En este momento abrió las manos y nos comunicó por segunda vez el reflejo de la luz inmensa que la envolvía. En esta luz nos veíamos como sumergidos en Dios. Jacinta y Francisco parecían estar en la parte de la luz que se eleva hacia el cielo y yo en la que se esparcía sobre la tierra. Delante de la palma de la mano derecha de Nuestra Señora estaba un corazón rodeado de espinas que parecían clavarse en él. Entendimos que era el Corazón Inmaculado de María, ultrajado por los pecados de la humanidad, que quería reparación.
Esto es a lo que nos referíamos al decir que Nuestra Señora nos había contado un secreto en junio. Ella no nos mandó en aquella ocasión guardarlo como secreto, pero nos sentíamos impulsados por Dios a hacerlo así.
Francisco, muy impresionado con lo que había visto, me preguntó después:
–¿Por qué es que la Virgen estaba con un corazón en la mano irradiando sobre el mundo aquella luz tan grande que es Dios? Tú, Lucía, estabas con Ella en la luz que bajaba a la tierra y Jacinta conmigo en la que subía hacia el cielo.
–Es que –le respondí– tú, con Jacinta, irán en breve al cielo. Yo me quedo con el Corazón Inmaculado de María en la tierra. 


Tercera Aparición 
Viernes, 13 de julio 
El Gran Secreto. 
Momentos después de haber llegado a Cova de Iría, junto a la encina, entre numeroso público (unas 4.000 personas) que estaban rezando el rosario, vimos el rayo de luz una vez más y un momento más tarde apareció la Virgen sobre la encina.
–¿Qué es lo que quiere de mí? –pregunté.
–Quiero que vengan aquí el día 13 del mes que viene, y continúen  rezando el rosario todos los días en honra a Nuestra Señora del Rosario, con el fin de obtener la paz del mundo y el final de la guerra, porque sólo Ella puede conseguirlo.
Dije entonces:
–Quisiera pedirle nos dijera quién es, y que haga un milagro para que todos crean que usted se nos aparece.
–Continúen viniendo aquí todos los meses. En octubre diré quién soy y lo que quiero, y haré un milagro que todos han de ver para que crean.
Aquí hice algunos pedidos que ahora no recuerdo. Lo que recuerdo es que Nuestra Señora dijo que era preciso rezar el rosario para alcanzar las gracias durante el año. Y continuó:
–Sacrifíquense  por los pecadores y digan muchas veces, y especialmente cuando hagan un sacrificio: “¡Oh, Jesús, es por tu amor, por la conversión de los pecadores y en reparación de los pecados cometidos contra el Inmaculado Corazón de María!”. Al decir estas últimas palabras abrió de nuevo las manos como los meses anteriores. El reflejo parecía penetrar en la tierra y vimos como un mar de fuego y sumergidos en este fuego los demonios y las almas como si fuesen brasas transparentes y negras o bronceadas, de forma humana, que fluctuaban en el incendio llevadas por las llamas que de ellas mismas salían, juntamente con nubes de humo, cayendo hacia todo los lados, semejante a la caída de pavesas en grandes incendios, pero sin peso ni equilibrio, entre gritos y lamentos de dolor y desesperación que horrorizaban y hacían estremecer de pavor. (Debía ser a la vista de eso que di un “ay” que dicen haber oído.) Los demonios se distinguían por sus formas horribles y asquerosas de animales espantosos y desconocidos, pero transparentes como negros tizones en brasa. Asustados y como pidiendo socorro levantamos la vista a Nuestra Señora, que nos dijo con bondad y tristeza:
–Han visto el infierno, donde van las almas de los pobres pecadores. Para salvarlas Dios quiere establecer en el mundo la devoción a mi Inmaculado Corazón. Si hacen lo que yo os digo se salvarán muchas almas y tendrán paz. La guerra terminará pero si no dejan de ofender a Dios en el reinado de Pío XI comenzará otra peor. Cuando vean una noche alumbrada por una luz desconocida sepan que es la gran señal que Dios les da de que va a castigar al mundo por sus crímenes por medio de la guerra, del hambre, de la persecución de la Iglesia y del Santo Padre. Para impedir eso vendré a pedir la consagración de Rusia a mi Inmaculado Corazón y la comunión reparadora de los primeros sábados. Si atendieran mis deseos, Rusia se convertirá y habrá paz; si no, esparcirá sus errores por el mundo, promoviendo guerras y persecuciones de la Iglesia: los buenos serán martirizados; el Santo Padre tendrá que sufrir mucho; varias naciones serán aniquiladas. Por fin, mi Inmaculado Corazón triunfará. El Santo Padre me consagrará Rusia, que se convertirá, y será concedido al mundo algún tiempo de paz. En Portugal el dogma de la fe se conservará siempre, etc. (Aquí comienza la tercer parte del secreto, escrita por Lucía entre el 22 de diciembre de 1943 y el 9 de enero de 1944.) Esto no lo digan a nadie. A Francisco sí pueden decírselo.
