Lecturas:
Hch 4,32-35: “Todos pensaban y sentían lo mismo…”
Sal 117: Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
1Jn 5,1-6: “Todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo”
Jn 20,19-31 : La incredulidad del apóstol Tomás
Sal 117: Dad gracias al Señor porque es bueno, porque es eterna su misericordia.
1Jn 5,1-6: “Todo lo que ha nacido de Dios vence al mundo”
Jn 20,19-31 : La incredulidad del apóstol Tomás
Tras la muerte de Jesús, la comunidad se siente con miedo, insegura e indefensa ante las represalias que pueda tomar contra ella la institución judía.
Se encuentra en una situación de temor paralela a la del antiguo Israel en Egipto cuando los israelitas eran perseguidos por las tropas del faraón (Éx 14,10); y, como lo estuvo aquel pueblo, los discípulos están también en la noche (ya anochecido) en que el Señor va a sacarlos de la opresión (Éx 12,42; Dt 16,1). El mensaje de María Magdalena, sin embargo, no los ha liberado del temor. No basta tener noticia del sepulcro vacío; sólo la presencia de Jesús puede darles seguridad en medio de un mundo hostil.
Pero todo cambia desde el momento en que Jesús –que es el centro de la comunidad- aparece en medio, como punto de referencia, fuente de vida y factor de unidad.
Su saludo les devuelve la paz que habían perdido. Sus manos y su costado, pruebas de su pasión y muerte, son ahora los signos de su amor y de su victoria: el que está vivo delante de ellos es el mismo que murió en la cruz. Si tenían miedo a la muerte que podrían infligirles “los judíos”, ahora ven que nadie puede quitarles la vida que él comunica.
El efecto del encuentro con Jesús es la alegría, como él mismo había anunciado (16,20: vuestra tristeza se convertirá en alegría). Ya ha comenzado la fiesta de la Pascua, la nueva creación, el nuevo ser humano capaz de dar la vida para dar vida
Con su presencia Jesús les comunica su Espíritu que les da la fuerza para enfrentarse con el mundo y liberar a hombres y mujeres del pecado, de la injusticia, del desamor y de la muerte. Para esto los envía al mundo, a un mundo que los odia como lo odió a él (15,18). La misión de la comunidad no será otra sino la de perdonar los pecados para dar vida, o lo que es igual, poner fin a todo lo que oprime, reprime o suprime la vida, que es el efecto que produce el pecado en la sociedad.
Pero no todos creen. Hay uno, Tomás, el mismo que se mostró pronto a acompañar a Jesús en la muerte (Jn 11,16), que ahora se resiste a creer el testimonio de los discípulos y no le basta con ver a la comunidad transformada por el Espíritu. No admite que el que ellos han visto sea el mismo que él había conocido; no cree en la permanencia de la vida. Exige una prueba individual y extraordinaria. Las frases redundantes de Tomás, con su repetición de palabras (sus manos, meter mi dedo, meter mi mano), subrayan estilísticamente su testarudez. No busca a Jesús fuente de vida, sino una reliquia del pasado.
Necesitará para creer unas palabras de Jesús: «Trae aquí tu dedo, mira mis manos; trae tu mano y métela en mi costado, y no seas incrédulo, sino fiel». Tomás, que no llega a tocar a Jesús, pronuncia la más sublime confesión evangélica de fe llamando a Jesús “Señor mío y Dios mío”. Con esta doble expresión alude al maestro a quien llamaban Señor, siempre dispuesto a lavar los pies a sus discípulos y al proyecto de Dios, realizado ahora en Jesús, de hacer llegar al ser humano a la cumbre de la divinidad realizado ahora en Jesús (Dios mío)..
Pero su actitud incrédula le merece un reproche de parte de Jesús, que pronuncia una última bienaventuranza para todos los que ya no podrán ni verlo ni tocarlo y tendrán, por ello, que descubrirlo en la comunidad y notar en ella su presencia siempre viva. De ahora en adelante la realidad de Jesús vivo no se percibe con elucubraciones ni buscando experiencias individuales y aisladas, sino que se manifiesta en la vida y conducta de una comunidad que es expresión de amor, de vida y de alegría. Una comunidad, cuya utopía de vida refleja el libro de los Hechos (4,32-35): comunidad de pensamientos y sentimientos comunes, de puesta en común de los bienes y de reparto igualitario de los mismos como expresión de su fe en Jesús resucitado, una comunidad de amor como defiende la primera carta de Juan (1 Jn 5,1-5).
Para la revisión de vida
- Dichosos los que sin ver han creído. ¿Cuáles son los fundamentos de mi fe? ¿Por qué creo? ¿Es mi fe una fe que no se apoya en argumentos racionales? Paz a vosotros. ¿Tengo paz, paz profunda, shalom ?
Para la reunión de grupo
- Dichosos los que sin ver han creído. Creer ¿qué?, ¿a quién realmente? ¿Se puede creer a Dios? ¿En qué sentido - Si la fe es «creer lo que no se ve”, ¿tuvo fe Tomás cuando confesó a Jesús como “Señor mío y Dios mío” sólo después de haberlo visto? - ¿Qué relación (semejanzas, diferencias…) hay entre la fe humana (creer a alguien) y la fe religiosa (creer a Dios)?- ¿Son las palabras «fe», «creer»… las más adecuadas para expresar la decisión del ser humano respecto al sentido más hondo de la vida? ¿Es posible que Dios sea un «alguien ahí superior», que creó un mundo y en él nos puso a nosotros, se escondió, dejó caer algunos signos, y ahora todo consiste en que tengamos «fe», en que le «creamos» creyendo a los que nos dicen que Alguien les dijo para que nos dijeran… ¿Es esto inteligible? ¿Es esto digno de Dios, y digno de la Humanidad actual? ¿No cabe otra manera de plantearlo todo? ¿«Otra fe es posible»?
fuente: redes cristianas.net
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