Ensayemos un cuestionamiento que podrían lanzar los que no
creen en la presencia de Cristo en la Eucaristía a los católicos de hoy: “si
ustedes afirman y sostienen que ese pan consagrado que adoran es Cristo, Dios
que hace dos mil años se encarnó de una Virgen, nació de parto virginal,
anunció la salvación a todos los hombres y por amor se dejó clavar como un
malhechor en una Cruz; si sostienen y afirman que Él resucitó al tercer día y
subió a los cielos para sentarse a la derecha del Padre, y que lo que ahora
adoran es ese mismo Dios-hecho-hombre que murió y resucitó, en su Cuerpo y en
su Sangre, entonces ¿por qué su vida refleja tan pobremente eso que dicen
creer? ¿Cuántos de ustedes viven como nosotros? Aunque van a
Misa los Domingos y comulgan cuando y cuanto pueden aun sin confesarse, en la
vida cotidiana olvidan a su Dios y se hincan ante nuestros ídolos del dinero y
riquezas, de los placeres y vanidades, del poder y dominio, se impacientan con
tanta facilidad y maltratan a sus semejantes, se dejan llevar por odios y se
niegan a perdonar a quienes los ofenden, se oponen a las enseñanzas de la
Iglesia que no les acomodan, incluso le hacen la vida imposible a sus hijos
cuando —cuestionando vuestra mediocridad con su generosidad— quieren seguir al
Señor con “demasiado fanatismo”. ¿Viven así y afirman que Dios está en la
Hostia? ¿Por qué creer lo que afirman, si con su conducta niegan lo que con sus
labios enseñan? Bien se podría decir lo que Dios reprochaba a Israel, por medio
de su profeta Isaías: “Este pueblo me honra con los labios, pero su corazón
está lejos de mí. En vano me rinden culto” (Mt 15,8-9)”.
Este duro cuestionamiento es también una invitación a
preguntarme yo mismo: ¿Dejo que el encuentro con el Señor, verdaderamente
presente en la Eucaristía, toque y transforme mi existencia? Nutrido del Señor,
de su
amor y de su gracia, ¿procuro que mi vida entera, pensamientos,
sentimientos y actitudes, sea un fiel reflejo de la Presencia de Cristo en mí?
¿Encuentro en cada Comunión o visita al Señor en el Santísimo Sacramento un
impulso para reflejar al Señor Jesús con una conducta virtuosa, para vivir más
la caridad, para rechazar con más firmeza y radicalidad el mal y la tentación,
para anunciar al Señor y su Evangelio?
Si de verdad creo que el Señor está presente en la
Eucaristía y que se da a mí en su propio Cuerpo y Sangre para ser mi alimento,
¿puedo después de comulgar seguir siendo el mismo, la misma? ¿No tengo que
cambiar, y fortalecido por tu presencia en mí, procurar asemejarme más a Él en
toda mi conducta? El auténtico encuentro con el Señor necesariamente produce un
cambio, una transformación interior, un crecimiento en el amor, lleva a
asemejarnos cada vez más a Él en todos nuestros pensamientos, sentimientos y
actitudes. Si eso no sucede, mi Comunión más que un verdadero Encuentro con
Cristo, es una mentira, una burla, un desprecio a Aquel que nuevamente se
entrega a mí totalmente en el sacramento de la Comunión.
¿Experimento esa fuerte necesidad e impulso de la gracia que
me invita a reflejar al Señor Jesús con toda mi conducta cada vez que lo recibo
en la Comunión, cada vez que me encuentro con Él y lo adoro en el Santísimo
Sacramento? Si reconozco al Señor realmente presente en la Eucaristía, debo
reflejar en mi conducta diaria al Señor a quien adoro, a quien recibo, a quien
llevo dentro. Sólo así muchos más creerán en este Milagro de Amor que nos ha
regalado el Señor.
Conscientes de que es el mismo Señor Jesús el que está allí
en el Tabernáculo por nosotros, no dejemos de salir al encuentro, renovadamente
maravillados, del dulce Jesús que nos espera en el Santísimo. Las visitas al
Santísimo son una singular ocasión para estar junto al Señor Jesús, realmente
presente en el Sagrario, dejándonos ver y abriendo los ojos del corazón a Él,
escuchándolo en el susurro silencioso de su hablar y haciéndole saber cuanto
vivimos, y necesitamos, y agradecemos.
(Fuente: multimedios)
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