viernes, 27 de marzo de 2009

Jn 12,20-33 Queremos ver a Jesús. Si el grano de trigo no cae en tierra…

Hoy es posible que muchos hombres y mujeres tengan en el fondo de sus vidas el mismo deseo de aquellos griegos... ¿Podemos nosotros llevar a alguien a Jesús? ¿Puede, alguien, que se acerque a mí, descubrir el rostro de Dios capaz de dar la vida por la oveja perdida, abrir los brazos sin reproche, para acoger en ellos al hijo pródigo?

Cuando uno se acerca a los lugares de sufrimiento, en los espacios de dolor, desesperanza, en las fronteras del sinsentido, injusticia… e decir, allí donde todo parece que está perdido, aparece sin que uno se de cuenta tan fácilmente, aquello que humaniza, le es devuelta la alegría sincera y la reconstrucción profunda de la vida y el corazón, porque es un verdadero despertar en la sensibilidad, así como en la capacidad de expresar entrega, cercanía, ternura y compasión, porque la presencia de Dios vestida en traje humano y oliendo a pobres… de manera gratuita transforma profundamente. Ellos evangelizan.

“¡Dios mío, despierta mi conciencia adormecida, sedada de ansias y nunca satisfecha!” “¡Dios mío, dame tu Espíritu! ¡Quiero DAR FRUTO!”

Existe un mundo que busca a Dios… se oye decir que tiene sed de él… y “Queremos ver a Dios” eso nos están diciendo sin palabras los que nos rodean, los que trabajan con nosotros, hasta familiares y amigos. ¿Y por qué no le ven? Tal vez los que estamos cerca sabemos mucha religión, mucha teología, mucha sagrada escritura, somos profesores de Dios, pero Dios no se le enseña, se le narra. Un profesor de geografía enseña la orografía de los pueblos, sus ríos y sus valles, su vegetación, las costumbre de los pueblos; Un explorador, un viajero lo cuenta, no enseña, narra su experiencia.

“Queremos ver a Dios”. Ese grito no está clamando por profesores de Dios, sino por hombres que narren su experiencia de Dios, que dejen ver a Dios a través de su vida. “Bienaventurados los limpios de corazón porque ellos dejarán ver a Dios”, porque son corazones como cristales sin mancha que dejan ver a ese Dios que habita en ellos. Mucho se habla hoy de transparencia, pues, pues transparencia es lo que se nos pide a los cristianos… que se vea a Dios en nosotros, seamos cristal limpio y puro que deje ver al Espíritu de Dios, seamos portadores de Cristo, que todos vean en nosotros al Señor Jesús. ¿Somos cristianos o vamos disfrazados de cristianos y por eso nadie ve en nosotros al Señor Jesús? ¿Somos transparencia de Dios o caricatura de Dios?

Pero Dios no sólo sale al encuentro de los solitarios, sino de los ocupados. El trabajo de la vida y en bien de los demás no puede ser un obstáculo para acercarse a Dios. En nuestras calles ruidosas, y entre el tumulto de los carros y los peatones, también está Dios, en mil rostros humanos que nos miran… y que también preguntan por Don Mi Dios…

Que se rompan los esquemas y que lo que hay que ser como cristianos lo seamos en serio… No somos farsantes de lo divino, sino testigos de lo inefable; por eso toma, hermano, sin medida cuanto quieras para ti, que cuando yo salga de aquí para comprarme otra vida sólo tendré lo que di. No seamos agentes de turismo de un Dios desconocido, sino guías experimentados en la aventura hacia Dios.

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