Queridos hermanos:
Se anuncia en este domingo, que no se nos dejará
desamparados. Tendremos un Defensor, el Espíritu de la verdad, que vive con
nosotros y está con nosotros. “Dentro de poco (la Ascensión es el domingo que
viene) el mundo no me verá, pero vosotros me veréis, y viviréis, porque yo sigo
viviendo”. Bueno, parece que va tocando a su fin la Pascua, pero Él sigue
presente entre nosotros, por medio del Espíritu que es el que recrea la
comunidad, Él realiza la comunicación entre Jesús y nosotros en el amor.
Quien guía, orienta y desarrolla la comunidad, es el
Espíritu de Cristo resucitado: Espíritu de fuerza, de verdad de unión y de
amor. Si la Pascua es el nacimiento de la comunidad, es el Espíritu el que le
da plenitud y madurez. Queda claro en la primera lectura de los Hechos, Felipe
ha llenado de alegría la
ciudad de Samaría con la Palabra de Dios, por eso, se
envía a Pedro y a Juan: “Ellos bajaron hasta allí y oraron sobre los fieles,
para que recibieran el Espíritu Santo; aún no había bajado sobre ninguno, pues
estaban sólo bautizados en el nombre del Señor Jesús. Entonces les impusieron
las manos y recibieron el Espíritu Santo”.
Ser cristiano es algo más que estar bautizado, es algo
más que cumplir unos preceptos, como asistir hoy domingo a la eucaristía, vivir
en el Espíritu, es dar a este momento el valor de un encuentro con los hermanos
y de compromiso con todos, especialmente los más necesitados. Vivir en el
Espíritu no es sólo atender con una limosna a los pobres, es entregarnos con
todo lo que tenemos, para que haya justicia en el mundo. Podríamos seguir
enumerando los dones que nos hacen avanzar o como dice San Pedro en la segunda
lectura: “Glorificad en vuestros corazones a Cristo Señor y estad siempre
prontos para dar razón de vuestra esperanza a todo el que os la pidiere”.
Pero este Defensor, de qué nos defiende, parece ser, que
primeramente de nuestras contrariedades e incoherencias, de no acabar de
entender el significado del Evangelio y el Reino. Del miedo que muchas veces
nos domina y nos hace estar encerrados, como al principio los apóstoles, en
nuestras iglesias o templos apartándonos del mundo. De no ser capaces de dar
razón de nuestra esperanza y ser evangelizadores, pensando que nos persiguen,
que están contra nosotros y que todo son dificultades. Él nos enseña a abrir
caminos, a no confiar en nosotros mismos, ni en el poder de nuestras
instituciones. Los recelos, las calumnias, las difamaciones, el desprestigio,
las malas intenciones y manipulaciones en los medios y muchas otras cosas, no
pueden llevarnos a verlo todo negativo. Todo lo contrario, la solución es dar
más espacio al Espíritu.
El Espíritu de la comunidad cristiana, es lo que nos
distingue de cualquier otra organización, es la vivencia generosa del amor
fraterno y el servicio a los hermanos. Lo que nos hace salir en búsqueda de los
no creyentes, pues en ellos también obra su presencia, el que nos hace
perdonar, acabar con toda discriminación y luchar por la justicia (justicia y
acción del Espíritu van unidos). Porque nos hace ver y comprender lo que otros
no ven, descubrir lo que hay más allá de una realidad, que parece imponerse y
que no se puede transformar.
Si lo acogemos en el silencio y la oración, nos hará
vernos a nosotros mismos de otra manera, pero sobre todo a través del
discernimiento, despertará a la Iglesia a la primavera de la Pascua. Sin
Espíritu no se puede entender la vida comunitaria, ¿no radicarán aquí muchos de
nuestros problemas?, ya nos decía San Pablo: “No extingáis el Espíritu”. El
asunto es, la importancia que damos a la ley, la tradición y las normas, en
contra de discernir en nuestras asambleas comunitarias, lo que el Espíritu nos
pide en cada situación histórica.
(Autor: Julio César
Rioja, cmf)
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