En la ponencia de hoy se nos invitó a contemplar a Jesús en la Galilea
del siglo I y a observar cómo vivía la esperanza. Él es el fundamento de
nuestra esperanza: Jesús de Nazaret. Este Jesús, cuyo núcleo de anuncio es el
Reino, presentó el Reino como un proyecto de humanización. Fue quien esperó en
un Dios diferente al que esperaba la gente de su tiempo y demostró que venía a
proponer una relación distinta con Dios y con los demás.
Para Jesús, lo innegociable fue la praxis de la misericordia como salvación, el corazón del Reino, y la defensa de la persona. Jesús pasó por el llanto, el grito y la muerte, pero su resurrección reivindica a la víctima, al inocente, a la vida y al porvenir. Hay un futuro, algo distinto. Cerramos la reflexión con un poema de Pedro Casaldáliga, que nos recuerda que la vida religiosa está invitada a cultivar la flor de la esperanza entre las llagas del crucificado. Mientras esperamos, podemos confiar y cultivar esa flor en medio de la noche y las dificultades, porque sabemos que la última palabra no la tiene la muerte, sino la vida.
La experiencia de este encuentro ha sido muy rica, especialmente por el
compartir con tantos hermanos y hermanas de diversas congregaciones. Nos
animamos mutuamente en la esperanza y compartimos la alegría de seguir a Jesús
y de buscar nuevos horizontes. Todo está muy bien organizado, con muchos
detalles por parte de la CLAR, para que podamos disfrutar cada momento con
serenidad, tranquilidad, alegría, y tiempos de oración y profundización de la
Palabra.
El culmen de cada día es la Eucaristía, donde compartimos el pan y la
Palabra. Durante las jornadas hemos trabajado en mesas de diez personas, con
hermanos y hermanas de distintos países, lenguas, congregaciones y campos de
misión, pero todos con el mismo sentimiento: seguir a Jesús y buscarlo de
verdad en nuestras vidas. También los momentos de desayuno, merienda, almuerzo
y cena son espacios valiosos para compartir libremente.
En la mañana de hoy participamos en un taller de oración con arcilla,
donde cada uno expresó sus sueños para la comunidad, la congregación y nuestra
consagración. Luego, en grupo, plasmamos un sueño común en cada mesa y
compartimos las presentaciones de las 40 mesas, construyendo un símbolo
colectivo.
El sábado por la noche disfrutamos de un homenaje con comida típica,
como empanadas y asado, y una peña de folclore y tango para mostrar nuestra
cultura. También contamos con la cercanía de obispos que caminan junto al
pueblo, comparten los sueños de la vida religiosa y los aplican en sus iglesias
particulares.
Es emocionante ver la presencia de religiosos jóvenes, postulantes,
novicias y juniores de diversas congregaciones, quienes están sirviendo en este
encuentro. Con 400 participantes presenciales y muchos más conectados por Zoom
desde distintos países y continentes, esta experiencia renueva mi pasión por la
consagración al Dios de la vida. Aunque en lo cotidiano a veces parece que
somos pocas o que nuestra entrega pierde relevancia, este encuentro me confirma
que somos muchos soñando, sembrando y sosteniendo el proyecto del Reino que
Jesús nos trajo, su misma presencia de Dios en medio de su pueblo.
hna Virginia Peñalva cm
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