–Cuando recen el rosario, digan después de cada misterio: “Jesús mío, perdónanos, líbranos del fuego del infierno, lleva todas las almas al cielo, especialmente las más necesitadas.”
Seguía un instante en silencio y después pregunté:
–¿Usted no me quiere nada más?
–No, no quiero nada más por hoy.
Y como de costumbre comenzó a elevarse en dirección a Oriente hasta que desapareció en la inmensidad del firmamento. 


Cuarta Aparición 
Domingo, 19 de agosto, en los Valinhos 
(La aparición no se realizó el día 13 de agosto en Cova de Iría porque el Administrador del Concejo apresó y llevó a Vila Nova de Ourem a los pastorcitos con la intención de obligarles a revelar el secreto. Los tuvo presos en la Administración y en el calabozo municipal.
Les ofreció los más valiosos presentes si descubrían el secreto. Los pequeños videntes respondieron:
–No lo decimos ni aunque nos den el mundo entero.
Los encerró en el calabozo. Los presos les aconsejaron:
–Pero digan al Administrador ese secreto. ¿Qué les importa que esa Señora no quiera?
–¡Eso no –respondió Jacinta con vivacidad–, antes quiero morir!
Y los tres niños rezaron con aquellos infelices el rosario, delante de una medalla de Jacinta colgada de la pared.
El Administrador para amedrentarlos, mandó preparar una caldera de aceite hirviendo, en la cual amenazó asar a los pastorcitos si no hacían lo que les mandaban. Ellos, aunque pensaban que la cosa iba en serio, permanecieron firmes sin revelar nada. El día 15, fiesta de la Asunción, los llevó por fin a Fátima.)
Habiendo ya contado lo que sucedió este día, pasaré a hablar de la aparición que, según mi opinión, tuvo lugar el día 15 por la tarde. Como todavía no sabía contar los días del mes, puede ser que me equivoque. Pero tengo la idea de que fue el mismo día en que volvimos de Vila Nova de Ourem.
Estuvimos con las ovejas en un lugar llamado Valinhos, Francisco y su hermano Juan, acompañándome, y sintiendo que algo sobrenatural se aproximaba y nos envolvía, sospechando que Nuestra Señora nos venía a aparecer y teniendo pena de que Jacinta quedaba sin verla, pedimos a su hermano Juan que fuese a llamarla. No quería ir, y le ofrecí dos veintenos y allá se fue corriendo. Entretanto, Francisco y yo vimos el reflejo de la luz que llamábamos relámpago y al instante de llegar Jacinta vimos a la Señora sobre la encina.
–¿Qué es lo que quiere usted?
–Deseo que sigan yendo a Cova de Iría en los días 13, que sigan rezando el rosario todos los días. El último mes haré el milagro para que todos crean.
–¿Qué es lo que quiere usted que se haga con el dinero que la gente deja en Cova de Iría?
