(Padre José Luis Martín Descalzo)
Ahora, antes de entrar en la anunciación, tenemos que detenernos para formularnos una pregunta de fondo: ¿El encuentro de María y el ángel, tal y como lo narra Lucas, es la narración de un hecho rigurosamente histórico o sólo la forma literaria de expresar un hondo misterio teológico?
Es un hecho que los dos primeros capitulas de Lucas difieren claramente, tanto en su contenido como en su estilo, de todo el resto de su evangelio. En ninguna otra página encontramos, en tan corto periodo de tiempo, tantos milagros, tantos sueños, tanto ir y venir de ángeles. Incluso el lenguaje es peculiar, lleno de semitismos, que hacen pensar a los investigadores que el evangelista usó aquí una fuente distinta, quizá un texto preescrito por otra persona.
Hasta la época más reciente, la piedad y la ciencia han coincidido en ver en estas páginas una rigurosa narración histórica y aún hoy muchos exegetas siguen viéndolo así.
Pero incluso los teólogos que reconocen la rigurosa historicidad de lo que esos dos primeros capítulos lucanos cuentan, están muy lejos de pensar que, por ejemplo, en la página de la anunciación estemos ante una transcripción taquigráfica o magnetofónica de una verdadera conversación entre María y el ángel. ¿Quién la habría transmitido, si sucedió sin testigos? ¿Merece hoy valor la piadosa tradición que piensa que Lucas trabajó sobre los recuerdos de María, que hubieran sido contados al evangelista por ella misma, único testigo humano de la escena?
Los enemigos del cristianismo -e incluso algunos teólogos- descalifican estas escenas como algo puramente legendario, inventado por Lucas para llenar el desconocido vacío de los comienzos de la vida de Jesús, que, sin duda, querría conocer la piedad de los primeros cristianos. Pero, hoy, la ciencia más seria se aleja tanto de un puro literalismo como de una interpretación simplemente legendaria y acepta la historicidad fundamental de lo narrado en esas páginas, aunque reconozca también que Lucas aportó una forma literaria a esas páginas para expresar lo fundamental de su teología: la misteriosa encarnación de Jesús, hecha por obra directa de Dios a través de María. Subrayan estos teólogos un dato fundamental para entender esta escena: que esos dos capítulos son un tapiz trenzado con hilos tomados del antiguo testamento como escribe McHugh. Efectivamente: La Iglesia primitiva se puso a reexaminar el mensaje del antiguo testamento a la luz de la venida de Cristo, a fin de descubrir y explicar el sentido profundo que se hallaba oculto en sus textos proféticos. Así que es normal que describiera todo lo que rodea el nacimiento de Cristo a la luz de los cinco elementos típicos que aparecen en varios relatos veterotestamentarios de los nacimientos de los grandes personajes. Hay, de hecho, un esquema idéntico en el nacimiento de Jesús y en los de Ismael, Isaac, Sansón y Samuel: aparición de un ángel que anuncia; temor por parte de la madre; saludo en el que el ángel llama a la madre por su nombre con un calificativo honorífico; mensaje en el que se le dice que concebirá y dará a luz un hijo y se le explica qué nombre deberá ponerle; objeción por parte de la madre y señal de que lo que se anuncia se cumplirá porque está decidido por Dios. Este es el esquema literario que seguirá Lucas para confirmar que en Cristo se realiza lo tantas veces anunciado en las Escrituras y para expresar, de un modo humano. lo inexpresable de esta concepción.
Por ello tendremos que leer todo este relato a dos luces, sabiendo que es mucho más importante su contenido teológico, expresión de una realidad histórica y no legendaria, que su recubrimiento en los detalles, que ayudan a nuestro corazón y a nuestra fe a vivir ese profundo misterio transmitido por las palabras de Lucas. Leámoslo así.
La narración de Lucas
Todo empezó con un ángel y una muchacha. El ángel se llamaba Gabriel. La muchacha María. Ella tenía sólo catorce años. El no tenía edad. Y los dos estaban desconcertados.
Ella porque no acababa de entender lo que estaba ocurriendo. El, porque entendía muy bien que con sus palabras estaba empujando el quicio de la historia y que allí, entre ellos, estaba ocurriendo algo que él mismo apenas se abrevia a soñar.
La escena ocurría en Nazaret, ciento cincuenta kilómetros al norte de Jerusalén.
Nazaret es hoy una hermosa ciudad de ... (Click en el título para leer más)
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