sábado, 10 de octubre de 2015

La Contemplación y el Carmelo III


Juan de la Cruz y la Contemplación: “Que ya sólo en amar es mi ejercicio”

Como en tantos otros temas de la espiritualidad, Teresa y Juan coinciden en muchas definiciones acerca de la contemplación. Uno de ellos, y que es fundamental en sus exposiciones sobre la dimensión contemplativa es que a este estado sólo se puede llegar por la gracia de Dios, nunca por los méritos humanos, y que la humildad es vestido clave para ello. Sin embargo el maestro de la noche irá mucho más allá en su cometido de definir la experiencia de unión entre Dios y el alma. Y lo hará precisamente desde su orilla. La de la noche, la de la desnudez, la de la búsqueda incesante.
No vamos a detenernos en explicar lo que él mismo ha declarado con harta hondura teológica y vivencial en sus escritos. Más bien queremos reflexionar un poco las verdades expuestas por el místico doctor desde su experiencia espiritual propia y como auténtico director de almas, y que ello nos conduzca a hurgar más a fondo en su doctrina.

Para Juan de la Cruz la contemplación es una forma más íntima y perfecta de oración. Y lo es de tal forma que con ella podría llegar a definirse la vida espiritual de una persona. Y más allá de todo esto
no se puede obviar ni pasar por alto la estrecha vinculación que el Santo establece entre fe y contemplación; entre esperanza y contemplación; entre amor y contemplación … en dos palabras: VIDA TEOLOGAL.

Cualquier lector de Juan de la Cruz sabe que las virtudes teologales son el eje fundamental y rasgo definidor de la vida cristiana en toda su extensión, cualificación y valoración. Para él la contemplación es vida en fe, esperanza y amor. Vida teologal.

La contemplación es fe: El camino que recorre el ser humano hacia Dios es un camino de fe. Una fe que hace que la vida sea dinámica, abierta, en crecimiento progresivo y en creciente interiorización de los misterios que por medio de ella se le comunican. La fe es una “infusión” divina porque es Dios quien la realiza y es Él quien la comunica; y humana porque es el hombre el receptor de la misma. En ella y a través de ella “Dios va perfeccionando al hombre al modo del hombre” (2 Subida 17, 4). Pero como es Dios mismo quien conduce por la experiencia de la fe, Él no tiene modos. Y lo que pretende es introducir al hombre, por medio de su Espíritu en un mundo sin modo para hacerle perder su modo humano que es limitador de la comunicación ilimitada de Dios.

Por la fe, Dios conmueve a la persona, la afecta, la alcanza y la abraza, capacitándola así para que ella misma dé la respuesta con la cual se entregará de forma absolutamente confiada a la acción de Dios y por la que verdaderamente Él entra en su vida y ella en la de Él.

Dios obra y se comunica en la fe, por lo tanto el hombre necesita abrirse a su acción en fe. La contemplación no llega a él sino está entregado en respuesta absoluta para ser purificado por medio de la fe. Ésta es presupuesto necesario para ingresar en el camino de la contemplación. Quien desee tener en esta vida unión y comunicación con Dios (contemplación) no lo alcanzará sino está totalmente ejercitado en la fe. Una fe que, como ya dijimos es dinámica, y que por lo tanto es fuente constante de crecimiento y maduración para el ser humano.

Para Juan de la Cruz, el contemplativo es aquel que está desasido de toda pertenencia humana. Y este desasimiento y renuncia se alcanza por la fe, ya que será ella quien le conduzca por las noches de la purificación que le llevarán a estar libre de toda atadura para poder arrojarse sin limitaciones al Todo de Dios. De este modo el alma desasida logra emplearse en el sublime servicio al Amado. Y así canta el Poeta: “Mi alma se ha empleado y todo mi caudal en su servicio…” (CB n. 28). El contemplativo, por vía de la fe se ha despojado de todo para ir más libre tras las huellas de Dios y así alcanzar comunión e identificación plena con Él. Y este despojo incluye purificación de la misma idea que humanamente tenga de Dios.

Así el alma, nos dice Juan de la Cruz, ha de estar a oscuras para ser guiada seguramente por la fe a la suma contemplación (2 Subida, 4). La contemplación se da en fe. Y en fe debemos poner al alma para encaminarla hacia ella.

La contemplación: Camino de unión: La experiencia del Santo Padre señala que la contemplación es camino. Un camino por el cual la vida de Dios se hace vida del hombre. El contemplativo, al alcanzar la unión con Dios vive la vida de Dios, ya no la suya. Esto se llama camino de unión. Camino que comienza, como hemos dicho, con el despojo, desnudamiento y renuncia a través de la cual alcanza la liberación de todo lo que no es Dios. Camino que es meta, llegada, arribo. Vida de Dios vivida por el ser humano en auténtica plenitud. Ha llegado el contemplativo al centro más profundo de Dios según lo puede alcanzar en esta tierra y allí se queda toda ella concentrada en Él.

La contemplación es amor: Cuando el alma ha alcanzado este perfecto estado de unión con Dios, de contemplación absoluta ha llegado a ella por amor, ya que es él el que une a Dios con su criatura, y así dice el Santo: “Mediante el amor se une el alma con Dios; y así cuantos más grados de amor tuviere, tanto más profundamente entra en Dios y se concentra en Él” (Llama 1, 13). Tanto más escale el alma en amor hacia el infinito más segura puede estar de poseer al Dios que por la fe busca. Tanto más alto el grado de amor mayor el desasimiento y la capacidad de poseerlo. Estando allí, en el centro de Dios, el alma no podrá ni querrá hacer otra cosa distinta que amar a Dios con el mismo amor con que Él la ama. Y con ese mismo amor único y verdadero amar todo lo que le rodea sin peligro de apegos. Sólo amando las gracias que descubre que su Amado pasó derramando. Y así finalmente terminará el poeta su sublime verso diciendo: “…Ya no guardo ganado, ni ya tengo otro oficio, que ya sólo en amar es mi ejercicio” (CB n. 28).


Lo anterior es sólo la superficie de todo lo que maravillosa y magistralmente expone San Juan de la Cruz sobre la contemplación, pero nos muestra grandes rasgos de definición por experiencia y sabiduría acerca de ella. Aquí vemos lo que él mismo quiere enseñarnos cuando nos dice que el contemplativo es aquel que vive una auténtica vida teologal. Aquel que inicia un camino de suma contemplación guiado por la fe que lo lleva a la noche oscura, al desasimiento, a la desnudez, a la renuncia. Un camino en el cual lo sustenta la esperanza de poseer a Aquel a quien ama. Un camino en el que, cuando conquista la meta llega a la perfecta comunión con Dios. Una unión que sólo hace el amor.

(Fuente: portalcarmelitano)

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