APERTURA DEL AÑO SACERDOTAL
Homilía de monseñor Agustín Radrizzani, arzobispo de Mercedes-Luján, en en el comienzo del Año Sacerdotal especial con ocasión del 150 ° aniversario de la muerte del santo cura de Ars.
(18 de junio de 2009)
Homilía de monseñor Agustín Radrizzani, arzobispo de Mercedes-Luján, en en el comienzo del Año Sacerdotal especial con ocasión del 150 ° aniversario de la muerte del santo cura de Ars.
(18 de junio de 2009)
Queridos hermanos:
En esta solemnidad del Sagrado Corazón de Jesús, el Papa Benedicto XVI ha convocado a un año sacerdotal especial, con motivo de conmemorarse el 150 aniversario de la muerte del Santo Curas de Ars. La solemnidad del Sagrado Corazón es la fecha dedicada en la Iglesia como jornada de oración por la santificación de los sacerdotes y por esta razón, el Santo Padre la eligió como día de inicio, para culminar el año próximo, con la proclamación del Santo Cura de Ars como patrono de todos los sacerdotes del mundo (lo era ya de los párrocos).
¡Que oportunidad enorme para dar gracias al Señor por el don de la vocación recibida!
En estos tiempos en que tantos vendavales azotan el misterio sacerdotal y donde variadas opiniones que no son ni de cerca mayoría, se inclinan por la minusvaloración de esta configuración con Cristo, Buen Pastor, es bueno y necesario que tomemos una mayor conciencia de “la belleza e importancia del sacerdocio y de cada sacerdote, sensibilizando a todo el pueblo santo de Dios”[1].
Es en primer lugar un trabajo de cada uno de nosotros que debemos estar atentos a no acostumbrarnos, de no secularizarnos, de no vivirlo meramente como una función profesional. Se trata de ser contemplativos del propio don recibido, como decía el querido Papa Juan Pablo II con motivo de los 50 años de su ordenación sacerdotal refiriéndose a la Eucaristía: “Misterio de la fe ¿no encuentra aquí, tal vez su motivación más profunda para la misma vocación sacerdotal? Una motivación que está totalmente presente en el momento de la Ordenación, pero que espera ser interiorizada y profundizada a lo largo de toda la existencia. Solo así el sacerdote puede descubrir en profundidad la gran riqueza que le ha sido confiada”[2].
También al Papa Benedicto XVI nos habla de “favorecer la tensión de los sacerdotes hacia la perfección espiritual, de la cual depende sobre todo, la eficacia de su ministerio…”[3].
Es bueno también, y así lo experimento de corazón, que como Padre y Pastor haga un reconocimiento público de la silenciosa y enorme tarea de evangelización que realiza cada uno de ustedes, colaborando con la misión de la Iglesia entera de hacer presente el reino de Dios en nuestro mundo. Son ustedes los que día a día, en el encuentro con las distintas comunidades eclesiales llevan la esperanza de salvación, el ardor de la caridad y la fortaleza de la fe a un mundo que parece que puede vivir sin Dios, que solo lo material le basta, pero que reclama a gritos la paternidad, la misericordia, la guía y la protección en el camino, la voz serena y dulce de Jesucristo Maestro y hermano de los hombres.
¡Cuantos esfuerzos, proyectos, dificultades, desencuentros y también cuantos abundantes frutos que se dan en el ejercicio del ministerio y que sólo Dios conoce!
Quisiera animarlos en la fe: vale la pena dar la vida, vale la pena mostrar el amor de Dios. Quisiera también cuidarlos y apoyarlos como padre, que se sientan queridos, escuchados, acompañados y valorados. Sepan que pueden contar con el Obispo, al que están ligados no solo jurídicamente sino y, sobre todo, sacramentalmente, al participar del mismo sacerdocio apostólico. Deseo ser para ustedes que son mis colaboradores más cercanos, como nos decía el inolvidable Cardenal Pironio: Padre, hermano y amigo.
Tres propuestas quisiera dejarles para favorecer en nuestra arquidiócesis la valoración de la vida sacerdotal: (para seguir leyendo, hacé clic en el título)
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