JESÚS NO SE QUEDÓ EN EL BALCÓN. SE METIÓ EN EL MUNDO
Por José María Martín OSA
1.- La fe de Abraham. La primera lectura nos
presenta el sacrificio de Isaac. Dios no puede pedir, ni en broma, el
sacrificio del hijo único y de ningún hijo. Dios tiene un gran humor, pero esto
sería humor negro. Las horas que pasarían Abraham y Sara serían realmente
mortales. Eso no lo puede pedir ni Dios. Ni necesita pruebas de este tipo… Pero
la historia que cuenta el Génesis es no sólo hermosa, sino profunda y
paradigmática. Se inspira en la costumbre de ciertas religiones primitivas.
Abraham pudo llegar a sentir esa exigencia. El patriarca, camino del monte, es
un modelo de obediencia y de fe. Abraham con el cuchillo alzado es un campeón
de la fe. Aquí se ganó de verdad esa paternidad millonaria de todos los
creyentes. Si hubiese retenido al hijo, su semilla hubiera terminado
agotándose. Al desprenderse de él, se lo devuelven con una bendición que
traspasa los siglos, con una promesa de infinitud. "Retener es inferior
modo de posesión a esperar", dice el sacerdote en el Misal de la
Comunidad. La fe de Abraham es ésta: a Dios no se le discute ni regatea nada.
Es verdad que le pide todo su amor y su esperanza; pero este hijo es más de
Dios que suyo; y si Dios le ha dado un hijo en su vejez, puede seguir
multiplicando su semilla.
2.- Dios nos ama. Los hombres siempre
andamos exigiéndonos "pruebas de amor". Pero ninguna prueba nos
satisface porque no existe ninguna definitiva. Dios comprobó la fe de Abrahán,
porque no
se puede pedir más. El Cristo crucificado es prueba de tal calibre
que dudar luego de que Dios nos ama sería el colmo de la estupidez. Estamos
seguros de muy pocas cosas. De una debemos estarlo del todo: Dios nos ama como
nadie nos puede amar, está a nuestro favor. Ningún misterio, ningún
desconcierto, ni el dolor ni la muerte, deben hacernos dudar de ese amor
misterioso. Quien es capaz de morir literalmente por nosotros tiene derecho a
nuestra confianza. Cualquier apariencia de desamor carece de sentido al lado
del máximo amor. "El que no perdonó a su propio Hijo, sino que lo entregó
a la muerte por nosotros, ¿cómo no nos dará todo con Él?", dice san Pablo.
Nuestra ley, nuestra ciencia y nuestra fuerza, no son un código ni un libro ni
unos ritos, sino una persona: Cristo Crucificado. Es el objeto de nuestra
predicación, de nuestra catequesis, de nuestro estudio, de nuestra ascesis, de
nuestra espiritualidad, de toda nuestra vida.
3.- “No balconeen la vida, métanse en ella como hizo
Jesús.” (Papa Francisco). La tentación de "hacer tres
tiendas" está siempre presente. Es curioso que el hombre se preocupe
siempre por construirle una casa a Dios, cuando el mismo Dios ha bajado a la
tierra para vivir en las casas de los hombres. Dios no tiene tanta necesidad de
metros cuadrados para iglesias como de acogida en el corazón humano. Dios no
quiere vivir en un "hotel para dioses" relegado como nuestros
ancianos, en una especie de parkings. Dios quiere vivir en familia con los
hombres, andar entre sus pucheros. Por ambientados que estén nuestros templos,
siempre le resultarán fríos a un Dios que busca el cobijo de los hombres. El
Dios-con-nosotros no puede quedar en una especie de producto situado en un
mercado al que se acude cuando se necesitan servicios religiosos. Dios no es un
objeto de consumo. Él es la vida misma del hombre, pero nosotros nos empeñamos
en confinarlo en su casa en lugar de tenerlo como compañero en el camino de la
vida. El Dios de Jesús no se mantiene en alturas celestiales, sino que nos
señala en dirección al mundo y quiere que como él nos encarnemos en el mundo.
Recordemos las palabras del Papa Francisco a los jóvenes:
“Estos son los entrenamientos para seguir a Jesús: la
oración, los sacramentos y la ayuda a los demás, el servicio a los demás. A ustedes
les pido que también sean protagonistas de este cambio. Sigan superando la
apatía y ofreciendo una respuesta cristiana a las inquietudes sociales y
políticas que se van planteando en diversas partes del mundo. Les pido que sean
constructores del futuro. Que se metan en el trabajo por un mundo mejor.
Queridos jóvenes, por favor, ¡no balconeen la vida, métanse en ella! Jesús no
se quedó en el balcón. Se metió. No balconeen la vida, métanse en ella como
hizo Jesús.”
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