En la apertura de preparación al centenario, siete hermanas celebraron sus bodas de oro;
Celebrar “50 años de vida consagrada”, es una buena ocasión para detenerse, meditar y dar gracias por el don de la vocación, que es pura gracia, don de Dios-Amor. Es mirar nuestra vida pasada con los ojos de ese Dios que comprende nuestras equivocaciones, perdona nuestros pecados más oscuros y nos acepta como somos.
Hace 50 años, este Dios-Amor nos miró, quiso contar con nosotras y nos invitó para una misión especial. Acoger la invitación significó abandonar la barca de nuestras seguridades y dejar a Dios realizar su proyecto en nuestras vidas. Los años han ido descubriendo nuestras posibilidades y limitaciones y hoy nos ayudan a ver la vida con más realismo y verdad. Tal vez, ahora empezamos a percibir que nuestra trayectoria por la vida, encierra un sentido más profundo que todo lo que hemos hecho o dejado de hacer a lo largo de los años; pero lo importante ha sido, es y será el amor de Dios que dirige nuestra vida y la cuida desde dentro. Sólo en torno a su gracia se va tejiendo nuestra verdadera existencia y nuestra misión en el Carmelo Misionero. Más allá del desgaste, está la confianza y el abandono incondicional en sus manos y la fe en su promesa: “El que pierda la vida por mí, la encontrará”.
Celebrar “Bodas de Oro”, lejos de sentir que la vida se nos escapa, es seguir caminando con paz, sin prisas ni protagonismos, sin inquietudes engañosas, con una comprensión creciente hacia todos y con mucha compasión, dejando que Dios nos vaya madurando desde el interior, en la vida ordinaria y cotidiana. Es ahora cuando nuestra vida puede ir creciendo más libremente hacia su plenitud. Es ahora cuando cada experiencia dulce o amarga, cada logro grande o pequeño, cada pecado más o menos grave, va ocupando su verdadero lugar; es ahora cuando podemos entonar, como María, nuestro “Magníficat”. Al final de todo hallaremos la ternura insondable de un Dios que es Padre y Madre. Celebrar “Bodas de oro” es seguir diciendo: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.
Hace 50 años, este Dios-Amor nos miró, quiso contar con nosotras y nos invitó para una misión especial. Acoger la invitación significó abandonar la barca de nuestras seguridades y dejar a Dios realizar su proyecto en nuestras vidas. Los años han ido descubriendo nuestras posibilidades y limitaciones y hoy nos ayudan a ver la vida con más realismo y verdad. Tal vez, ahora empezamos a percibir que nuestra trayectoria por la vida, encierra un sentido más profundo que todo lo que hemos hecho o dejado de hacer a lo largo de los años; pero lo importante ha sido, es y será el amor de Dios que dirige nuestra vida y la cuida desde dentro. Sólo en torno a su gracia se va tejiendo nuestra verdadera existencia y nuestra misión en el Carmelo Misionero. Más allá del desgaste, está la confianza y el abandono incondicional en sus manos y la fe en su promesa: “El que pierda la vida por mí, la encontrará”.
Celebrar “Bodas de Oro”, lejos de sentir que la vida se nos escapa, es seguir caminando con paz, sin prisas ni protagonismos, sin inquietudes engañosas, con una comprensión creciente hacia todos y con mucha compasión, dejando que Dios nos vaya madurando desde el interior, en la vida ordinaria y cotidiana. Es ahora cuando nuestra vida puede ir creciendo más libremente hacia su plenitud. Es ahora cuando cada experiencia dulce o amarga, cada logro grande o pequeño, cada pecado más o menos grave, va ocupando su verdadero lugar; es ahora cuando podemos entonar, como María, nuestro “Magníficat”. Al final de todo hallaremos la ternura insondable de un Dios que es Padre y Madre. Celebrar “Bodas de oro” es seguir diciendo: “Aquí estoy, Señor, para hacer tu voluntad”.
Me parece muy bonita la reflexión y me sirvió bastante.
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