–Hagan dos andas, una para ti y Jacinta, para llevarlas con dos chicas más vestidas de blanco y otra que la lleve Francisco con tres niños más. El dinero de las andas es para la fiesta de Nuestra Señora del Rosario, y lo que sobre es para ayuda de una capilla que se debe hacer. (Andas usadas en Fátima y otros lugares no son para transportar imágenes, sino para recoger ofertas en dinero y en género.)
–Yo quisiera pedirle la curación de algunos enfermos.
–Sí, a algunos los curaré durante el año.
Y tomando un aspecto muy triste, la Virgen añadió:
–Recen, recen mucho y hagan sacrificios por los pecadores, porque muchas almas van al infierno por no tener quién se sacrifique y rece por ellas.
Y la Señora comenzó a subir como de costumbre hacia Oriente. 


Quinta Aparición 
Jueves, 13 de septiembre 
Al aproximarse la hora fui a Cova de Iría con Jacinta y Francisco entre numerosas personas (unas treinta mil) que nos dejaban andar sólo con dificultad. Los caminos estaban apiñados de gente; todos nos querían ver y hablar; allí no había respetos humanos. Mucha gente del pueblo, y hasta señoras y caballeros, consiguiendo romper por entre la muchedumbre que alrededor nuestro se agolpaba, venían a postrarse de hinojos delante de nosotros pidiendo que presentásemos sus necesidades a Nuestra Señora. Otros, no consiguiendo llegar junto a nosotros, clamaban de lejos. Uno de ellos:
–¡Por el amor de Dios, pidan a Nuestra Señora que me cure a mi hijo, que está impedido!
Otro:
–Que me cure el mío, que es ciego.
Otro:
–El mío, que es sordo.
–Que me traiga a mi marido o mi hijo, que están en la guerra; que me convierta un pecador; que me dé salud, que estoy tuberculoso, etcétera.
Allí aparecían todas las miserias de la pobre humanidad y algunos gritaban subidos a los árboles y a las tapias con el fin de vernos pasar. Diciendo a unos que sí, dando la mano a otros para ayudarles a levantarse del polvo de la tierra, allá íbamos andando gracias a algunos caballeros que nos iban abriendo camino entre la muchedumbre. Ahora, cuando leo estas escenas encantadoras del Nuevo Testamento, del paso de Nuestro Señor por Palestina, pienso en nuestros pobres caminos y sendas de Aljustrel, Fátima y Cova de Iría, y doy gracias a Dios ofreciéndole la fe de nuestra buena gente portuguesa. Y pienso si ellos podían humillarse como lo hicieron ante tres pobres niños, sólo porque eran agraciados de hablar a la Madre de Dios, ¿qué no harían si pudieran ver a Nuestro Señor mismo en persona delante de ellos?
Bien, esto no tiene que ver con la materia; era una distracción de mi pluma que me llevaba a parte donde yo no quería, una inútil divagación. No lo arranco para no estropear el cuaderno.
Por fin llegamos a Cova de Iría, y al alcanzar la encina comenzamos a decir el rosario con la gente. Un poco más tarde vimos el reflejo de luz y acto seguido, sobre la encina, a Nuestra Señora, que dijo:
–Continúen rezando el rosario para alcanzar el fin de la guerra. En octubre vendrá también Nuestro Señor, Nuestra Señora de los Dolores y del Carmen, San José con el Niño Jesús para bendecir al mundo. Dios está contento con sus sacrificios, pero no quiero que duerman con la cuerda puesta; llévenla sólo durante el día.
–Me han pedido para suplicarle muchas cosas: la cura de algunos enfermos, de un sordomudo, etc.
–Sí, a algunos curaré, pero a otros no. En octubre haré el milagro para que todos crean.
Y comenzó a elevarse, desapareciendo como de costumbre.
