Decía Chesterton que, a fin de cuentas, todos los siglos han
sido salvados por media docena de hombres que supieron ir contra las corrientes
de moda en ese siglo. Los santos forman parte de esa media docena de salvadores
del espíritu. Y todos ellos, desde luego han tenido que vivir contra esa
corriente del egoísmo y la mediocridad que parecen caracterizar todos los
siglos de la historia.
Ahora esa necesidad de vivir contracorriente parece más
visible que nunca. Y tal vez por eso muchos se preguntan dónde están los santos
de este siglo. Pero lo llamativo es que ningún tiempo se ha enterado de los
santos que en el vivían. Para el siglo XIII Francisco de Asís fue uno de tantos
exaltados de la época. Y los compañeros de siglo de santa Teresa no vieron en
ella más que una monja inquieta y un poco loca. Sólo el paso del tiempo ilumina
las auténticas luces.
Tal vez por eso tampoco ahora vemos a los santos que están entre
nosotros. Que, gracias a Dios, no faltan. Los asustados de siempre solo ven
turbiedades en nuestro tiempo. El bien siempre ha brillado más que el bien, lo
mismo que los fuegos artificiales son más visibles que una humilde bombilla.
Pero nadie lee a la luz de los fuegos de artificio. Y mucho menos intenta
calentarse con ellos.
Si cada siglo se salva por sus santos, buena parte del
nuestro se justifica ya en ellos. Y lo que te impresiona es pensar que dentro
de cincuenta o de setenta años beatificarán a media docena de compatriotas
nuestros hoy. Y que nosotros no nos habremos enterado. Pero fortuna Dios tiene
mejores cantalejos.
(Fuente: José Luis
Martín Descalzo, “Razones para la esperanza”)
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