Aquellos niños, sin saberlo, mueren por Cristo, y sus padres lloran la muerte de aquellos mártires; Cristo, cuando eran todavía incapaces de hablar, los convierte en idóneos testigos suyos. Así es el reinado de aquél que ha venido para ser rey. Así libera aquél que ha venido a ser libertador, así salva aquél que ha venido a ser salvador. Pero tú, Herodes, ignorando todo esto, te alteras y te llenas de furor; y, al llenarte de furor contra aquel niño, le prestas ya tu homenaje sin saberlo.
¡Cuan grande y gratuito es el don! ¿Qué merecimiento tenían aquellos niños para obtener la victoria? Aún no hablan y ya confiesan a Cristo: Sus cuerpos no tienen aún la fuerza suficiente para la lucha y han conseguido ya la palma de la victoria.
(De los sermones de San Quodvuldeo, obispo)
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