César Bisognin quería ser sacerdote para celebrar los misterios de Cristo y para santificar al pueblo cristiano: y fue así como el 5 de octubre de 1970 entraba en el seminario de Turín, para entregarse con ardor a los estudios eclesiásticos. Pero un día, en 1974, sintió un lacerante dolor en la rodilla izquierda. Vuelve a casa, y la madre lo acompaña al médico. Este estudia la radiografía y anota el resultado en una carta reservada, para entregar al médico de familia.: “Osteosarcoma en el tercio inferior del fémur izquierdo”.
La enfermera, entregando la carta, se despide de la señora recomendándole de no abrir el sobre, reservado para el doctor de cabecera. Ya en la calle, César no aguanta más y se hace entregar el sobre, y lee su condena: cáncer.
César llora… pero sus ojos mirar el cielo y musita una plegaria: “Padre, te ofrezco estos 19 años… Cúmplase tu voluntad!”.
La enfermedad lo obligó a ponerse en cama: su organismo iba cediendo inexorablemente. Hasta que, en abril de 1976, el cardenal Pellegrino, que había ido a visitarlo, al notar la pena del joven de tener que morir sin la ordenación sacerdotal, obtuvo la autorización y dispensa pontificia, para ordenarlo de sacerdote antes de la edad canónica. Y así fue como, tras recibir el lectorado, acolitado y diaconado, el 4 de abril de 1976 fue ordenado sacerdote.
Y ¿qué apostolado pudo ejercer desde la cama?Pudo celebrar 17 misas: doce en su casa y cinco en el hospital, donde fue internado en los últimos días.
Pero lo más sorprendente de su apostolado fue la ceremonia de su ordenación sacerdotal transmitida en directo por la televisión italiana. Los televidentes lloraron de dolor: no podían convencerse que un muchacho de 19 años atacado por el cáncer podía sonreír y agradecer a Dios el inmenso favor de rezar su primera misa sobre el ara del dolor. Pero los más impresionados fueron los jóvenes a quienes les había impactado la vocación elegida por el enfermo. Después de la “Tele”, centenares de cartas llegaron a la casa de César. Una entre tantas:
“César, esta noche, delante del televisor me he sentido realmente mezquino, comparando mis pequeños y grandes problemas de la vida cotidiana con tu vida, con tu problema, con tu modo de mostrarte auténtico. Me convenciste que para sonreír en la muerte es necesario entregarse al servicio de nuestros hermanos de todos los credos. Me hiciste ver que yo soy muy egoísta”.
César ahora, desde el cielo, vela por todos los sacerdotes para que vivan su sacerdocio en plenitud y por los jóvenes con vocación para que sean sus sucesores en la tierra. ¿No querés ser vos también colaborador de Cristo en la gran tarea de salvar al mundo?
La enfermera, entregando la carta, se despide de la señora recomendándole de no abrir el sobre, reservado para el doctor de cabecera. Ya en la calle, César no aguanta más y se hace entregar el sobre, y lee su condena: cáncer.
César llora… pero sus ojos mirar el cielo y musita una plegaria: “Padre, te ofrezco estos 19 años… Cúmplase tu voluntad!”.
La enfermedad lo obligó a ponerse en cama: su organismo iba cediendo inexorablemente. Hasta que, en abril de 1976, el cardenal Pellegrino, que había ido a visitarlo, al notar la pena del joven de tener que morir sin la ordenación sacerdotal, obtuvo la autorización y dispensa pontificia, para ordenarlo de sacerdote antes de la edad canónica. Y así fue como, tras recibir el lectorado, acolitado y diaconado, el 4 de abril de 1976 fue ordenado sacerdote.
Y ¿qué apostolado pudo ejercer desde la cama?Pudo celebrar 17 misas: doce en su casa y cinco en el hospital, donde fue internado en los últimos días.
Pero lo más sorprendente de su apostolado fue la ceremonia de su ordenación sacerdotal transmitida en directo por la televisión italiana. Los televidentes lloraron de dolor: no podían convencerse que un muchacho de 19 años atacado por el cáncer podía sonreír y agradecer a Dios el inmenso favor de rezar su primera misa sobre el ara del dolor. Pero los más impresionados fueron los jóvenes a quienes les había impactado la vocación elegida por el enfermo. Después de la “Tele”, centenares de cartas llegaron a la casa de César. Una entre tantas:
“César, esta noche, delante del televisor me he sentido realmente mezquino, comparando mis pequeños y grandes problemas de la vida cotidiana con tu vida, con tu problema, con tu modo de mostrarte auténtico. Me convenciste que para sonreír en la muerte es necesario entregarse al servicio de nuestros hermanos de todos los credos. Me hiciste ver que yo soy muy egoísta”.
César ahora, desde el cielo, vela por todos los sacerdotes para que vivan su sacerdocio en plenitud y por los jóvenes con vocación para que sean sus sucesores en la tierra. ¿No querés ser vos también colaborador de Cristo en la gran tarea de salvar al mundo?
(Fuente: “Hoja de Ruta 3” - Ed. Don Bosco Argentina)
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