En Cuaresma somos invitados a la oración, el ayuno y la limosna para amar más y mejor. Claro que no aprendemos sino mirando al Maestro que nos amó primero; en su escuela de amor aprendemos a rezar, a ayunar y a dar limosna. Si aprendemos mirándolo a Él nos daremos cuenta que no podemos rezar de cualquier modo, ni ayunar sin un sentido profundo, verdadero, y tampoco dar limosna o hacer sacrificios sin un amor generoso hacia los demás.
La oración que nos enseña el Maestro, nos traspasa las fibras del corazón, nos hace entregados al servicio, deseosos de amar más y mejor porque nos sentimos profundamente amados por Dios y ya no queremos pasarnos el resto de la vida calculando cuándo le daremos nuestro tiempo, nuestro corazón; también dejamos de calcular si lo serviremos en los más humildes o no. La invitación a la oración en Cuaresma es invitación a estar más unidos al Maestro, a querer parecernos más a Él, en su estilo de vida y en sus elecciones.
El ayuno, digámoslo enseguida, no va separado de la oración. Así como la oración, el encuentro cercano, íntimo, de amistad con el Maestro es cuestión de amor; así lo es también el ayuno. El punto de partida para ayunar en Cuaresma es el amor a Jesús y a los demás. Sí, el ayuno es por amor a los demás y no puede ser distinto; sobre todo en nuestra sociedad de hoy, consumista y egoísta, somos llamados a ayunar por respeto y amor a los más pobres. El ayuno nos acerca a Dios y nos acerca a los demás, sobre todo a la realidad de pobreza y necesidad de mis hermanos más pobres. Ayunar hoy es deber de caridad profunda, donde lo que dejo voluntariamente, por elección propia cobra sentido cuando es para ayudar a que otros sufran menos.
La limosna es el fruto concreto de la oración y el ayuno. Seguimos diciendo que son actitudes profundas del amor a Jesús y a los demás. No es la limosna en si misma la que es importante, la cantidad de lo que damos, sino la calidad interior de lo que damos y la calidad en Cuaresma y siempre, la da el termómetro del amor a Jesús y a los demás, sobre todo a los más pobres. No da limosna el que tiene más, sino el que ama más, de lo contrario solamente damos de lo que nos sobra, sin amor y sin corazón, esta no es la limosna de la que hablamos en Cuaresma.
En nuestro mundo de hoy es un gran desafío la Cuaresma con estas tres actitudes, cuyo único motor es el amor a Jesús y a los hermanos. Implica una elección por Jesús, vivir en profundidad nuestra identidad cristiana. La cuaresma nos saca la máscara de la hipocresía, evidencia quiénes somos frente al hambre del mundo, la soledad, pobreza y humillación en la que viven millones de nuestros hermanos, nos interroga en nuestro modo de vivir la fe cristiana. Es oportuno recordar aquí uno de los textos de Aparecida que nos dice cómo debemos celebrar la Eucaristía :En su Palabra y en todos los sacramentos Jesús nos ofrece un alimento para el camino. La Eucaristía es el centro vital del universo, capaz de saciar el hambre de vida y felicidad: El que me coma vivirá por mí (Jn 6, 57). En ese banquete feliz participamos de la vida eterna y así nuestra existencia cotidiana se convierte en una Misa prolongada. Pero todos los dones de Dios requieren una disposición adecuada para que puedan producir frutos de cambio. Especialmente, nos exigen un espíritu comunitario, abrir los ojos para reconocerlo y servirlo en los más pobres: En el más humilde encontramos a Jesús mismo. Por eso San Juan Crisóstomo exhortaba: ¿Quieren en verdad honrar el cuerpo de Cristo? No consientan que esté desnudo. No lo honren en el templo con manteles de seda mientras afuera lo dejan pasar frío y desnudez (DA 354).
La oración que nos enseña el Maestro, nos traspasa las fibras del corazón, nos hace entregados al servicio, deseosos de amar más y mejor porque nos sentimos profundamente amados por Dios y ya no queremos pasarnos el resto de la vida calculando cuándo le daremos nuestro tiempo, nuestro corazón; también dejamos de calcular si lo serviremos en los más humildes o no. La invitación a la oración en Cuaresma es invitación a estar más unidos al Maestro, a querer parecernos más a Él, en su estilo de vida y en sus elecciones.
El ayuno, digámoslo enseguida, no va separado de la oración. Así como la oración, el encuentro cercano, íntimo, de amistad con el Maestro es cuestión de amor; así lo es también el ayuno. El punto de partida para ayunar en Cuaresma es el amor a Jesús y a los demás. Sí, el ayuno es por amor a los demás y no puede ser distinto; sobre todo en nuestra sociedad de hoy, consumista y egoísta, somos llamados a ayunar por respeto y amor a los más pobres. El ayuno nos acerca a Dios y nos acerca a los demás, sobre todo a la realidad de pobreza y necesidad de mis hermanos más pobres. Ayunar hoy es deber de caridad profunda, donde lo que dejo voluntariamente, por elección propia cobra sentido cuando es para ayudar a que otros sufran menos.
La limosna es el fruto concreto de la oración y el ayuno. Seguimos diciendo que son actitudes profundas del amor a Jesús y a los demás. No es la limosna en si misma la que es importante, la cantidad de lo que damos, sino la calidad interior de lo que damos y la calidad en Cuaresma y siempre, la da el termómetro del amor a Jesús y a los demás, sobre todo a los más pobres. No da limosna el que tiene más, sino el que ama más, de lo contrario solamente damos de lo que nos sobra, sin amor y sin corazón, esta no es la limosna de la que hablamos en Cuaresma.
En nuestro mundo de hoy es un gran desafío la Cuaresma con estas tres actitudes, cuyo único motor es el amor a Jesús y a los hermanos. Implica una elección por Jesús, vivir en profundidad nuestra identidad cristiana. La cuaresma nos saca la máscara de la hipocresía, evidencia quiénes somos frente al hambre del mundo, la soledad, pobreza y humillación en la que viven millones de nuestros hermanos, nos interroga en nuestro modo de vivir la fe cristiana. Es oportuno recordar aquí uno de los textos de Aparecida que nos dice cómo debemos celebrar la Eucaristía :En su Palabra y en todos los sacramentos Jesús nos ofrece un alimento para el camino. La Eucaristía es el centro vital del universo, capaz de saciar el hambre de vida y felicidad: El que me coma vivirá por mí (Jn 6, 57). En ese banquete feliz participamos de la vida eterna y así nuestra existencia cotidiana se convierte en una Misa prolongada. Pero todos los dones de Dios requieren una disposición adecuada para que puedan producir frutos de cambio. Especialmente, nos exigen un espíritu comunitario, abrir los ojos para reconocerlo y servirlo en los más pobres: En el más humilde encontramos a Jesús mismo. Por eso San Juan Crisóstomo exhortaba: ¿Quieren en verdad honrar el cuerpo de Cristo? No consientan que esté desnudo. No lo honren en el templo con manteles de seda mientras afuera lo dejan pasar frío y desnudez (DA 354).
P. Osvaldo Pablo Leone
OMP
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