El Evangelio de Marcos que nos trae este domingo es curioso y nos enseña una lección, aparentemente muy elemental, pero que tiene una gran repercusión en la vida del hombre, especialmente del cristiano.
Todo empieza por culpa de los mismos escribas y fariseos, maestros de Israel, cuyas prácticas religiosas --rigurosas, infantiles y hasta ridículas muchas veces, inventadas por ellos mismos, o recibidas de sus antepasados--, chocaban con la libertad sana, ecuánime y seria que Jesús practica con sus discípulos.
Jesús se atiene a la Ley, mientras que los escribas y fariseos desvirtúan la Ley con sus añadiduras tan divertidas... Así es que empiezan por preguntarle a Jesús: "¿Por qué tus discípulos -no se atreven a decirle: empezando por ti mismo-, comen con manos impuras, sin lavarse antes, rompiendo así la tradición de los mayores?"...
La respuesta de Jesús va a ser contundente: "¿Y por qué vosotros, por conservar esas costumbres de los hombres, os pasáis por alto el mandato de Dios? Sois un pueblo que honra a Dios con los labios, pero el corazón lo tenéis bien lejos de Dios"...
Jesús no quiere seguir discutiendo. Prefiere volverse a los discípulos y a la gente sencilla que le rodea, para enseñarles una verdad muy profunda...
Jesús no había estudiado sicología en ninguna universidad. Pero Jesús, el formador del corazón del hombre, y observador muy atento siempre, ganaba en sicología a cualquier profesor...
Efectivamente, podemos considerar cada acción que hacemos como una criatura que nace de nosotros. La hemos concebido en nuestra mente y gestado en nuestro corazón. Le hemos dado mil vueltas antes de llevarla a la práctica. Hemos mirado los pros y los contras. Realizarla es como darla a luz. Nace la criatura que nosotros hemos concebido voluntariamente....
Si miramos ahora a Jesucristo, nos viene sin más a la memoria lo de San Pablo: "Tened los mismos sentimientos que el Señor Jesús". Hoy, nos gustaría traducir este consejo del Apóstol con una expresión como ésta: "¡Un trasplante de corazón!". Que desaparezca de nuestro pecho ese corazón nuestro tan lleno de imperfecciones, para meter dentro, en sustitución, el mismo Corazón de Cristo. Éste sí que sería remedio de remedios...
Todo empieza por culpa de los mismos escribas y fariseos, maestros de Israel, cuyas prácticas religiosas --rigurosas, infantiles y hasta ridículas muchas veces, inventadas por ellos mismos, o recibidas de sus antepasados--, chocaban con la libertad sana, ecuánime y seria que Jesús practica con sus discípulos.
Jesús se atiene a la Ley, mientras que los escribas y fariseos desvirtúan la Ley con sus añadiduras tan divertidas... Así es que empiezan por preguntarle a Jesús: "¿Por qué tus discípulos -no se atreven a decirle: empezando por ti mismo-, comen con manos impuras, sin lavarse antes, rompiendo así la tradición de los mayores?"...
La respuesta de Jesús va a ser contundente: "¿Y por qué vosotros, por conservar esas costumbres de los hombres, os pasáis por alto el mandato de Dios? Sois un pueblo que honra a Dios con los labios, pero el corazón lo tenéis bien lejos de Dios"...
Jesús no quiere seguir discutiendo. Prefiere volverse a los discípulos y a la gente sencilla que le rodea, para enseñarles una verdad muy profunda...
Jesús no había estudiado sicología en ninguna universidad. Pero Jesús, el formador del corazón del hombre, y observador muy atento siempre, ganaba en sicología a cualquier profesor...
Efectivamente, podemos considerar cada acción que hacemos como una criatura que nace de nosotros. La hemos concebido en nuestra mente y gestado en nuestro corazón. Le hemos dado mil vueltas antes de llevarla a la práctica. Hemos mirado los pros y los contras. Realizarla es como darla a luz. Nace la criatura que nosotros hemos concebido voluntariamente....
Si miramos ahora a Jesucristo, nos viene sin más a la memoria lo de San Pablo: "Tened los mismos sentimientos que el Señor Jesús". Hoy, nos gustaría traducir este consejo del Apóstol con una expresión como ésta: "¡Un trasplante de corazón!". Que desaparezca de nuestro pecho ese corazón nuestro tan lleno de imperfecciones, para meter dentro, en sustitución, el mismo Corazón de Cristo. Éste sí que sería remedio de remedios...
Meditación del padre Pedro García, misionero claretiano publicado en Zenit.
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