Su vocación
A la edad de cinco años se propuso jamás ofender a Dios mortalmente, hizo voto de virginidad y empezó a menospreciar las cosas del mundo. Fue virgen que, aunque tentada violentamente por el demonio –a quien llamaba “el sarnoso”– nunca le dio entrada, y para estas materias mortificó su cuerpo.
Llegada Rosa a la edad juvenil, la lucha por la santidad comenzó por donde menos debía esperarse y por donde más es de temerse. Su misma familia, y lo que sorprende más, su propia madre, fueron las que más encarnizadamente la combatieron.
Llegada Rosa a la edad juvenil, la lucha por la santidad comenzó por donde menos debía esperarse y por donde más es de temerse. Su misma familia, y lo que sorprende más, su propia madre, fueron las que más encarnizadamente la combatieron.
Tuvo desbordante caridad para con sus prójimos, compadeciéndose de sus necesidades espirituales y materiales. Pero en particular se compadecía de las miserias públicas donde Dios Nuestro Señor era ofendido. Rezaba siempre por el estado de la Santa Iglesia Católica, por las almas del Purgatorio, por la conversión de los infieles y pecadores, y por la ciudad de Lima. También por sus padres espirituales y corporales, por las personas que se encomendaban a sus oraciones, y por las que tenía alguna obligación.
A los veinte años se hizo Terciaria Dominica con el nombre Rosa de Santa María. Para abstraerse del mundo, ayudada por su hermano Francisco, construyó con sus propias manos una ermita de adobe, que se conserva en el huerto posterior de la casa en que nació.
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