(Los niños tomaron muy a pecho las palabras de la Virgen en agosto, que pedía sacrificios a los pecadores. Uno de los sacrificios más dolorosos era el de la cuerda que cada uno de ellos llevaba atada a la cintura. Tanto les hacía sufrir, que Jacinta a veces hasta lloraba con la violencia del dolor. La Virgen les dijo con solicitud maternal que de noche no usaran la cuerda para poder disfrutar del reposo necesario. Otros sacrificios eran no comer la merienda, que repartían entre los pobres. Dejaban los higos y las uvas. “Teníamos la costumbre de ofrecer de vez en cuando el sacrificio de pasar una novena o un mes sin beber. Hicimos una vez este sacrificio en pleno mes de agosto, en que el calor era sofocante.” Mayores todavía eran los sacrificios que les exigía la misión que la Virgen les encomendara: las vejaciones, la curiosidad y molestias de la gente; sus interminables visitas y preguntas, la persecución y la prisión, y por fin la larga enfermedad de Francisco y, sobre todo, de Jacinta, a la cual varias veces visitó la Virgen, previniéndola que moriría solita, después de sufrir mucho.) 


Sexta Aparición 
Sábado, 13 de octubre 
Salimos de casa bastante pronto, contando con las demoras del camino. Había gente en masa (70.000 personas), bajo una lluvia torrencial. Mi madre, temiendo que fuese aquel el último día de mi vida, con el corazón traspasado por la incertidumbre de lo que podía ocurrir, quiso acompañarme. Por el camino, las escenas del mes pasado, más numerosas y conmovedoras. Ni el barro de los caminos impedía a la gente arrodillarse en actitud humilde y suplicante.
Llegando a Cova de Iría, junto a la encina, llevada de un movimiento interior, pedí al pueblo que cerrasen los paraguas para rezar el rosario. Poco después vimos el reflejo de luz y en seguida a la Virgen sobre la encina.
–¿Qué es lo que usted me quiere?
–Quiero decirte que hagan aquí una capilla en honor mío, que soy la Señora del Rosario, que continúen rezando el Rosario todos los días. La guerra está acabándose y los soldados volverán pronto a sus casas.
–Tenía muchas cosas que pedirle: si curaba a los enfermos, si convertía a unos pecadores, etc.
–Unos, sí; otros, no. Es preciso que se enmienden; que pidan perdón de sus pecados.
Y tomando aspecto más triste dijo:
–Que no ofendan más a Dios Nuestro Señor, que ya está muy ofendido.
Y abriendo sus manos las hizo reflejar en el sol, y en cuanto se elevaba continuaba el brillo de su propia luz proyectándose en el sol.
He aquí el motivo por el cual exclamé que mirasen al sol. Mi motivo no era llamar la atención del pueblo, pues ni siquiera me daba cuenta de su presencia. Fui inducida para ello por un impulso interior.
(Se da entonces el milagro del sol, prometido tres meses antes, como prueba de la verdad de las apariciones de Fátima. La lluvia cesa y el sol por tres veces gira sobre sí mismo, lanzando a todos los lados fajas de luz de varios colores, amarillo, lila, anaranjado y rojo. Parece a cierta altura desprenderse del firmamento y caer sobre la muchedumbre. Al cabo de diez minutos de prodigio toma su estado normal. Entretanto, los pastorcitos eran favorecidos por otras visiones.)
Desaparecida Nuestra Señora en la inmensidad del firmamento, vimos al lado del sol a San José con el Niño y a Nuestra Señora vestida de blanco con un manto azul. San José con el Niño parecían bendecir al mundo, pues hacía con las manos unos gestos en forma de cruz.
Poco después, pasada esta Aparición, vi a Nuestro Señor y a Nuestra Señora, que me daba sensación de ser la Virgen de los Dolores. Nuestro Señor parecía bendecir al mundo de la misma forma que San José. Se disipó esta aparición y me parecía ver todavía a Nuestra Señora en forma semejante a Nuestra Señora del Carmen.

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