EN EL VOLUNTARIADO
En su camino de indagación jugará un papel importante la 1ª Guerra Mundial (1914-1918).
Se informó a Edith que en Mahrisch-Weisskirchen había una gran academia militar que se había convertido en hospital de sangre. Cuatro mil camas a las que se evacuaba a los soldados heridos en el frente de los Cárpatos. Allí se atendía a los afectados de tifus, cólera y disentería.
A pesar de todas las recomendaciones de su madre, Edith se embarcó en esta idea de ayudar a los enfermos y finalmente con 24 años se unió a la Cruz Roja.
El contacto con el dolor le hizo comprender que realmente “estamos en el mundo para servir a la humanidad”. Recibió la “medalla al valor”, por su abnegado servicio. Escribió: “Ya no tengo vida propia. Recién cuando pare la guerra, si aún vivo, podré pensar en mí. De momento, estoy en disponibilidad incondicional”.
Trabajaba con mucha responsabilidad y respeto por la dignidad de cada enfermo, hasta era capaz de enfrentarse a los médicos por falta de asepsia.
Entre varios casos de cuidados a enfermos que marcaron su vida, podemos mencionar a un italiano de Trieste que se encontraba en grave estado. Comerciante. Tenía la boca muy infectada. Había que limpiarla constantemente con una gasa. El joven miraba con ojos de agradecimiento cada vez que se le hacía este servicio. Edith descubrió qué vulnerable criatura es el varón cuando está enfermo. Se portaban como niños: caprichosos, irritables, mansos, abandonaditos. Pero, cuando se recuperaban se volvían hombres fuertes, y si te descuidabas, bruscos y petulantes.
El contacto con los enfermos y moribundos influía fuertemente en su interior, y su preocupación por encontrar una respuesta al valor existencial del hombre se agudizaba. Así vemos cómo su ateísmo seguía desmoronándose.( Continuará)
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