Queridos hermanos:
Un ciego que ve y unos supuestos ojos del pueblo que
están ciegos, y sobre todo, una pedagogía de Jesús, que nos hace valer por
nosotros mismos, para buscar la dignidad de todo hombre. Ya en la primera
lectura del libro de Samuel, cuando quiere elegir al futuro Rey, se fija en el
hijo mayor, pero el Señor le dijo a Samuel: “No mires las apariencias ni su
gran estatura, pues yo lo he descartado. La mirada de Dios no es como la mirada
del hombre, pues el hombre mira las apariencias, pero el Señor mira el corazón”.
El escogido es el hijo menor.
En el texto de hoy, hay un hombre que es ciego de
nacimiento y en frente, hay unos hombres que se precian de ser los guías del
pueblo. Este hombre depende totalmente de los demás, religiosamente la ceguera,
proviene del pecado de sus padres. Jesús lo untó de barro y le pidió que fuera
el sólo a la piscina de Siloé y se lavara los ojos, aquel hombre al que
consideraban incapaz, de hacer algo sin ayuda: fue, se lavó y vio, el Maestro
desaparece del escenario. Abrir los ojos, recuperar lo que es la libertad
personal, lo tiene que hacer uno por sí mismo. Encima era sábado, el sistema se
tambalea,
hay un hombre que ve. (No estaría mal, leer o volver a releer el
“Ensayo sobre la ceguera” de Saramago).
Acostumbrados los fariseos, a determinar lo que puede
hacer cada hombre, a saber quién es bueno o malo, lo que hay que realizar en
sábado, a justificarse a sí mismos, con la excusa, de guiar a los demás que
están ciegos. Éste ha empezado a pensar por sí mismo y produce en los jefes
indignación y miedo, por eso le preguntan: “Y tú, ¿qué dices del que te ha
abierto los ojos?” y él va respondiendo: “es un profeta”, “Si es un pecador no
lo sé; sólo sé que era ciego y ahora veo”, “os lo he dicho ya y no me habéis
hecho caso: ¿para qué queréis oírlo otra vez? ¿También vosotros queréis haceros
discípulos suyos?”. Se permite incluso la ironía, el ver, le ha dado valentía y
los desafía.
“Pues eso es lo raro: que vosotros no sabéis de donde
viene” y los fariseos le dicen: “En pecado naciste de pies a cabeza, ¿y nos vas
a dar lecciones a nosotros? Y lo expulsaron”. Es la historia de todos aquellos,
que como los profetas, se atreven a mirar la vida de otra manera, le sucederá a
Jesús en esta Pascua. Los dos comparten mirada, saben ver lo que hay que ver y
por eso, el ciego creyó. Con frecuencia nos molestan estos hombres que ven
claro, quizás los admiremos, pero unirse a ellos, es un peligro para nuestro
confort y nuestra estabilidad. Debemos ser la luz del mundo, pero demasiados
pensamos; sin pasarse, con equilibrio y entonces todo se vuelve claroscuro.
Nos dice San Pablo, en la segunda lectura de hoy, a los
Efesios: “En otro tiempo erais tinieblas, ahora sois luz en el Señor. Caminad
como hijos de la luz (toda bondad, justicia y verdad son fruto de la luz)
buscando lo que agrada al Señor, sin tomar parte en las obras estériles de las
tinieblas, sino más bien poniéndolas en evidencia. Pues hasta ahora de
vergüenza mencionar las cosas que ellos hacen a escondidas. Pero la luz,
denunciándolas, las pone al descubierto y todo lo descubierto es luz. Por eso
dice: despierta tú que duermes, levántate de entre los muertos y Cristo será la
luz” Son terribles los hombres, que caminan con los ojos bien abiertos, los
hijos de la luz.
Es verdad, que no somos tan ciegos como pensamos y considerarse ciegos, es empezar a ver
claro. Ni vemos tan claro para pensar que ya estamos salvados. No es un pecado
ser ciego, lo que es pecado es no querer abrir los ojos, mirar para otro lado.
Quitémonos el barro de los ojos y miremos más allá, de lo que normalmente
estamos acostumbrados a ver. Recordar aquel viejo cuento, no seamos avestruces
que esconden la cabeza, sino águilas que otean el horizonte.
PD: este es el domingo “Laetare”, ver siempre produce
alegría.
(Autor: Julio César
Rioja, cmf)
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